Carlos Tubino fue agredido con un cono de seguridad en las inmediaciones de la sede del Parlamento (Foto: Renzo Salazar)
Carlos Tubino fue agredido con un cono de seguridad en las inmediaciones de la sede del Parlamento (Foto: Renzo Salazar)
Jaime Bedoya

La constitucionalidad les compete a los constitucionalistas. De acuerdo. Pero los ciudadanos debemos tener algún papel más allá del de monigotes engatusados antes de una elección.

Somos nosotros los que votamos por los políticos. Al elegirlos les facilitamos una alternativa a tener que trabajar. Por lo menos sean agradecidos.

Desde hace tres años la actividad política se ha convertido en un lanzamiento recíproco de conos. Entonces, 2016, fueron poco más de cuarenta mil los votos que decidieron las elecciones a favor de Kuczynski en vez de Keiko Fujimori. Casi un Estadio Nacional lleno.

Desde ese día, la negación del fujimorismo confesional llevó el debate a un estado de hostilidad permanente. Un diluvio de conos naranjas sobre todo aquel que no se plegara a su visión del mundo. Los calificativos ya son conocidos: terruco, comunista, chavista. Y, ahora, vizcarrista velasquista neocastrista reencarnado.

De la otra parte, el retorno de agresividad no ha sido poca. Cuando las redes sociales quieren ser acequia, y lo quieren ser a menudo y con ganas, no les gana nadie. Así, hay quienes celebran el conazo al congresista Tubino.

El evento es reprobable no solo por tratarse de un adulto mayor sino por la resignación intelectual que supone: basta de debatir, llegó la hora de lanzarse cosas.

La imagen del cono arrojadizo se hizo meme inmediato dribleando filtros de civilización y corrección. Se ha replicado como unidad teórica de información transmisible, definición propia de un meme. El humor sublima frustraciones ante el uso de la legalidad como camuflaje de la corrupción, es cierto. Pero también es verdad que convertirse en lo que uno critica es una traición personal.

El patetismo demostrado por la clase política esta semana, una maestría en conos, debería enseñarse en colegios y universidades. El curso sería una suerte de antídoto ante el voto más peligroso, aquel que es deshonrado por el elegido a través del abuso y el provecho propio. Y, en este caso, la contradicción interesada como bandera.

En ese mundo paralelo de la Comisión Permanente, grupo de autoayuda de la cosmovisión Olaechea*, ahora se reclama lo que se negó a rajatabla: adelanto de elecciones, diálogo y sentido común. El alacrán y el calzón con bobos.

(Foto: Renzo Salazar / GEC)
(Foto: Renzo Salazar / GEC)

La doblez de la mayoría congresal y aliados, prepotente fusión de codinomes y anexos, se ha vuelto un espectáculo irritante. Su contraparte, el Poder Ejecutivo, ha desplegado una temeridad legal que puede haberles regalado su mejor arma: la victimización. La legalidad crujió con aquello de la negativa fáctica; que sea el TC quien decida si se rompió. Un duelo a conazos por el poder.

Solo como observación: el 5 de abril de 1992 hubo detenciones ilegales, tanques capturaron el Congreso, el Poder Judicial, la Fiscalía y la Contraloría. Agentes del SIN tomaron estaciones de radios y redacciones. En la puerta de El Comercio, Caretas y La República había unidades móviles del Ejército y tropa armada impidiendo el ingreso de periodistas.

Este 30 de setiembre los peruanos vimos con absoluta libertad durante todo el día y buena parte de la noche cómo los políticos hacían el ridículo en directo. La canchita fluyó. Si hubo algo estremecedor que reportear, salvo las restricciones a las libertades impuestas por el pico y placa, fue la obsesión del señor Olaechea por conseguirle un puesto a su primo.

Si vamos a seguir pensando que esta es la manera de hacer una república, entonces que a los 18 años a cada ciudadano en vez del derecho a voto que se le entregue un cono. O dos.




* A veces un sashimi es una gran entrevista:

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