Una noche, a mediados de los 60, Muhammad Ali, Sam Cooke, Jim Brown y Malcolm X, destacadas figuras afroamericanas del deporte, la música, el cine y la política, se reunieron para celebrar en un hotel de Florida. Esa es la premisa inicial de “One Night in Miami”, el de la actriz Regina King, que apunta para el Oscar.

I Want to Hold Your Hand, los Beatles, los gritos de multitudes histéricas, la “Invasión británica”, el furor del rock. Nueva York se agitaba por eso y por el más grande boicot de su historia escolar, cuando cerca de medio millón de estudiantes, predominantemente negros y puertorriqueños, protestaron contra la segregación racial del sistema de educación norteamericano sin asistir a clases, sin violencia y sin desorden en las calles. Este acto de desobediencia civil se conoció como “Día de la Libertad”. Mientras eso pasaba en la tierra, sobre las cabezas del mundo los rusos iban ganando la carrera espacial y los Boeing 727 iniciaban su periodo estelar en la aviación comercial. Más allá, en Vietnam, no se sabía bien quién ganaba mientras miles de jóvenes morían inútilmente. Mandela ya estaba preso en una cárcel sudafricana. Pelé era el mejor futbolista del mundo. Ed Sullivan era la gran estrella de la televisión estadounidense. El “american way of life” de una sociedad blanca, eminentemente racista y conservadora, se pensaba, a pesar de todo, incuestionable.

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Era 1964. Así estaba Estados Unidos, así estaba el mundo, cuando una noche de febrero se reunieron en una habitación de Miami cuatro de los afroamericanos más famosos e influyentes de aquellos días para celebrar el triunfo de Ali sobre Sonny Liston que lo hacía campeón. O, al menos, eso es lo que dice el guion de “One Night in Miami”, la premisa sobre la que construye su relato y su mito. Allí estaba el propio Muhammad Ali, convertido ya en una leyenda del boxeo con apenas 22 años. Había obtenido la medalla de oro en las Olimpiadas de Roma, ya le sacaba lustre a su fama de lenguaraz y esta noche se había adueñado del título mundial de boxeo. Aún era Cassius Clay, el que amenazaba flotar como una mariposa y picar como una abeja a sus rivales, pero pronto se convertiría en Ali, el rebelde que usaría su fama para reivindicar el papel de su raza en la sociedad de su país y en el mundo.

También estaba el cantante Sam Cooke. A sus 33 años era considerado el Rey del Soul, “Mr. Soul” para los amigos. Desde 1957, había logrado ya cerca de 30 hits y era un fenómeno musical solo comparable a Elvis Presley. En 1961 se convirtió en el primer cantante afroamericano en fundar su propio sello discográfico, SAR Records, y era un entusiasta militante del movimiento por los derechos civiles. Junto a ellos estaba Malcolm Little, que en 1952 se había convertido en Malcolm X, tras volverse musulmán. Como en el caso de Ali fue gracias a la influencia de Elijah Mohamed, líder de la nación del Islam. X se convirtió pronto en un líder y referente sobre los asuntos de los afroamericanos, con punzantes opiniones sociales y políticas, mucho más frontales que las expresadas paralelamente por Martin Luther King.

Para febrero de 1964 tenía 38 años y la tensión de sus relaciones con Elijah Mohamed era más que evidente. Quería encontrar su propio lugar en el mundo, ya lejos de su influjo para seguir liderando a la comunidad negra. Jim Brown, el cuarto integrante del grupo, era un poderoso rayo de metro 90 que cumplía 28 años por esos días. Jugaba para los Cleveland Browns y era considerado uno de los mejores velocistas de la Liga de Fútbol Americano (NFL). También era un activista por los derechos civiles y pronto se convertiría en un exitoso actor, gracias a películas como Rio Conchos, que filmó ese mismo año, Los doce del patíbulo (1967), 100 Rifles (1969) o Marcianos al ataque (1996). Hoy, muchos lo consideran uno de los grandes jugadores de todos los tiempos.

La noche del 25 de febrero de 1964 apagaba sus últimas luces, mientras esos cuatro hombres sostenían una conversación que podía ser un testimonio de su tiempo, una película de acción, un documental naturalista con temas ineludibles, como ineludibles eran también los cambios socioculturales que estaban teniendo lugar en aquellos mismos momentos, fuera de esa habitación, en un país que, felizmente, no volvería a ser el mismo.

Del sueño a la pantalla

El dramaturgo Kemp Powers tuvo claro el material que podía surgir de la amistad real entre esos cuatro hombres y de una premisa como esa y, el 2013, escribió la obra “One Night in Miami” inicialmente para el teatro. Hoy, la actriz Regina King –ganadora del Oscar el 2018 por su actuación en If Beale Street Could Talk-, decidió llevarla al cine en su debut como directora de un largometraje, pues ya dirigió antes algunos episodios de series de TV como Animal Kingdom, Shameless o The Good Doctor, además del documental Story of a Village. El guion fue adaptado por su propio autor y el filme es protagonizado por Leslie Odom Jr. (Sam Cooke), Aldis Hodge (Jim Brown), Eli Goree (Cassius Clay) y Kingsley Ben-Adir (Malcolm X). La fiel caracterización y sus grandes actuaciones hacen sentir que, realmente, uno está presente en ese tiempo, en esa habitación y junto a aquellos iconos.

“Todos ellos fueron hermanos los unos para los otros, hombres que fueron juzgados solo por el color de su piel”, dijo la directora en la rueda de prensa en La Mostra de Venecia, uno de los importantes festivales por los que ya se ha paseado su filme, cosechando estupendas críticas y afirmando un camino que, para muchos, apunta directamente al Oscar. En tiempos de Black Lives Matter, el mensaje de esta película es doblemente poderoso siendo dirigida por ella. Basta recordar que Regina King obtuvo el premio a Mejor Actriz Secundaria por su trabajo en un filme de denuncia y conciencia social basada en una obra de James Baldwin. Con 49 años, aquel premio no fue más que la confirmación de una carrera en la que se ha ganado el respeto de sus colegas por su talento como actriz y por su contagioso activismo. El 2010, cinco años antes de que se denuncie el #Oscarssowhite, King publicó una carta criticando a los Emmy por ignorar a los actores de color. De hecho, el año pasado fue nombrada por la revista Time como una de las 100 personalidades más influyentes del mundo.

Su debut en el cine ocurrió en 1991 con Boyz in the Hood. John Singleton, su también debutante director, tenía 23 años. Regina tenía 20. La película evidenciaba las fracturas sociales en los barrios de Los Angeles, calles que eran duras para recorrer o para sobrevivirlas, como muchas otras de Norteamérica para la raza negra. Cuando el episodio que narra One Night in Miami tuvo lugar, Regina aún no había nacido. Sin embargo, su generación es heredera del mensaje de esos cuatro hombres que fueron uno solo en aquella noche mágica y eterna. “Si alguien me hubiera preguntado, cuando estaba en el colegio, quiénes eran mis cuatro personas favoritas en el mundo, yo probablemente hubiera contestado: Muhammad Ali, Sam Cooke, Jim Brown y Malcolm X”, ha dicho Kemp Powers sobre esta historia, capaz de humanizar a estos gigantes a través de sus vivencias y conversaciones durante una sola noche de sus vidas, viajando entre la realidad y la ficción. Conforme avanza la historia, la euforia por el triunfo y el humor propio del momento le va dejando lugar a las dudas existenciales más naturales por entonces para todos ellos: ¿Los artistas negros más exitosos deberían “arriesgarse” a hablar contra el racismo? ¿Es justo tolerar la exclusión o la humillación solo por mantener su estatus de celebridades? ¿Cómo puede un afroamericano famoso ser importante en la lucha por los derechos civiles? ¿Cuándo cambiaría todo y terminaría la segregación? “Uno de los motivos por los que la mayor parte de nosotros nos sumamos a One Night in Miami –declaró King durante el festival de Venecia- fue porque una historia para los negros de Estados Unidos es un debate que lamentablemente se repite desde los últimos sesenta años”. Y agregó: “Vivimos dentro de una olla hirviendo a punto de estallar y este filme puede aligerar la presión, creando una conversación relevante y actual”.

Herencia de una noche

Esa noche fue, probablemente, la última vez que estuvieron todos juntos en un mismo lugar. Menos de un año después, dos de ellos ya habían perdido la vida trágicamente: Sam Cooke, en diciembre de ese mismo año, tras un confuso incidente en el que fue baleado en un hotel. Malcolm X alcanzaría similar destino tras ser acribillado mientras hablaba en un auditorio de Manhattan el 21 de febrero de 1965. Tras su acercamiento a Cassius Clay, este se convirtió poco después al Islam, cambió de nombre y redefinió el orgullo afroamericano a nivel mundial. Cuando se negó a ser reclutado para ir a Vietnam se transformó, además, en el más famoso e influyente objetor de conciencia. Por su parte, Jim Brown se convirtió en héroe cinematográfico y en una de las más grandes leyendas de la historia Fútbol Americano. “Ser un músico exitoso no fue suficiente para Cooke. Yo también estaba harto de anotar y ganar partidos”, dijo recientemente en el documental de Netflix “El doble asesinato de Sam Cooke”. Brown es el único de los cuatro que vive aún.

A Change is Gonna Come”, escrita por Cooke casi como respuesta a Blowin` in the Wind de Bob Dylan mientras sufría las constantes amenazas del Ku Klux Klan, se convertiría en su himno póstumo para el movimiento. Uno que se canta hasta hoy, mientras en las calles norteamericanas el Black Lives Matters se hace oír.

Además de su prometedora , Regina King también continúa alzando su voz como actriz. Acaba de ganar un Emmy por su interpretación en la serie Watchmen, donde encarna a Angela Abar, enmascarada heredera de una estirpe de ciudadanos afroamericanos sublevados contra los prejuicios raciales. Una estirpe como la que Muhammad Ali, Malcolm X, Sam Cooke o Jim Brown representan hasta hoy.

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