Nació en la antigua República de Zanzíbar (hoy Tanzania), pero cuando tenía apenas 16 años salió de su país en busca de nuevas oportunidades. Es así como Abdulrazak Gurnah (75) se asentó desde su primera juventud en Inglaterra y allí fue cosechando una literatura que se mueve entre dos mundos: el de los enigmáticos paisajes del África Oriental y el de la sociedad británica de migrantes y refugiados.
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El autor de libros bellísimos como “Paraíso” y “El desertor” recibió en 2021 el Premio Nobel de Literatura “por su penetración inflexible y compasiva de los efectos del colonialismo”, y se convirtió así en uno de esos autores poco reconocidos, pero que el galardón ayuda a descubrir al mundo. En conversación con El Comercio, Gurnah dice que solo ha leído un libro de la reciente Nobel coreana Han Kang, y también algunos del peruano Mario Vargas Llosa (pero no revela cuáles). Antes de su llegada al Perú, invitado por el Hay Festival, charlamos con él.
―¿Cómo fue su contacto con la literatura durante su infancia en Zanzíbar? ¿Ya escribía? ¿Qué leía?
Bueno, no había mucho por leer. No había gran cosa publicada en mi lengua, el suajili, y aún hasta hoy no tanto como me gustaría. La mayor parte de lo que leía era lo que me ofrecían en la escuela, y como aún éramos una nación colonizada en esa época, había cierto sesgo ideológico. Historias de aventuras o cosas por el estilo. Así que no leía mucho. Por eso una de las grandes cosas que me ocurrieron cuando dejé Zanzíbar para ir a Inglaterra fue el descubrimiento de cuánto había por leer en el mundo, y conocer bibliotecas, librerías y demás lugares llenos de libros.
―En “Paraíso”, el personaje de Yusuf experimenta un momento trascendental cuando aprende a leer. ¿Le pasó a usted algo parecido?
Creo que sí. Aunque la lectura no es la única vía. Las historias no tienen que estar necesariamente en un libro: los relatos orales también provocan algo similar. En “Paraíso” también puedes ver eso: gente sentada y contándose historias entre ellos. El punto es que, en países en los que la población es apenas alfabetizada (o alfabetizada por lo menos para leer el Corán), no hay librerías a las cuales acudir para descubrir cosas sobre Rusia o sobre el Perú. Lo único que existe es lo que la gente conoce, y lo que pueden transmitir a los otros.
―En otra de sus novelas, “El desertor”, un personaje expresa su dificultad para escribir en inglés, especialmente “en una forma evocativa”. ¿Cómo fue su experiencia al pasar de la escritura en suajili a la escritura en inglés?
Yo creo que la escritura no es una elección para el escritor. Es algo que viene de más atrás, algo que simplemente te ocurre. Por eso no creo nunca haberme hecho la pregunta de en qué idioma iba a escribir, porque de alguna manera era una pregunta ya respondida por el simple hecho de que yo ya había empezado a escribir. La gente descubre que quiere escribir cuando ya empezó a hacerlo. Comienzas a escribir, te satisface algo de lo que has escrito, pruebas con otras cosas… y en esa fase inocente como escritor, cuando no estaba planificando nada, yo siempre escribí en inglés. Era el idioma que surgía con más facilidad y comodidad, incluso a pesar de que yo era más fluido en suajili. El inglés era lo que brotaba de mí en esa íntima relación que tiene un escritor con el lenguaje. Nunca lo pensé o decidí, solo seguí mi intuición, mi instinto. Mucha gente me empezó a preguntar luego por qué escribía en inglés. Y no sabía qué responder. Era lo que me salía simplemente.
―En sus libros usted mezcla el inglés con palabras o frases en suajili. Las inserta de forma natural, y tengo entendido que no le gusta que se las resalte con cursivas, por ejemplo (aunque es algo que sí ocurre en las traducciones al español). ¿Por qué esa decisión?
Bueno, la verdad no sé muy bien lo que ocurre con las traducciones, pero lo que sí puedo decir es que algunas veces el uso de cursivas en palabras que no son nativas provoca que se las lea como expresiones extrañas, se atrae la atención a su extrañeza. Al escribir, lo que yo intento es que su sentido dentro del contexto quede claro, o que alguno de los personajes explique ese sentido. Entonces, ¿qué sentido tiene diferenciarlas con cursivas? Estoy seguro de que le lector podría entenderlas fácilmente. Una de las razones por las que uso estas palabras es porque, muchas veces, no existe una palabra exactamente equivalente en inglés que produzca el mismo efecto. Pero también porque las sociedades sobre las que suelo escribir son sociedades multilingüísticas, en las que la gente usa puede ser el inglés, el árabe, el hindi, etc. Y esa también es una forma realista de mostrar su multiculturalismo.
―¿Cómo es su relación con Tanzania hoy? ¿Viaja allá a menudo? ¿Se siente un extranjero cuando está allá?
No, no me siento un extranjero. Debido a la situación, yo estuve fuera de Tanzania durante mucho tiempo, más o menos 17 años, desde la primera vez que me fui [en 1966]. Ya era un treintañero cuando por fin pude regresar y ciertamente tenía miedo. ¿Había pasado demasiado tiempo? ¿Todavía me recordarían y me reconocerían? Una incertidumbre innecesaria porque cuando llegué fui muy bien recibido por mi familia y otras personas. Desde entonces he vuelto muchas veces, y nunca me he sentido como un extranjero. Son dos lugares [Tanzania e Inglaterra] que siento como míos. En Inglaterra he vivido la mayor parte de mi vida, pero allí sí me he sentido extraño. Como un extraño más cómodo y más confiado ahora, pero al fin y al cabo un extraño. Hay algo obstinado sobre mudarte a otro país que se queda en tu cuerpo, que nunca se esfuma. Y estoy seguro que es una experiencia común para muchas personas que deben abandonar su lugar de origen, sobre todo personas adultas. Pero creo que es perfectamente posible tener más de un hogar. Hay un hogar en el que tú vives, y otro hogar que vive en ti.
―¿Y cómo encontró a Tanzania cuando regresó allá? ¿El país que conocía había desaparecido?
Las cosas estaban muy, muy mal en esa época, a mediados de los años 80. Habían transcurrido más o menos 20 años del gobierno posrevolucionario y en esa primera etapa fue sumamente violento. Mucha gente fue encarcelada, otros tantos asesinados; hubo quienes perdieron su trabajo y fueron forzados a salir del país. Recuerdo la sensación de decadencia, las casas derrumbándose, la falta de agua… Era una época muy difícil y deprimente. Y la naturaleza del gobierno seguía siendo profundamente autoritaria y peligrosa. Hoy muchas cosas han mejorado. Ya no es un país tan temible como era antes, hay algo más de prosperidad, pero aún no se han mejorado las necesidades básicas de cualquier sociedad civil, como el acceso a hospitales, a escuelas, a puestos de trabajo, etc.
―¿Y cómo es recibida su literatura allá? Imagino que el Nobel contribuyó a su difusión.
Sí, el premio ha hecho alguna diferencia, sobre todo en el entusiasmo de la gente. Hay personas felices por el reconocimiento, orgullosas de que se haya premiado a alguien como ellos. El Nobel también motivado que haya traducciones [al suajili], una ya publicada y otra en camino. El problema es que los libros siguen sin ser de consumo cotidiano para la gente. No hay una cultura de la lectura por placer. No hay quien diga ‘tengo este dinero, voy a comprarme un libro’. Usualmente se usa el dinero para cosas mucho más necesarias, porque además los libros son caros y la gente no es lo suficientemente próspera para gastar en ellos. Lo fundamental es el hábito de la lectura, que la gente lea libros por placer más que por razones meramente instrumentales.
―¿Cree que la literatura universal sigue siendo eurocéntrica u occidentalizada?
No, lo que ocurre es que a veces olvidamos cuánta gente lee en China, la India, Japón o Corea. Pensamos en la lectura como un privilegio occidental cuando en realidad la cultura literaria es probablemente más antigua en China que en todo Occidente. Allá se vienen produciendo novelas desde antes de la era cristiana, por no hablar de la poesía o de los textos filosóficos. Pero, por otro lado, está la circulación. No leemos literatura china porque China no nos colonizó, como sí lo hizo en poblaciones más cercanas a ellos. La presencia de Europa en el África o en Latinoamérica sí hizo sus lenguas muy visibles y dominantes, y tendemos a pensar que eso ocurre en todo el mundo.
―¿Un premio como el Nobel puede favorecer al encuentro de los lectores con una mayor diversidad?
Absolutamente. Porque es un premio tan global que su impacto es enorme. Pero creo que es algo que ocurre en general con todos los premios literarios. Una oportunidad para conocer a escritores de los que nunca antes habíamos oído. A eso hay que añadir un beneficio más: que el Premio Nobel tiene también un impacto en aquellas personas que no son lectores habituales. Y eso también provoca que muchos te vean como una especie de sabio al cual preguntarle de cualquier tema [risas]. Yo solo soy un escritor, no sé cómo resolver muchas cosas del mundo.
―¿Cuán importantes son los estudios poscoloniales en el mundo de hoy?
Creo que son una gran forma de revisar algunas historias relacionadas a las naciones, las sociedades, las religiones, o incluso a cómo entendemos, absorbemos y transmitimos la historia, la parcialidad de su perspectiva limitada. Además, empezaron como un método literario, pero claramente se han convertido en una herramienta útil e indispensable para muchas otras disciplinas como la antropología, la historia, la teología, etc., como una forma de observar desde otras perspectivas y no satisfacernos con una sola mirada.
¿Encuentra más diferencias o similitudes entre los escenarios poscoloniales de Latinoamérica y de Europa?
He encontrado muchas similitudes, desde luego. Desde el encuentro entre poblaciones nativas y europeas, hasta las historias de violencia como la del Perú. Hay muchas equivalencias y coincidencias, además, no solo históricas, sino también en cuanto los problemas que estos países enfrentan en la actualidad.
―¿Y qué opina del negacionismo de algunos países que no reconocen o admiten las terribles consecuencias del yugo y la violencia colonial? Es un discurso que ha ido creciendo en los últimos años en España con respecto a América Latina.
Sí, es algo que muchas naciones hacen. El tema con ese tipo de narrativas nacionales es que generan una especie de consenso que provocan tener que aceptarlas. Una vez que tienes establecida una narrativa es sumamente difícil cambiarla. Es lo que ocurre con Gran Bretaña y su historia imperial. O ahí tienes a Putin tratando de revivir una narrativa soviética como si un tiempo de gloria se tratara. Creo que con España pasa algo similar: a la mayoría de sociedades imperiales les cuesta demasiado ver lo inhumano de muchas de sus acciones.
―Uno de los personajes de “El desertor” afirma que “hoy los mapas no se leen del mismo modo” porque “el mundo se ha vuelto mucho más confuso”. ¿Cree que eso se aplica para la realidad de hoy?
Creo que lo dice en el sentido de negarse entender al mundo tal como es, confuso con tantos cambios. Y él desea un mundo más simple, como cuando había grandes bloques como el África Británica o el África Francesa, sin la necesidad de preocuparte por pequeños países dispersos por todas partes. Lo que sí es cierto es que una de las consecuencias más complejas del colonialismo es la cartografía, la elaboración de mapas, pues se crearon territorios, no países. Si ves un mapa de África, encontrarás diversas zonas de constantes guerras civiles. ¿Por qué? Porque muchos de los territorios definidos por los cartógrafos fueron hechos para su propia conveniencia, pero no son verdaderos países. Y dentro de esos territorios hay poblaciones que rivalizan constantemente, que no funciona natural u orgánicamente como naciones.
―¿Cree que, hoy por hoy, un joven migrante o refugiado de 18 años enfrenta una situación más difícil que la que usted vivió a esa edad hace casi 60 años?
Sí, creo que sí. En parte porque ahora más gente está haciendo ese viaje. Y los países que reciben a esas personas se han vuelto presas del pánico, hasta el punto que su deseo por ser justos ha sido sobrepasado por el miedo. En vez de decir “¿qué es lo más humano qué puedo hacer?” o “¿qué es lo más sensible y justo que puedo hacer?” ahora es posible simplemente decir “ciérrenles las puertas, son criminales”. Y en ese proceso, todas las cosas que aprendimos del problema de los refugiados tras la Segunda Guerra Mundial, todo lo que avanzamos en cuanto a convenciones de derechos humanos y justicia internacional, parece haber dado marcha atrás. Y ahora parece normal tener a desplazados, a gente detenida sin procesos judiciales. Por eso creo que sí, que hoy la situación es más difícil. Porque el propio sistema que administra justicia te puede decir “No vengas, no te queremos”. El último gobierno aquí en el Reino Unido intentó trasladar a los asilados a Ruanda. Parece una solución irreal, pero así de lejos han llegado las cosas.
Abdulrazak Gurnah se presentará en el Hay Festival este sábado 9, a las 6 p.m., en el Teatro Municipal de Arequipa; y el domingo 10, a las 10 a.m., en el mismo lugar. Entradas disponibles en https://www.hayfestival.com/arequipa/inicio
Además, Gurnah ofrecerá un diálogo con Alonso Cueto en Lima. Será el lunes 18 de noviembre, a las 7 p.m., en el CCPUCP. Ingreso libre.