Pocos escritores como Javier Cercas nos permiten recuperar la idea de que la literatura puede ser popular y relevante. O lo que el autor nacido en Cáceres llama la “utilidad” bien entendida de la literatura cuando esta, sin proponérselo, resulta útil para el placer, el conocimiento o “para salvar vidas” como hizo con Melchor Marín, reo por narcotráfico reconvertido en policía tras leer “Los Miserables”. En “Independencia”, segunda entrega de sus peripecias policiales iniciadas en “Terra Alta”, Marín vuelve a las calles de Barcelona para investigar un caso de extorsión sexual contra la alcaldesa de la ciudad.
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Personaje nacido de la confesa furia del escritor causada por los atentados islamistas en Cataluña en 2017, Marín es un héroe definido por el claroscuro, harto de ser testigo de un poder injusto, corrupto y carente de nobleza. Un hombre marcado por dos muertes, la de su madre, prostituta asesinada salvajemente cuando él era un niño, y la de esposa, bibliotecaria con la que compartió una pasión lectora que no cesa. Por ello, además de su adictiva intriga, la novela es también una gran reflexión sobre la democracia y la corrupción que la amenaza. Resulta una crítica feroz a una cínica élite catalana que para presionar al gobierno central durante la crisis económica propició una inflamada retórica independentista, con la crisis económica y social que se generó luego. En esta entrevista exclusiva para un medio peruano, hablamos con Javier Cercas sobre su novela, pero también las preocupaciones sociales que de ella se desprenden.
Para América Latina, Barcelona es un gran espejismo. Brilla hacia fuera y esconde horrores que tú ventilas en una novela como “Independencia”. No sé si te ha sido denunciado por la oficina de turismo.
(Ríe). Sí, presento horrores. Pero todas las ciudades los tienen. Incluso las aparentemente más civilizadas. Por desgracia, en los últimos años, puede verse que Barcelona está en decadencia. No lo digo yo, hay números. No es una opinión. Todos los indicadores económicos dicen que Barcelona va para abajo. Ojalá lo revirtamos. El proceso independentista no ha sido bueno para Barcelona, y yo me temo que no lo va a ser. Hay una élite económica tóxica. Pero ustedes conocen muy bien eso. Este libro no habla de cosas locales. Habla de lo local para ver lo universal, como hace siempre la literatura, o lo intenta.
Justamente lo que busco encontrar contigo son los vasos comunicantes entre ambas realidades. Pero antes, me interesa advertir tu presencia como escritor incómodo, alguien cuyas opiniones en diarios y ficciones literarias se instalan, de alguna manera en un lugar central del debate público. A diferencia de los años del Boom, no sé si ese sigue siendo un rol común para un escritor.
Es posible, pero un escritor que no es incómodo, no es escritor. Es como un escritor que no corre riesgos: es más bien un escribano. No creo que el escritor busque deliberadamente ser incómodo, lo es inevitablemente. Entre otras razones, porque lo que el escritor cuenta, o intenta contar, es la verdad. Si es bueno, lo que cuenta es la verdad. Y la verdad a la gente no le gusta mucho.
Aunque te pase lo que le pasa a Vargas Llosa en las entrevistas sobre sus nuevos libros, que debe pedir, por favor, hablar de literatura además de política.
¡Claro!. Tú lo has separado muy bien: el escritor como ciudadano, como articulista, eso que antes se llamaba intelectual y ya no sé cómo se llama ahora, y otra cosa el escritor propiamente dicho. En todo caso, el escritor de verdad es aquel que juega de las dos maneras. El escritor es un aguafiestas, eso es así. Cuando deja de serlo, deja de ser un escritor de verdad. Te lo digo honestamente: no es algo que me guste ser una figura pública. Es algo con lo que me he encontrado, sencillamente. Escribo dos veces al mes en El País, y resulta que mis opiniones son consideradas polémicas, arman líos. Pero no es algo que busque, créeme. Simplemente busco decir las cosas con la mayor educación y claridad posible. Si eso genera polémica, no es mi culpa. Pero claro, cuando uno vive en medio de mentiras, decir la verdad es revolucionario. Hoy más que nunca. Pero no en Cataluña, no en España, en todo el mundo.
Supongo que cuando las sociedades están tan polarizadas, basta pronunciarte para que la mitad rechace lo que digas.
Exactamente. Si eres una persona con una cierta relevancia pública, pues todavía más. Pero insisto, lo que busca un escritor es decir la verdad. La verdad literaria. Que es una verdad moral y universal. Sucede lo mismo en el Perú, en China o en Barcelona, me da igual. Estoy leyendo unas entrevistas a Faulkner de las cuales me hago eco ahora. Dice una cosa que no está de moda: “el escritor tiene que ser de una integridad absoluta”. Un escritor que no tiene una integridad absoluta no puede ser un bien escritor. Me encanta. Estoy totalmente de acuerdo con él.
Aunque suene demodé.
Totalmente demodé. Exacto.
En el Perú quizás el caso catalán, el procés y el independentismo nos parece muy lejos. Pero lo que sí sabemos bien es vivir como en un western, bajo la ley del más fuerte, cuando el poder lo tiene quien maneja el dinero. Tus novelas del ciclo “Terra Alta” suelen ser comparada con un western: ¿Mientras menos democracia vivimos, más vaqueros somos?
De hecho, de lo que trata el western es eso, ese es el argumento del género: la conquista de la civilización, es decir, la conquista de la democracia, es decir, la conquista del imperio de la ley. Y cuanto menos ley, más western. Es así. Por eso, el western tiene más dificultades para existir cuanto más civilizado es un país. Porque hablamos de novelas esencialmente épicas. En un ensayo muy brillante, Alberto Manguel decía de mis libros que lo que intentaba hacer era recuperar la épica. Y eso me iluminó. En muchos sentidos. Borges decía una cosa maravillosa: la novela del siglo veinte proscribió la épica, y esta se refugió en Hollywood, o sea, en el western. Y esto es muy importante, porque la novela está vinculada a la épica. Cervantes decía: “la novela es épica en prosa”. De niño, yo me alimentaba de novelas de aventuras en casa, incluidas “La Odisea” y “La Ilíada”, y de Westerns. Y mi libros, es verdad, tienen ese tono épico, de western.
Algo que atraviesa tu novela es la violencia sexual. Una violencia que tiene vasos comunicantes con la corrupción política. Como si una cosa llevara a la otra, un entrenamiento previo. ¿La violación de los cuerpos a nivel íntimo se extrapola a la violencia contra la sociedad desde el poder?
Honestamente, esa vinculación no se me había ocurrido. Pero es muy atinada. Por un lado está la violencia contra las mujeres, que es fundamental en este libro, y en todo lo que va a ser el ciclo Terra Alta. Es algo tan evidente y alarmante que desde que el mundo es mundo, la mitad de la humanidad tiene el pie en el cuello de la otra mitad. Es asombroso. Y esto no lo ha descubierto el feminista ni el movimiento #MeToo. Esto es así. Lo primero que vemos en todas partes cuando encendemos la televisión es que un hombre ha matado a una mujer. Es diario y constante, un hecho cotidiano. Melchor Marín no es un ideólogo precisamente del feminismo ni nada parecido. Simplemente lo lleva en la sangre y no puede aceptarlo. Nosotros en la vida diaria tenemos que tolerarlo y llevamos los casos a los jueves. Melchor Marín no puede, no está en sus genes. Y lo que tú dices ocurre en la novela, estos chicos pijos es como si hubieran entrenado en la violencia sexual para llevarla a una violencia superior, masiva, política. Y es que la violencia es violencia. El ejercicio de la violencia aplica contra las mujeres, los hombres, siempre con los indefensos, con aquellos que no pueden defenderse. Y repito: la democracia es el único invento que, si nos la tomamos en serio, nos permite protegernos de esta violencia congénita a los seres humanos. La civilización consiste en controlarla, dominarla, protegernos de la violencia que nosotros mismos llevamos dentro.
Hablemos de moral del policial. Cuando hablamos de épica, esta conlleva un héroe moral. Sin embargo, en América Latina, es difícil pensar en un agente de policía como una figura moral.
Volvemos a los fundamentos de la democracia. La ley es la única defensa que tienen los pobres y los indefensos, los miserables, frente a los ricos y a los poderosos. No hay otra. Sin ley, siempre ganan los poderosos a los indefensos. Siempre. La construcción de la democracia consiste en la construcción de un sistema que permita defender a los indefensos frente a los ricos y los poderosos. ¿Y cuál es esa defensa? La ley. Y el encargado de hacer valer esa ley es el policía, el juez, el sistema. El policía es el representante de la ley. Tú tienes razón, pero América Latina tendrá que construirse así. Tendrá que haber gente que haga respetar la ley. Voy por América Latina, tengo muchos amigos, y sé que en México, en Perú, la gente no se fía de la policía. Pero hay que luchar para que eso sea así. Hace poco leí a Mark Twain diciendo: “el mundo no funcionará hasta que la gente entienda que somos todos los que tenemos que defender la ley. Porque la ley es la que nos protege a todos”. Eso tiene que ocurrir. Eso no tiene que ver que no existan policías corruptos, en mis novelas por supuesto que los hay, gente de la que no te puedes fiar. Pero en general, te fías. Sabes que van a hacer su trabajo. Y eso es una conquista. Para tomarse en serio la democracia, todo el mundo tiene que arrimar el hombro. Tenemos que vigilar a los políticos para que hagan su trabajo. En cuanto das por sentada la democracia, ya la estás poniendo en peligro. En Perú hay elecciones, pero no basta. Es una pelea diaria.
El personaje de Melchor nació tras los atentados islamistas de Barcelona y Cambrils, en 2017. Al leerlo, no puedo evitar hacerlo dialogar con un policía con aficiones literarias como fue Rubem Fonseca o el Harry el Sucio de Clint Eastwood, un ejemplo de quien toma la ley por su mano, o el mismo escritor de policiales James Ellroy, que vivía obsesionado por el asesinato de su madre. Quería preguntarte por los referentes tras tu personaje protagónico. Cuanto hay en tu policía de otros policías?
Mi idea no era que Melchor Marín fuera un policía. Ni siquiera me propuse escribir una novela policial. Puede sonarte raro, pero es la verdad. Borges decía que todas las novelas son novelas policiales y estoy de acuerdo con él. Mis novelas lo son, en todas hay un enigma, y alguien que intenta descifrarlo. He leído novelas policiales, pero no soy un lector de novelas de género. En el fondo, creo que existen solo dos tipos de novelas: las buenas y las malas. Todo lo demás es palabrería. No le leído a Fonseca. Ellroy sí, me parece un gran escritor. Como Don Winslow, a quien leo porque me parece un gran escritor. Resulta que escriben novelas que dicen que son negras, pero si fueran blancas o rosadas me daría lo mismo. ¿A quien se parece Melchor Marín? Te doy mi palabra de honor de que yo no tenía en mente a ningún detective. No era ese mi propósito. Ya te advierto que en la tercera parte Melchor Marín no va a ser policía. No era mi propósito hacer los casos de Melchor Marín como los casos de Sherlock Holmes. Creo que llegué a que mi personaje sea un policía porque el corazón de este libro y del anterior, del ciclo en general, tiene que ver con la justicia y la venganza. Ese es el verdadero tema. Y cuando pones a un policía, ya aparecen estos temas. Intentando contestar a tu pregunta, quizás he visto policiales más en el cine. Probablemente.
¿Si en un bar se encontraran Melchor Marín y Lituma, coincidirían en algún tema?
(Rie) Es curioso. No lo había pensado. Seguramente encontrarían cosas de las que hablar. Ambos tienen cosas en común. Una cierta reticencia. Ninguno de los dos son la alegría de la huerta. Un fondo de honestidad personal. Me estás dando la idea de llevar a Melchor Marín a Latinoamérica, llevarlo al Perú a ver qué pasa.
Tu novela tiene ese juego intertextual cuando le preguntan a Melchor si ha leído la última novela de Javier Cercas. Es un juego inventado por el propio Cervantes. Estoy seguro que alguna vez has pensado que, ese policía anónimo que realmente existió, el verdadero héroe de Cambrils en que se basa tu historia, podría ponerse en contacto contigo para contarte su historia.
Sí. Y ahora que lo preguntas, Lituma y Melchor podrían ponerse a hablar del Tal Vargas Llosa y el tal Javier Cercas, que les están tocando las narices. Debo decir que, para ser preciso, la novela no se me ocurrió cuando los atentados. Yo ya había empezado la novela, y en un momento determinado, ya bien avanzada, me dije que Melchor Marín es ese policía. Los escritores trabajamos con la basura, con lo que nadie quiere. Reciclamos basura y oscuridad. Y nadie sabe quién es ese policía. Es un héroe desconocido, y mis héroes siempre son desconocidos. La virtud es secreta o no lo es. Ese es uno de mis lemas. Cuando el héroe se hace conocido, deja de serlo, sea real o ficticio. Y creo que no se pondrá en contacto conmigo. Conozco a gente que lo conoce, pero lo dudo mucho. Es un tipo que lleva una vida muy dura. Y por lo que me dicen, no se ha recuperado de lo que pasó.
Es muy provocador escribir una novela con un alter ego de un personaje anónimo pero real.
Sí. Podría ser que en algún momento, en el futuro, se pusiera en contacto conmigo. Pero no creo. Yo a Melchor Marín me lo he inventado por completo. No tiene ningún rasgo del personaje real, absolutamente ninguno. Y sobre todo, porque ese hombre intenta olvidar lo que ocurrió. Superar una situación así es muy complicado. Creo que a diferencia de Melchor, que era un hombre que, de algún modo extraño, intuitivamente, estaba preparado para eso.
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