Comenzamos esta entrevista literaria hablando de cine: Liam Neeson, decidió hacer un cambio drástico en su registro como actor luego de enfrentar la muerte de su esposa, en un desafortunado accidente practicando esquí. Poco después de haber sido nominado al Óscar por “La lista de Schindler”, convenció a un grupo de productores europeos para que lo dejaran protagonizar una cinta de acción de bajo presupuesto, basada en la historia de un agente de operaciones especiales que, debe acabar con toda una mafia de traficantes de blancas para salvar a su hija secuestrada. En efecto, “Taken” (”Búsqueda implacable”), asfixiante cinta de Pierre Morel, supuso para el fundamental actor un reinicio.
¿Algo parecido ha pasado con Javier Cercas? En efecto, uno de los más prestigiosos escritores españoles, cuya novela “Soldados de Salamina” lo consagró como el mayor exponente de la llamada “novela testimonio”, decidió cambiar su registro y lanzarse de lleno por los frenéticos recovecos de la novela policial. “El castillo de Barbazul” es la tercera entrega de la serie compuesta por “Terra Alta” (ganadora del Premio Planeta 2019) e “Independencia”. En esta última aventura, Melchor Marín, el antiguo policía y héroe de Cambrils, trabaja ahora como bibliotecario. Su hija Cosette es adolescente, y en un viaje de vacaciones a Mallorca, ella desaparece, lo que supone un obligado regreso de su padre a las pesquisas del antiguo oficio. En la isla descubrirá toda una mafia dedicada al tráfico de blancas y la violencia sexual en las altas esferas, lo que obligará al protagonista a enfrentarse a un poder generalmente impune.
Citar a Liam Neeson no es gratuito porque bien podría llevar Melchor Marín el rostro del actor irlandés. ¿Qué debió haber pasado para que decidiera refundar su carrera como escritor? le preguntamos. “Pasaron dos cosas”, afirma desde el otro lado de la pantalla, en esta entrevista vía Zoom. “Lo primero, mi deseo de reinventarme como escritor, de revelarme contra el escritor que había sido. Ocurrió después de que escribiera “El monarca de las sombras”, libro que para mí terminaba un recorrido empezado veinte años atrás con “Soldados de Salamina”. Sentí que no podía continuar con el mismo camino, pues corría el peor de los peligros para un escritor: repetirse. Así, sentí un deseo de reinventarme, de ser un escritor nuevo para decir cosas nuevas”, explica.
Por otro lado, Cercas Confiesa que Melchor Marín nace de su parte maldita, como diría George Bataille. Un resentimiento muy presente en él durante la crisis catalana del 2017. “En mi vida personal ocurrieron algunas cosas muy malas que me han servido como carburante para renovarme como escritor”, afirma. “Puedo decirte que Melchor Marín soy yo, pero solo en lo malo. Su oscuridad, su dolor, su furia, sus deseos de venganza, su odio, son míos. La crisis catalana, para mí como persona y para mi país, fue algo muy malo. Pero como escritor, para mí fue excelente, porque los escritores somos animales carroñeros, vivimos del dolor, de las crisis, de la violencia. Somos como los alquimistas que querían convertir el hierro en oro. Los mejores escritores convierten en belleza el dolor, la violencia, la furia, el odio. Por eso estoy seguro de que la literatura es útil siempre y cuando no se proponga serlo. Si se lo propone, se convierte en propaganda o en pedagogía. Y deja de ser buena literatura. De allí nace este cambio de registro en mi obra, creo”.
Aunque suceden cosas terribles en “El castillo de Barbazul, lo cierto es que es una novela bastante optimista, en la medida de que parte de una premisa: Melchor Marín, buscando enfrentarse al mayor responsable de los crímenes en la ciudad de Mallorca, puede conseguir a siete amigos capaces de morir por él. ¿Esto sería posible en el mundo real?
No lo sé. Sé que es posible en la novela, y que en gran parte se debe a que Melchor Marín es un hombre especial, con algunas virtudes fundamentales, dos de ellas esenciales: el coraje y el carisma . Winston Churchill entendía el coraje como aquella virtud que hace posible todas las demás virtudes. Y el carisma no es menos misteriosa. Tiene un sentido originariamente religioso, era una gracia que poseían determinadas personas, y que les permitía aglutinar a un grupo de personas normales o corrientes, para sobreponerse a su propia mediocridad y hacer cosas realmente extraordinarias. Eso es lo que tiene Melchor Marín, y eso es lo que hace verosímil que lleve a esta gente a jugarse la vida por él, por una causa justa. Estoy totalmente de acuerdo contigo: esta es una novela que, aunque tenga zonas de sombra, escenas muy duras, es extraordinariamente esperanzada y luminosa. No sé de donde carajos ha salido esa esperanza y ese sol, pero así es.
Hablando de optimismo, hoy los peruanos estamos pesimistas. Pensamos que la corrupción que vivimos a diario parece no acabar nunca. “El castillo de Barbazul” nos habla de una corrupción regional, un cacicazgo que domina una región pequeña, la isla de Mallorca. Resulta imposible no pensar en el Perú, donde la corrupción de un gobierno regional, de pronto, alcanzó el poder nacional. ¿Qué tan peligroso ves tú el fenómeno de las corrupciones regionales?
Es que esas corrupciones están en todas partes. El poder y el dinero generan corrupción. Y contra eso solo hemos inventado, de momento, una cosa: la Democracia. Una democracia es tanto mejor cuando menor impunidad tolera. Incluso en las mejores democracias existe la impunidad y la corrupción. Nosotros no podemos luchar contra la corrupción como lo hacen Melchor Marín y sus compañeros, no hay una solución individual a ese asunto. Y aunque estoy muy feliz de que Melchor Marín y sus compañeros metan en la cárcel a ese cabrón, aunque sea violando la ley, sé que en la realidad luchar contra la corrupción es una tarea de todos. El poeta peruano César Moro decía que en todas partes se cuecen habas, pero en el Perú solo se cuecen habas. Yo creo que no es verdad. A veces, en momentos de depresión podemos pensar eso, pero no es así. Es un trabajo permanente, porque la democracia es un trabajo diario. En cuanto tú das por descontada la Democracia, ya la estás poniendo en peligro. En el Perú y en cualquier parte. No os engañéis: los problemas no son exclusivos del Perú. Hay un sistema que permite que determinada gente sea corrupta, y eso sucede en Perú, en Mallorca, en Madrid o en Nueva York.
Una de las hipótesis de tu novela es terrible: plantea que, cuando no funciona la legalidad, cuando las instituciones que imparten justicia son solo una formalidad, tomar la justicia por mano propia parece justificarse. ¿Lo ves así o es solo una salida literaria?
Efectivamente, ese problema está en el corazón de las novelas de esta trilogía. Para mí, escribir una novela consiste en formular una pregunta compleja de la manera más compleja posible. Y no responderla. Al menos no de una manera clara, unívoca, taxativa. Las respuestas de las novelas son siempre ambiguas, contradictorias, poliédricas. La pregunta es: ¿Es legítimo tomarse la justicia por su mano? ¿Es legítima la venganza cuando la justicia no nos hace justicia? Te diré lo siguiente: en la realidad, la respuesta es no. De ninguna manera, al menos en una democracia. Quien no respeta las formas de la justicia, no respeta la justicia. En eso consiste la vida civilizada, no podemos ir por allí tomando la justicia por nuestra mano, está clarísimo. Ahora bien, en la ficción, las cosas no son así. La literatura (como el sexo) es placer. Pero también es una forma de conocimiento (como el sexo), aunque distinto del que nos ofrece el periodismo, la ciencia, o la historia. Lo que hace la literatura es poner en cuestión nuestras certezas más arraigadas, sacarnos de nuestras casillas, obligarnos a empatizar con actitudes, ideologías, personas, hechos que rechazamos en la realidad cotidiana. Eso es lo que hace la literatura: a cambio del placer que ofrece al lector, le crea problemas. Tu lees “Crimen y castigo” y te pones del lado de Raskolnikoff, que ha matado a una anciana. Si lees el “Ricardo III” de Shakespeare, te pones del lado de ese auténtico monstruo. Si tú ves “El padrino” de Coppola, te ubicas del lado de Michael Corleone, que ha sido capaz de matar a un montón de gente, incluso a su propio hermano. Si tú lees mis novelas, yo espero que estés del lado de Melchor Marín, y celebres de puta madre lo que ha hecho. Pero luego digas, “dios mío, esto en la realidad no se puede hacer”. Esa es la cuestión. Lo que hace la literatura es incomodarnos, replantear nuestras certezas. Así la literatura se vuelve útil. O como decía Alfonso Reyes, se convierte en un depósito de experiencias. Así nos vuelve más fuertes, así nos prepara para la vida. Yo le lanzo la pregunta al lector, y cada uno responderá a su manera.
Si Michael Corleone postulara a la presidencia en el Perú, quizás no sería el peor candidato…
No estoy seguro. ¡Como ficción me parece bien, como realidad no! (ríe).
Tuviste que investigar con agentes de la Guardia Civil de Mallorca antes de escribir esta novela. ¿Es real esta terrible situación de abuso sexual y trata de blancas en lo que a simple vista son paraísos turísticos?
Los lugares pequeños son particularmente propicios para que cosas así se produzcan. Situar la novela en Mallorca fue un poco azaroso: la mayoría de los jóvenes españoles tienen a Mallorca como destino natural cuando acaban sus estudios de secundaria. Pero cuando investigué más, me di cuenta de que Mallorca es un lugar particularmente propicio para que ocurrieran casos de violencia sexual. Sobre todo en sus zonas más privilegiadas, donde tienen sus casas algunas de las personas más ricas del mundo. Son lugares aislados, discretos. Cosas como las que cuenta la novela se han producido en muchos lugares parecidos, piensa nomás en el caso de Jeffrey Epstein, de Harvey Weinstein o de Silvio Berlusconi. Buscan lugares donde este tipo de cosas se puedan hacer con la impunidad que proporcionan el poder y el dinero. No es que esto solo pueda ocurrir en Mallorca o en Cancún. Puede ocurrir en cualquier parte. De hecho ocurre, porque la violencia contra las mujeres es universal. En México matan a 10 mujeres cada día. ¡Cada día! En España la policía afirma que se producen dos casos de abuso sexual cada hora. Tenemos un grave problema. Desde que el mundo es mundo, la mitad de la población ha estado sometida, postergada, sojuzgada a la otra mitad. Y la violencia contra las mujeres es una consecuencia de ese sometimiento. Por fortuna, ahora hablamos de estos asuntos.
Es esta novela elijes cambiar la complejidad de la trama propia de una novela policial por la intensidad de una novela de aventuras. Es más, al mismo protagonista le sorprende que su investigación para encontrar a su hija resulte tan fácil. Lo complicado es obligar a que las autoridades no sean indolentes frente a las denuncias de abuso sexual.
Totalmente. La violencia sexual es un tema que está en estas tres novelas, solo que en “El castillo de Barbazul” se hace muy visible. Tampoco es un tema que haya salido a buscar. Simplemente inventé un personaje como Melchor Marín, quería conocer su historia y descubrí que estaba acechado por esa violencia contra su madre, su esposa, su hija. Encontré el tema porque forma parte de nuestro tiempo. Los novelistas no somos extraterrestres, vivimos en nuestra sociedad. En segundo lugar, es muy exacto decir que esta es una novela de aventuras. Te diría que todas mis novelas han intentado serlo, a su manera. De cierto modo, la novela policiaca es una forma moderna de la novela de aventuras, y de allí su poca consideración, su desprestigio por los papanatas, los supuestos intelectuales. Es verdad que en esta novela el esquema de la novela de aventuras es mucho más evidente. Cuando mi editor leyó esta novela pensó en una versión de “Los siete samuráis” de Kurosawa, y sus seguidores en el cine de Hollywood como “Los siete magníficos”. Y es cierto. En el fondo, todo esto remite a la épica, que es el origen de la novela de aventuras. Por cierto, Kurosawa ideó “Los siete samuráis” sobre la base de “Los siete contra Tebas”. Y en el fondo de ello está “La Ilíada”, obviamente. Un grupo de hombres que se reúne para llevar a cabo una misión. Ese es el viejo esquema épico. Ese aire de novela de aventuras que tiene esta novela nos remite, finalmente, a la épica.
Cosette, la hija del protagonista, es un personaje con el que nos encariñamos en los dos primeros libros. Imposible no conmoverse aquí por lo que le sucede, y por su trauma generado por la violencia sexual. ¿Como autor, cuánto duele someter a tus personajes a situaciones tan duras?
En este caso, especialmente. Porque yo también me he encariñado con este personaje. Tuve que investigar seriamente un asunto que no conocía: cómo reaccionan las mujeres ante casos de violencia brutal como este y que instrumentos se desarrollan para que las mujeres capaces de afrontar la idea de haber sido víctimas de una violencia de este tipo puedan recuperarse. Es un asunto muy espinoso. Me emociona mucho ese personaje y su capacidad extraordinaria de resistencia frente a esto. Ha sido una aventura inesperada para mí. Yo quería mostrar por dentro como es el proceso de recuperación de una niña que vive una situación así. Y ha sido difícil. Estoy muy orgulloso de ella.
Parte de la furia que siente la hija de Melchor Martín se debe a que su padre nunca le dijo la verdad sobre el asesinato de su madre, y ese es otro gran tema de la novela: ¿Cómo administran los padres la verdad? ¿Para protegerlos de la realidad, podemos evitársela a nuestros hijos?
Esa es una pregunta para la cual no tengo respuesta, ojalá la tuviese. La relación entre padres e hijos siempre es trágica: siempre hay un conflicto ambas partes, y ambos pueden tener razón. Los padres tienen razón al querer proteger a los hijos, sobre todo cuando son pequeños, y los hijos tienen razón al querer emanciparse de los padres. Melchor Marín tiene razón al querer proteger a su hija de esa verdad terrible. Pero Cosette tiene también razón al enfadarse con su padre, por haberle ocultado un hecho absolutamente esencial para ella. Hay que lidiar con el conflicto. Nadie ha dicho que la vida sea fácil. Y esta novela muestra eso. Al final, de algún modo, ambos entienden que eso ha sido así. Y que deben convivir con esa tragedia.
Finalmente, si hay un tema transversal en tu trilogía es el del amor por la lectura. Sé que la pregunta es tópica, pero quiero saber tu opinión especializada: ¿Para que leemos? ¿Cómo afecta la lectura nuestras vidas?
Leemos para vivir más. De una manera más rica, más intensa, más compleja. Melchor Marín diría que leemos para salvar nuestras vidas, para saber quiénes somos. Leemos por placer, pero también para conocer la realidad y a nosotros mismos. Y por infinidad de razones más. La pregunta más bien debería ser por qué hay gente que no lee. Cómo es posible que se pierda esta experiencia única y se conformen con vivir una vida más pobre, disminuida. Esa es mi gran pregunta. No lo entiendo. Me da pena la gente que no lee. Solo puedo darles el pésame.
Ese amor por la lectura que se desprende de esta trilogía está insertado en el juego de espejos dentro de estas novelas, donde hay un escritor Cercas que escribe libros sobre Melchor Marín. ¿Se anuncia un encuentro próximo entre Melchor y su escriba para el cuarto libro?
(El escritor no responde. Luego ríe) Esa es mi respuesta.
Esa no es una respuesta, señor cercas. Esa es una burla a este periodista...
(Ríe) ¡Tómalo como una gran carcajada interrogativa! Me estás dando ideas. Yo planeé esto como una tetralogía. Pero no pasaría nada si se queda como está, con la gente preguntándose si se va a encontrar Melchor con su escriba, qué va a pasar con Cosette. ¡Me encanta! A lo mejor hay una cuarta parte, no lo sé. Uno sabe cómo empezar las novelas, pero no cómo acaban. Son como las guerras, ahora que están tan de moda.
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