Cualquiera que recorra la copiosa obra poética de Roger Santiváñez (Piura, 1956) reconocerá la tensa paradoja del discurso de un creyente que tiene como uno de sus puntales la desacralización violenta de figuras religiosas y totémicas. Ello puede constatarse en libros representativos del poeta o en diversos textos de su antología “Sagrado” (2016), donde el yo lírico se desgarra entre la epifánica salutación cristiana y la asimilación de componentes trasgresores y lumpenescos a un santoral particular que algunos poemas, cual altares en esquinas dudosas, erigen acompañados de una música visceral, de notas agitadas e impetuosa sonoridad.
También es claro que Santiváñez ha levantado a partir de “Eucaristía” (2004) uno de los proyectos más ambiciosos y rupturistas de la poesía peruana contemporánea. Hablamos de una veintena de libros breves compuestos a lo largo de dos décadas donde el sonido de las palabras, su morfología y sus requiebros guían una voz establecida entre la sensorialidad y los ritmos impuestos por los movimientos de la memoria. Esa voluntad libérrima describe el exilio exterior e interior de Santiváñez en las calmas orillas del Río Cooper y sus poblaciones aledañas, que volumen a volumen cobran la categoría de regiones de un rico y maleable estado mental más que de una coordenada geográfica reconocible.
El último libro de Santiváñez, “Santa Rosa de Lima”, sin escapar de los preceptos mencionados, ofrenda nuevos aportes a su trajinado empeño. Conformado por 31 estancias trabajadas a lo largo de tres años, este extenso poema edifica una imagen ambivalente de la patrona capitalina: pretende auscultar la visión histórica de la santa mientras redefine su figura transformándola en una muchacha moderna que renuncia a su virginidad “atravesada por la fecunda Idea del deseo”. Esta Santa Rosa bifronte constituye un ente desestabilizador de cualquier intención hagiográfica, de cualquier cronotopo prefijado; se muestra como un espacio antropomórfico donde los intereses de Santiváñez desarrollan inéditas aristas que afilan los signos y temas que perfilan su intransferible poética.
Así, “Santa Rosa de Lima” parte de una referencia neovanguardista-lisérgica (la de “Santa Rosita & el péndulo proliferante”, de Mirko Lauer, extraño artefacto tributario de los radicales experimentos burroughsianos) para luego ser motivo del fervor propio de toda reconversión (“& fuiste la causa / que encausó mi vida / una gloria sintetizada / en mi mente sana”) y a continuación transformarse en icono barrial venerado por la fauna toxicómana (“En mi distrito también / tenías tu hornacina & / tu rezo llegaba hasta el mar turquesa & al / Bendito cielo que de / Noche se pasteleaba”). Pero entre estas configuraciones emergen otras planteadas desde diferentes ángulos, recalcando la majestad divina de la santa, con una inocultable resonancia de Ginsberg (“Gracias metropolitanas reginatas / Coronas de Oriente te ciñen”) o su precario estado psiquiátrico, cuyas secuelas son descritas en esta biografía en verso (“Bebías tus orines en /Plan medicamento”).
De esa manera Roger Santiváñez logra una versión personal, holística y desmitificadora de Santa Rosa que es, además, una exitosa tentativa conceptual. El poeta no aspira a una férrea regularidad: como alguna vez afirmó Mario Montalbetti sobre Rodolfo Hinostroza, Santiváñez no escribe versitos. Si Hinostroza se había consagrado a la consecución de un nuevo lenguaje, el objetivo de Santiváñez es faltarle el respeto a la norma (“A favor de Lima / Contra los británicos modos”) y rasguñar la superficie de la palabra para hacer brotar las esencias y sustancias que las convenciones ocultan. Esa es la victoria de este poema, el mejor que el líder de Kloaka ha publicado desde “Symbol”, su expresión renovadora más poderosa hasta hoy.
Roger Santiváñez. Santa Rosa de Lima.
Hipocampo Editores, 2022. 55 pp.
Relación con el autor: amistad.
Valoración: 4 estrellas de 5 posibles.
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