Hagamos un experimento casero: escriba la palabra “Belleza” en el buscador de imágenes de Google. Descubra cómo, en los 100 primeros resultados, 98 son retratos de preciosas y jóvenes modelos mujeres. No hay una obra de arte, una estatua clásica, un paisaje o una flor. Son caritas cosméticas, todas blancas. El escritor Andrés Neuman hizo esta búsqueda y le resultó reveladora, pues para el escritor nacido en Buenos Aires y formado el resto de su vida en Granada, España, este motor de búsqueda no es otra cosa que el espejo de nuestro inconsciente colectivo. Nos revela nuestros deseos y aspiraciones.
“Anatomía sensible” (Páginas de Espuma), su más reciente libro (Páginas de Espuma), hace estallar los convencionales estereotipos asociados a la belleza y la estética mientras le canta a todas las partes visibles del cuerpo, sean de ancianas hedonistas, madres con estrías, jóvenes de pechos caídos, chicas trans o gordos orgullos de serlo. Un libro que cuestiona la uniformización creada por el Photoshop y más bien celebra las pelusas del ombligo.
Es muy revelador que la tapa de la portada de tu libro muestre una rotunda cicatriz. Por que eso parece ser su espíritu: un llamado a reconocernos en las imperfecciónes del cuerpo.
Lejos de ser un defecto, lo que llamamos imperfección es más bien el punto de partida de la identidad. Hoy se vive un mandato colectivo para homogeneizar nuestras diferencias en pos de un modelo mercantil, cosmético y patriarcal, en contraposición a la fuerza imparable del feminismo, la revolución en marcha de nuestro siglo. Pero todo el tiempo vemos imágenes de cuerpos canónicos, la obsesión por adelgazar o ir gimnasio, filtros y fotos desnaturalizadas. La industria cosmética y alimenticia ha usurpado el territorio de la salud. A pesar de que la diversidad se ha vuelto un tic retórico, nunca se había homogenizado tanto los cuerpos como ahora. Ante esa nausea estética, me interesaba escribir un libro que intentara reflexionar desde el humor esa cuestión. “Anatomía sensible” trata de responder a esa idea de la perfección. Hay mucho camino por recorrer. En las películas, necesitamos chicas que muestren con orgullo sus estrías y pechos caídos, héroes que cuando se saque la camiseta tengan barriga y pelos en el ombligo. Hay que ampliar el imaginario.
Mira que nuestra generación se crió con el Batman de Adam West, un super héroe con barriga...
¡Esa barriga era espléndida! Le daba a Batman algo de padre de familia, trabajada con los años. Había allí muchas aventuras recorridas. Quizás no era el Batman en su mayor plenitud física, pero sí el héroe que se las sabía todas. Ojo, también era una barriga muy discretita. Yo le habría subido 5 kilitos más para terminar de redondear la idea.
De hecho, en “Anatomía sensible” hay todo un capítulo dedicado a la barriga.
“Barriga soberana”, se titula. Hace un repaso de todas esas bellas barrigas que no están en el canon, desde la del caballero hasta la de la dama, pasando por la barriga pre y pos parto, con sus respectivas estrías. Ahora que acabo de ser padre, me alegra mucho haberlas incluido. Trato de poetizar todo aquello que nos enseñaron como motivo de vergüenza. No se trata de “tolerar” al cuerpo diferente, sino de ponerlo al centro de un canon alternativo, con el mismo elogio poético que de manera mecánica se aplica a esos “cabellos dorados como el sol” o los “dientes como perlas”, espantos pseudopoéticos que eliminan el pensamiento metafórico.
¿Por qué los escritores hombres no solemos reflexionar de forma consciente sobre la opresión de los cuerpos?
Muy poco. Lo han hecho las escritoras e intelectuales mujeres y quizás cierta tradición gay. Pero el hombre medio, hetero y occidental se ha ocupado muy poco de releer su propio cuerpo. Quizás porque estábamos muy ocupados observando y poseyendo cuerpos ajenos.
¿Qué piensas de esa reacción masculina que se escandaliza porque en el debate feminista algunas mujeres propongan el neologismo “cuerpa” para hablar de ellas mismas?
Me parece un acto de impotencia criticar el enorme trabajo que está haciendo el feminismo tanto en términos políticos como artísticos en lugar de preguntarnos qué estamos aportando los hombres al debate. No podemos limitarnos a seguir creyendo que nuestra función es validar o invalidar. Que nos escandalice o no es una reacción muy pobre. Si miramos con visión histórica, veremos que el feminismo no empezó con el #MeToo, tiene varios siglos. Mary Wollstonecraft, tres años después de los derechos del Hombre, escribió la reivindicación de los derechos de la mujer, ¡En 1792! Lo que estamos viviendo ahora, incluso con el movimiento trans, no es el primero, sino el último eslabón de una larga cadena de pensamiento estético.
¿En tiempo de pandemia, obligados a mirarnos el ombligo, crees que hemos tenido la oportunidad para entrar en contacto más estrechamente con nuestros cuerpos?
Al contrario. Creo que la pandemia ha suprimido la posibilidad de dialogar con los otros cuerpos. La pandemia, lejos de ser una inflexión, ha sido un factor de agudización de los problemas. Lo que antes iba mal, ahora va peor. La precariedad laboral, la desigualdad social, la facultad de conciliar trabajo y familia, las adicciones a la nueva tecnología, el reparto de la riqueza. Si “photoshopear” el imaginario era antes una tendencia, ahora es una tara forzosa. Si ya nos costaba antes relacionarnos con la complejidad de los cuerpos reales, ahora con la pandemia lo único que tenemos es la representación digital del cuerpo de nuestro prójimo.
Un adolescente mira su cuerpo con curiosidad, atento a los cambios, mientras que los mayores lo hacemos más bien para reportar los daños. Este libro te tomó siete años: ¿Cómo cambia la actitud con la edad al hablar del cuerpo?
Una de las intenciones que tenía cuando empecé a escribir el libro era aprovechar la coincidencia accidental que en nuestra lengua propicia la palabra “género”. Esa homonimia tan extraña me proponía una relación interesante, pues revelaba que no se podía separar el cuestionamiento de género con respecto al cuerpo, del género literario mismo. En la medida de mis posibilidades, me propuse escribir un libro que borrase los esquemas de género. Así, la voz narradora no es del todo masculina ni del todo femenina, no exactamente hetero, ni gay, ni ‘queer’ sino todo eso junto y nada de eso a la vez. Es una especie de mirada líquida y dinámica que va mirando el cuerpo desde todos los ángulos, cambiando de deseo y de identidad. Del mismo modo, la prosa oscila también. Es un libro hecho de piezas independientes que se deja leer como un libro de cuentos, pero tiene una estructura orgánica, un tema único y principal, que sería algo más propio de un proyecto de novela breve. Todos los temas son de discusión teórica más próxima al ensayo y, sin embargo, la prosa es sobretodo poética. La idea era juntar todos los géneros literarios en los que he trabajado y darles también una óptica cambiante. Lo escribí muy despacio, pues el libro me obligó a hacer una reevaluación del cuerpo propio y del ajeno durante años. Creo que entrar en mi “cuarentena”, pasar los 40 años, tuvo algo que ver.
“La crisis de los 40″ que le llaman.
Muchas veces lo es. Pero como mínimo representa un alto en el camino, un mirar atrás y adelante. Como reubicar tu GPS. Para bien o para mal, fui un autor precoz que empezó a publicar desde los 20 años. Y me obligaron a ejercer de “joven escritor oficial” durante la mitad de mi vida. Me he pasado todo ese tiempo respondiendo preguntas sobre la juventud, algo que me ponía frenético. Obviamente ya me liberé de eso, pero cuando por fin abandoné ese territorio me pareció que era un momento bisagra para replantear mi mirada sobre el cuerpo. Envejecer lentamente esos 7 años fue una belleza. Sentí que no solo había una evaluación de daños, sino también hubo una relajación progresiva, un serenamiento que no tenía nada que ver con la resignación sino con la comprensión. Comprensión de la imperfección propia y ajena. No podría haber escrito este libro hace 10 años.
Se trata de un libro que habla del cuerpo pero, curiosamente, lo cierras hablando del alma...
La tradición literaria ha localizado el alma en unos pocos lugares simbólicos como el corazón o los ojos, mientras la ciencia la localiza en el cerebro. A mí me divertía imaginarme el alma en todas partes, incluyendo las partes menos nobles como la papada, la parte más áspera del codo. Voy haciendo pasar el alma por los lugares menos tradicionales del cuerpo.
¿Cómo se explica esta división del cuerpo? ¿Por qué hablar del codo o del ombligo resulta menos poético que el corazón?
Por una mescla de inercia, miopía y pereza estética. Eso fue lo que me sorprendió cuando empecé a trabajar en el libro. Creemos que estamos llegando a alguna parte de la historia y nos creemos que ya queda poco que nos sorprenda. Y de pronto, en pleno siglo XXI, descubrimos que una enorme parte del cuerpo no ha sido poetizada todavía. El caso del codo me parece particularmente significativo. ¡El codo es el paria de la belleza! Nunca nadie te dice “qué bonito codo tienes”, ¡jamás! Es un piropo que no ha sido dicho nunca. Y, sin embargo, resulta el sostén de nuestra paciencia. El gesto del pensador de Rodin es universal. Sin codo no hay reflexión, no habría agresiones deportivas, el brazo sería mucho más dogmático, incapaz de flexionarse. En el libro escribí “algún día el codo hará su propia revolución sensual”. Y para mi sorpresa, en estos tiempos de pandemia el codo se volvió desesperadamente central porque se ha convertido en el único contacto con el prójimo. De pronto, esa parte del cuerpo a la que nadie le hacía caso volvió a la zona del tráfico social. Estamos llenos de codos y no nos damos cuenta. Hemos visto mucho erotismo y creemos que todo tiene que ver con los pechos, las nalgas, los genitales, la cara. Quizás los pies, aunque solo jóvenes y femeninos. Pero la mayor parte del campo semántico del cuerpo está allí, esperando a que le hagamos literatura.
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Perú descubre una nueva joya arqueológica de 3,200 años de antigüedad
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