Todo acto cotidiano y constante tiene algo de ritual. A fuerza de repetición, hasta el más sencillo de los hábitos se reviste de intimidad y magia. El uso del cassette encaja en esa premisa: fuimos muchos los que nos acostumbramos a sacarlos y ponerlos de sus estuches, encajarlos entre casquillo y cabezal, usar un lapicero para desenredar su cinta en caso de accidente (qué dolor), o grabar algún tema de la radio esperando que ninguna cuña o la voz del DJ interrumpan nuestra canción favorita.
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Melómanos de tres generaciones le adeudan a Lou Ottens algunos de los mejores momentos de su educación sentimental. El mencionado caballero, ingeniero holandés fallecido hace unos días a los 94 años, fue el creador del popular formato del cassette: estuche de plástico que envolvía dos carretes por los que pasaba la bendita cinta magnética a una velocidad de 4,6 centímetros por segundo. La felicidad dividida en lado A y lado B.
Ottens inventó el artilugio a principios de los 60, cuando trabajaba como director del departamento de desarrollo de la Philips. En 1963 lo presentó oficialmente y se convirtió en suceso inmediato. También negoció un acuerdo entre Philips y Sony para producir un modelo estandarizado, y desde entonces hasta la actualidad se calcula que unos 100 mil millones de cassettes se han vendido en todo el globo.
Décadas más tarde, el propio Ottens formó parte del equipo que inventó el CD, otra maravilla de la fidelidad y la distribución. Pero esa otra historia se podrá contar en el momento oportuno.
LA MÚSICA A TODAS PARTES
Para el investigador y gestor Luis Alvarado, director del sello Buh Records, la trascendencia de estas cintas magnéticas en carcasa puede sentirse hasta nuestros días. “Que el cassette permitiera hacer copias en casa fue el germen de la piratería, y del desarrollo de muchos sellos independientes alrededor del mundo”, afirma.
“Su portabilidad lo hizo fácil de enviar por correo postal –agrega Alvarado–, generando una red de intercambio global que ayudó a la expansión de muchos géneros musicales que nacían en los márgenes. Permitió hacer mixtapes (‘playlists’), empujó la aparición de la generación Walkman, redujo a casi nada el costo de acceder a la música. En tal sentido, el cassette prefiguró las condiciones de nuestra relación con la música hoy”.
La mención que hace Alvarado del Walkman también es clave para entender el impacto del cassette. Esa portabilidad musical es la que provocó el verdadero ‘boom’ del formato en los años 80. El propio Ottens dijo en alguna oportunidad que una de sus grandes frustraciones fue que la japonesa Sony creara el famoso reproductor, y no la holandesa Philips, empresa para la que él trabajaba.
La conjunción del Walkman y el cassette condujo incluso a la creación accidental de subgéneros musicales: en México, algunos fanáticos de la cumbia descubrieron que sus canciones adquirían un ritmo especial cuando las baterías del Walkman se gastaban y la música se ‘ralentizaba’. Para los interesados, ese fenómeno de las cumbias lentas o “rebajadas” se retrata en la película “Ya no estoy aquí” de Fernando Frías, que puede verse en Netflix.
HECHO EN CASA
El cassette también tiene vinculación con la propia creación musical, el ‘DIY’ de la composición. De alguna manera, su irrupción permitió democratizar el proceso, bajarlo de un alto pedestal. Sin saberlo, el invento de Ottens estaba pavimentando el camino de la libertad absoluta que muchos años después instauraría Internet.
“Me gustaba del cassette su plasticidad y cómo era libérrimo respecto a los ‘copyrights’: podías grabar tus propias selecciones de canciones, hacer ‘mostritos’ musicales si tenías dos caseteras y un micrófono (o no), y hacer lo que hoy está tan en boga: podcasts caseros”, señala la cantautora peruana La Lá, una de las muchas representantes de la generación casetera.
Similar es la experiencia de Jessica Rodríguez, vocalista y líder de la banda Indiependencia: “Crecí escuchando música por medio de cassettes. En alguna Navidad pedí de regalo el clásico Walkman Sony negro. El primer cassette de rock que llegó a mi casa, gracias a mi hermano mayor que ya estaba en secundaria, fue el ‘Live at the BBC’ de los Beatles, una caja con dos cassettes y un librito al medio. Y lo que más me gustaba era que podría grabar. Aprendí a tocar guitarra en el colegio y en un cassette grababa mis primeras composiciones”.
SONIDO Y SENTIMIENTO
Aunque en menor medida, actualmente ocurre con los cassettes algo similar a los vinilos: una suerte de ‘revival’ que se mueve entre el coleccionismo fiel y el fetichismo ‘hipster’. Artistas tan dispares como Lady Gaga, Coldplay o Justin Bieber han apostado por lanzamientos en formato cassette. Pero no solo las estrellas multimillonarias se dan ese lujo, sino algunos proyectos independientes que apelan a su valor material. Melancolía por lo táctil en tiempos de Spotify.
Porque, valgan verdades, el cassette dejó sobre todo una huella indeleble en las escenas ‘underground’: punk, noise, garage, metal, rap y otras manifestaciones “marginales” alrededor del mundo. Támira Bassallo, exintegrante de las bandas Salón Dadá y Col Corazón, emblemas del ‘subte’ peruano, vincula al cassette especialmente con un factor sentimental.
“Cuando pienso en el cassette, viene a mi mente la imagen de una mano en la acción de entregar uno –reflexiona Bassallo–. Para una o más generaciones, el cassette fue mucho más que un medio de grabación o reproducción de sonidos; en una era pre-internet, y en un medio con poco acceso a los discos originales, significó amistad, solidaridad, compañerismo. Alrededor del cassette había una especie de confraternidad que se traducía en el esfuerzo y tiempo que implicaba grabar, luego encontrarse con la persona para la entrega y, a veces, la escucha compartida”.
“El cassette me acompañó en la adolescencia”, cuenta por su parte el músico e ilustrador Amadeo Gonzales. “Era un formato amigable –prosigue–, recuerdo haber comprado mis primeros cassettes piratas en el jirón Quilca, con lo mejor del punk, grunge, alternativo, con versiones en concierto que no se encontraban en tiendas de discos. El formato se prestaba para la experimentación y estaba al alcance de la mano. Podías adquirir cintas en blanco y grabar las canciones favoritas de la radio con comerciales incluidos o jugar grabando con la casetera, inmortalizando el momento”.
EL PLACER DE REBOBINAR
Otra de las ventajas añoradas del cassette era la posibilidad de grabar audios por encima de otros, como una especie de palimpsesto sonoro. Quien no ‘chancó’ los cassettes de sus padres o hermanos mayores puede tirar la primera piedra. Sin embargo, lo que ganaba en practicidad y transportabilidad, lo perdía en calidad.
Incluso el propio Lou Ottens reconocía las limitaciones del cassette. A diferencia de sus más devotos fanáticos, el inventor no guardaba especial cariño por el formato y prefería el CD. “Como ingeniero, siempre estaba más enfocado en cuestiones como la fidelidad y la precisión”, reveló a la revista “Rolling Stone” el cineasta Zack Taylor, director del documental “Cassette: A Documentary Mixtape”, donde se entrevista a Ottens.
Asunto que nos lleva a preguntarnos por la validez del resurgimiento de los cassettes entre coleccionistas. ¿Tiene verdadero sentido volver a consumirlo? La respuesta lógica y definitiva es que no. Porque a diferencia del vinilo, que no disminuye en su calidad, la cinta magnética sí va perdiendo sonido, hasta el punto en que el contenido puede borrarse por completo.
Pero esa es la respuesta lógica a la pregunta, como ya dijimos, y las pasiones musicales obedecen menos a la lógica que al corazón. En ese refugio íntimo –latido y nostalgia de por medio–, el cassette sigue sonando con mecánica fascinación.
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