A la izquierda del escenario del Arena Perú, donde ya se reúne el público para ver a Billy Idol, se alza un muro de aislante acústico. A la derecha, en cambio, solo hay unas lonas simples. Mis dudas sobre tener solo un extremo acondicionado para que el sonido se mantenga en el recinto, al menos para los del Campo A, se vieron resueltas desde las 8:00 p.m. Zen abre la noche y sus acordes, sus letras, van hacia donde tienen que ir. Todo clarito por el lado técnico.
Cuando suena “Tan cruel”, salvo algunos pocos fans al frente, los más cercanos al escenario, el público se mantiene en su sitio, calmado. Con “Aún me tienes” el asunto se repite, lo mismo con “Sol”, “A tu lado”, “Mi perdición” e incluso con “Comenzar de nuevo”; tema del vocalista en su etapa en solitario. El público sigue igual, apacible, no rockea. Cuando aparezca Billy esa energía recién saldrá, pero ahora, salvo unas cuantas excepciones, incluyendo el infaltable individuo que ya ha bebido demasiado, todo sigue tranquilo.
No atribuyo la frialdad del público para Zen a un tema de calidad, ni de edad de la audiencia. Jhovan Tomasevich lo dio todo, la banda entera fue fiel a su carácter. ¿Pero se corresponde este estilo con la expectativa al evento principal? No. Cómo culpar al público de frialdad entonces, si ambas presentaciones son tan diferentes. Una elección de teloneros más afines al show era necesaria por respeto al público, así como a los artistas. Zen se despide con “Quédate una noche más” y “Desaparecer”, las canciones que más emocionaron.
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El ídolo
Que en su juventud se negara a una educación clásica no significa que Billy Idol no sea un caballero británico. A las 8:59 P.M., un minuto antes de la hora anunciada, su banda ya estaba en el escenario y los acordes de “Dancing With Myself”, en el aire. La energía que no salió con Zen, recién ahora se deja ver con el tema de Generation X que sirvió también para presentar al cantante cuando saltó el charco en los años 80. Él dice que se inspiró junto a su colega Tony James en los jóvenes que vio en una discoteca de Tokio (Japón), gente que bailaba sin pareja en un local lleno de espejos. No es lo que dice la lectura más evidente, de que es una oda a la masturbación; aunque en un momento, cuando Billy se toca la entrepierna, parece confirmar la leyenda.
“Qué adorable es estar aquí”, dice Billy antes de entonar otro de sus clásicos, “Cradle of Love”. El sonido del cantante se mantiene casi intacto a tres décadas de su salto a la fama, pero no tanto como su mueca que combina placer con desprecio y que el artista convirtió en un sello. Importante: Más allá de las dos pantallas clásicas en ambos lados del show, donde los camarógrafos muestran detalles de los cantantes (para que los asistentes de Tribuna y Campo B vean bien lo que ocurre), destaca la pantalla del fondo, una LED con las gráficas del show: primero un suburbio británico típico, luego la gran ciudad, como esa Nueva York de desenfreno que lo recibió en los años 80. Hay gente emocionada, tanto que hasta salta con un vaso de cerveza lleno.
Una breve pausa. No hay voz, pero al fondo Billy hace lo suyo. Un breve striptease para cambiar de atuendo. Es hora de “Flesh or Fantasy”, otro clásico. Que alguien se lo diga a los que entraron al show con un palito de selfie para grabar. Pero no todo esta noche han temas de antaño, pues el ídolo interpretó también su más reciente single, “Cage” (jaula), el cual fue gritado con la intensidad de un tema con varios años y que, en palabras del artista, es una especie de “himno pandémico”. El mismo efecto se replicaría más adelante en el show con “Running from the Ghost”, un tema aún no editado, exclusivo todavía de los shows en vivo; melódico, melancólico.
También se hicieron presentes “Speed”, el tema que le hizo a la película homónima de Keanu Reeves; la reciente “Bitter Taste”, una suavecita para que la gente se relaje. “There’s a million ways to die”, dice Idol. Una de esas formas de morir, aunque con gusto, es su poderosa voz, de esas que sacuden. Otro clásico, el “Eyes Without a Face”, y después el “One Hundred Punks”, de cuando Billy era de Generation X. Y entonces, un momento especial de la noche que no involucró al cantante.
La fama de Billy es tanta que a uno hasta se le podría perdonar si no sabe que que llegó al Perú junto a Steve Stevens, uno de los mayores guitarristas del rock. Su solo de cuerda es por momentos épico, por momentos divertido, pero de permanente sorpresa. Le pidieron más y él cumplió.
El show se va acercando a su fin, terminará marcando 90 minutos, pero no sin antes presentar la canción que justificó asistir al show: “Rebel Yell”, donde la emoción de la alcanzó un pico. Un tema inolvidable, sea para los que lo escucharon por primera vez en 1983, para los que la tuvieron como tema de referencia en toda esa década y en los 90, o para los que la disfrutaron en otro contexto: el videojuego “Metal Gear Solid 5: The Phantom Pain” del 2015, donde puedes escuchar el tema mientras te infiltras en bases enemigas.
Luego siguió “Born to Lose”, el cover de The Heartbreakers que el ídolo hizo suyo, y finalmente el cierre con uno de los temas que le forjaron la carrera: “White Wedding”. Esto ya se acaba, los gritos de “olé, olé, olé” despidieron el show. “No me voy a retirar pronto, vamos a volver” es la promesa del artista para un público agradecido. Una audiencia que pudo ofrecer más gritos y emoción. Ahí faltó algo.
Un problema
La salida del evento fue complicada. Si no esperas media hora dentro del Arena Perú, te enfrentas a la marea humana que va directo a la Javier Prado por la única salida. No quisiera estar entre las pobres almas que, en caso de necesitar una evacuación por desastre natural, se encuentren allí, a menos que se habiliten más salidas. ¿No podría crearse una ruta directa hacia la Panamericana Sur? Algo que descongestione ese flujo humano.
Cuando estás afuera, el tema es otro. En el caso de este redactor, tuve que ir en dirección a Manuel Olguín y enfrentar una vereda muy estrecha, acorde con esta ciudad donde el auto manda y el peatón capitula. Pero mientras unos se enfrentan a la acera, o a los autos (caminar por el asfalto es tentador), otros lo hacen contra la altura en el puente que cruza la vía rápida y que normalmente se cruza en un minuto. Esta noche, eso toma mucho más tiempo.
Una cosa es vivir al límite con la mejor música, pero esto es pasarse.
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