“Una banda innovadora, de estilo pop con remiciencias a los años 60, fresco, directo y sin complicaciones”, así describía la prensa musical a los Hombres G hace 40 años. Y es que los madrileños apenas llegaban a la mayoría de edad cuando se conformó el grupo, no tenían formación musical y componían guiados por la espontaneidad. Pero nada pudo detener su meteórico ascenso a las radios, traspazando fronteras y cautivando a los entonces jóvenes de entre 15 y 20 años, ansiosos por divertirse y bailar sin preocupaciones.
Así fue como llegaron al Perú por primera vez en 1987. Era su primer concierto fuera de su tierra natal, y esperaban su recibimiento en un bar o una discoteca con algunos gatos expectantes. En cambio, los esperaba una estampida de personas fuera del aeropuerto y un Estadio Nacional repleto de fanáticos. “Por eso ustedes están en nuestro corazón, porque desde siempre nos han recibido con mucho cariño”, diría el vocalista David Summers el viernes por la noche, en su última visita al país, celebrando cuatro décadas de aniversario.
La juventud eterna
Son 9:20 de la noche y más de 30 mil personas aguardan pacientemente la llegada de (vocalista y bajo del grupo) Javier Molina (batería), Rafa Gutierrez (guitarra acompañamiento) y Dani Hardy (guitarra). Aunque haya un pequeño retraso de 20 minutos, el ambiente en el Estadio Nacional es tan calmo que ni se percibe. Estos asistentes, educados como pocos, se mueven sin empujones y, con valentía, pronuncian en voz alta palabras tan raras de escucharse en un concierto limeño como “permiso” y “gracias”.
Pocos minutos después, el escenario se ilumina con un deslumbrante tono violeta, es el momento esperado Una luz cenital enfoca a Javi en su entrada triunfal al escenario y este entona la introducción operística de “Venezia” (1985), esa canción que comenzó como una sática a las canciones italianas y terminó convirtiéndose en un himno generacional. Los tambores retumban y, como si el tiempo no hubiera pasado, David Summers toma el relevo con su característico tono agudo que sorprende por lo idéntico que aún suena a su versión de estudio, ¡después de cuarenta años!
Los asistentes desempolvan mentalmente sus uniformes escolares, y corean la canción con nostalgia. Algunos incluso levantan sus celulares para grabar el momento. pero no son la mayoría, ya que a donde que se mire, hay personas entregándose a la música con una energía envidiable. Son una generación diferente, acostumbrada a disfrutar el momento. “Vamos a contaros nuestras vida a través de nuestras canciones, a recordar algunas que hace años no tocamos. En definitiva, la vamos a pasar de p*** m****. ¡Arriba Perú!”, grita Summers al finalizar el tema.
“El ataque de las chicas cocodrilo” y “Solo otra vez” (1986) suenan a continuación y el desenfreno continúa. La complicidad entre los Hombres G es innegable. Durante toda su trayectoria han insistido que no son una banda, sino “un grupo de amigos”, y lo demuestran con su interacción en el escenario. Ellos juguetean, se acercan entre sí, ríen, y disfrutan al igual que el público. Unas leyendas.
"Un vaso de cerveza y una canción"
Tras un breve descanso, la banda se adentra en su repertorio de canciones más desgarradoras. Temas como “Vuelve a mí”, “Indiana” y “Nassau” llenan el aire con sus letras cargadas de melancolía. En pantalla se proyectan las letras para que hasta los más olvidadizos puedan corearla. Aunque no se muestren tan comunicativos con el público, crean una conexión colectiva que une a todos en un coro de emociones compartidas.
Una pausa más (sí, otra) se realiza para compartir clips donde Cafeta Cvba, Los Enanitos Verdes y Mago de Oz envían saludos felicitandolos por su 40 aniversario. La alegría se reanuda al sonar de “Vamos a pasarla bien”, “Suéltate el pelo” y “Me siento bien”. En antaño, estas melodías vibrantes solían incitar a saltar, pero en estos tiempos, se comprende perfectamente la cautela para cuidar las rodillas.
Con hora y media de concierto, Summers se despide de su público y se apresura a realizar una salida fugaz. Por supuesto, es una mentira. Todavía faltaba los éxitos más grandes del grupo. “¿Están cansados?”, pregunta. “Nosotros tampoco”, se autoresponde. “Marta tiene un marcapasos” ahora se apodera de las jóvenes del ayer, señoras hoy, que, junto a sus parejas, cantan a capella.
“Quiero dedicar está canción a los borrachos impresentables”, comenta entre burlas el vocalista, para así dar paso a “Nuestro bar”, que incluyó un espléndido solo de su icónico saxofonista, Juan Muro. Solo quedaba una canción final, y todos lo sabíamos. Y por esa razón, cuando los primeros acordes de “Devuélveme a mi chica” resonaron por los parlantes, se armó una coreomanía frenétia. “Sufre mamón”, gritaron una y otra vez hasta que fueron remplazados por aplausos para agradecer a los artistas.
“Lo hemos pasado muy bien, sean felices. ¡Hasta siempre!”, dice finalmente Summers entre ovaciones. Y así termina su exitoso aniversario por Lima, sin megatrones, confeti ni fuegos artificiales, solo ellos en escena y eso basta. Los rostros plácidos abandonan poco a poco el recinto aunque los pocos jóvenes que asistieron acompañando a sus padres se miran lánguidos. La duda de si estos íconos del rock en español serán olvidados en los próximos años queda flotando en el aire. ¿Es una idea pesimista o el futuro inevitable?