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Lorena Blume presenta “Dinamita”, un álbum de ruptura, deseo y transformación
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A Lorena Blume la rompió el amor. Luego el desarraigo. Y después, el silencio. De ese triple estallido salió “Dinamita", un disco que no busca consuelo, sino verdad. Ya no hay lugar para eufemismos ni metáforas suaves: lo que no se pudo sostener con palabras se terminó cantando entre lágrimas, en un estudio de grabación a cientos de kilómetros de casa. Así empezó esta nueva etapa, donde la artista que alguna vez susurraba con guitarra en mano, ahora se permite gritar, experimentar y renacer entre sonidos viscerales.
“Creo que la emoción que dominó fue la culpa”, dice Blume. No es una frase decorativa. Es el punto de partida de un álbum que no teme incomodar. Y si en Cuchara Chueca (2018) había una ternura contenida que flotaba entre acordes acústicos, "Dinamita" es lo opuesto: un incendio emocional que se narra sin filtros. Un disco que arde.

Desde que empezó su carrera con apenas 22 años, Blume no ha seguido los caminos cómodos del pop indie local. Su primer impulso vino en la adolescencia, cuando la asociación Arte para Crecer le ofreció un escenario por primera vez. Desde entonces, decidió que la música no sería un hobby. Con estudios formales y el respaldo de una sensibilidad particular, construyó una voz autoral que no solo canta: interpreta, expone, cuestiona.
Este nuevo álbum también una apuesta sonora. Hay cumbia, afrobeat, rock y electrónica mezclados con libertad. Pero sobre todo, hay una voz que no se esconde. “En mi primer disco todo era más metafórico. Ahora escribo más frontal, más directo. Me da menos vergüenza decir las cosas como son”, asegura. Ese cambio también es político: en un medio que aún exige suavidad a las mujeres artistas, Blume elige la crudeza.

Canciones como “No voy a ser”, “Ya” o “Todo todo todo” nacieron en medio del llanto. No por pose, sino porque no había otra manera de sacarlas. “Una más”, grabada todavía en México, la hizo llorar en el estudio. Pero esa vulnerabilidad, lejos de restarle fuerza, es su mayor activo. Porque hay canciones que no se escriben para gustar. Se escriben para sobrevivir.
Ahora, después de la explosión, Blume quiere habitar la calma. No como evasión, sino como conquista. “Tengo ganas de jugar un rato con este disco, hacer sesiones, tocarlo en vivo. Pero también viene un momento fresco, más lúdico. Luego de la explosión, hay calma. Y quiero habitarla”. Palabras que cobran más sentido tras su presentación el 17 de julio en el Teatro NOS, donde dejó la promesa de continuar con esa travesía que evoca autoconocimiento y construcción de una identidad musical.
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