“Happy Birthday to you, happy birthday to you, happy birthday dear Tony, happy birthday to you”, cantó el público con un cariño especial, entre aplausos, mientras el artista saludaba, de pie, desde la puerta de su camioneta, en medio de las calles tenuemente iluminadas de la noche neoyorquina, bajo letreros de neón, después de haberse detenido para contemplar y sonreírle a sus seguidores. Minutos antes, había sido él quien le cantó a las casi 5 mil personas que llegaron al Radio City Music Hall para ser testigos de la primera de dos presentaciones que tuvo junto a Lady Gaga, que entonces eran pretextos para celebrar el cumpleaños número 95 del cantante nacido a pocas cuadras de ahí, en el barrio de Astoria, en Queens, mientras el país vivía la presidencia de Calvin Coolidge, los años de la prohibición, la violencia de las mafias que desafiaban la ley seca, el Renacimiento artístico de Harlem y las imágenes sorprendentes que brindaba un cine que aún era mudo dominio de Chaplin o Rodolfo Valentino. El Empire State todavía no estaba en su lugar para contemplar Manhattan o el río Hudson desde su cima. Todo era distinto en el mundo en el que abrió los ojos por primera vez Anthony Dominick Benedetto, quien lloró, rió, se enamoró, enamoró también y cantó por primera vez en aquella ciudad que lo aplaudió una vez más cerca de la medianoche del último 4 de agosto, convertido en una leyenda casi centenaria, en el que a la postre fue el penúltimo concierto de su vida.
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“Watch What Happened”, “Steppin’ Out with My Baby”, “This Is All I Ask”, “The Lady is in love With You”, “Just in Time”, “One More for My Baby”, “Smile”, “When You’re Smiling”, “Fly Me to The Moon” y la más que nunca emblemática para una noche como aquella, “Last Night When We Were Young” fueron parte de una actuación capaz de superar los embates de la edad, el cansancio o el Alzheimer que le fue diagnosticado algunos años atrás, enfermedad inhábil, sin embargo, para vencer la memoria más tangible, aquella del público que le cantó por su cumpleaños en la calle, la del que lo escuchó en un silencio embelesado dentro del auditorio, la de una Lady Gaga que fungió de preludio -y de respetuosa compañía en algunos temas-, o la de él mismo, el hombre incapaz de olvidar una letra, una actitud elegante sobre el escenario o el sigiloso secreto de cantar como quien flota entre la seda.
New York, New York
“One Last Time: An Evening with Tony Bennett & Lady Gaga” fue el nombre de este espectáculo que se celebró las noches del 3 y el 5 de agosto y que supo agotar las entradas disponibles casi de inmediato. Aunque la idea original era que fueran dos shows que formaran parte de la agenda de una próxima gira, tras completarlos con éxito, los médicos le aconsejaron a la familia que lo mejor era que Tony no se exija más allá de lo que ya la vida le había permitido, no tanto porque lo agoten los conciertos, en los que demostró una condición excepcional para un hombre que cumplía 95 años la primera de esas noches y que aún puede caminar por su propio pie, sino por el agotamiento que le ocasionan los viajes. Eso convirtió la noche del 5 de agosto en el último concierto que dio ante su público. Durante los primeros 40 minutos, fue Lady Gaga quien apareció ante el respetable para prepararlo, interpretando canciones que habían sido parte importante del repertorio de Bennett. Luego venía el plato fuerte, con él, por poco más de media hora y, finalmente, temas como “The Lady is a Tramp”, “Anything Goes” o “It Don´t Miss a Thing” que hicieron juntos. Todo sonó mejor con la compañía alternada de orquesta, big band, cuarteto de cuerdas o piano, hasta llegar al momento culminante, cuando el buen Tony le puso voz a uno de sus más grandes éxitos: “Left My Heart in San Francisco”.
La larga noche de la música, tras una carrera que abarcó más de 70 años, parecía terminarse entre los aplausos de un público que entendía estar viviendo en una dimensión más allá del tiempo, como la propia voz de Bennett. Él, impecablemente vestido y con las canas relucientes de una melena que no pareció perder jamás un cabello, miraba todo con ojos limpios y brillantes, como si lo hiciera desde 1936, aquel día que cantó por primera vez frente al legendario alcalde de Nueva York, Fiorello La Guardia, en la inauguración del Triborough Bridge, hoy conocido como puente Robert F. Kennedy, un sistema que conecta Manhattan, Queens y el Bronx. Faltaba un mes para que cumpliera 10 años de edad.
Fue gracias a su tío, un bailarín de tap y artista de vodevil, que llegó al mundo del espectáculo, aunque los difíciles tiempos que corrían en el mundo interrumpieron momentáneamente ese sueño. Cambió las partituras y acuarelas que le eran familiares en el High School of Industrial Art por las metralletas y las explosiones, muy a su pesar, pues a los 18 años fue reclutado para participar en la Segunda Guerra Mundial, un escenario terrible para un alma sensible como la suya. Alguna vez, el artista confesó que las experiencias que acumuló durante sus días en combate, bajo fuegos, en trincheras y con la muerte susurrándole al oído, “Han reforzado mi creencia de que la violencia engendra la violencia y que la guerra es la forma más baja del comportamiento humano”.
Tras volver de allí, a comienzos de los años 50 fue cuando empezó de verdad su carrera artística. Fue la cantante y actriz Pearl Bailey quien lo descubrió y lo animó a acompañarla en su show como telonero. En una de esas presentaciones estuvo presente el ya aclamado entertainer Bob Hope –quien condujo hasta en 18 ocasiones las ceremonias del Oscar entre los años 50 y 80-, que no dudó en llevárselo de gira para integrarse a sus shows. Eso sí, le advirtió antes: “Será mejor que cambies lo de Anthony Dominick Benedetto. Tú deberías llamarte Tony Bennett”. Así lo hizo. Una leyenda había nacido.
En 1950 grabó el tema “Boulevard of Broken Dreams”, que envió a Columbia Records. En lugar de “sueños rotos”, lo que hizo la disquera fue convertir todos en realidad. Esa década, Bennett tomaría estatura como el crooner que todos conocemos hoy, llegando a ser admirado por el mismísimo Frank Sinatra, crooner por excelencia de su tiempo, quien dijo sobre él: “En mi opinión, Tony Bennett es el mejor cantante que hay en el show business. Me emociono cuando lo veo, me conmueve. Él es el cantante que ve lo que el compositor tenía en su mente y, posiblemente, un poco más”. Después de todo, se refiere al colega y amigo que dijo “La música tiene que ser sinónimo de excelencia”.
La voz a ti debida
En esos años de éxito inicial, “Because of You”, la primera canción que hizo famosa, llegó a vender un millón de singles. A ella le siguieron otros temas como “Cold, Cold Heart”, con sonido country, o “Rags to Riches”, con influencia del tango, una demostración de su eclecticismo y apertura. Le siguieron pronto “Stranger in Paradise” y “Blue Velvet”, tema que muchos pueden reconocer en la película ochentera de David Lynch de título homónimo. Para fines de los 50, Bennett hacía hasta siete conciertos diarios en el Paramount Theatre de Nueva York, y era tan reconocido como Elvis o Sinatra.
Más tarde, condujo The Tony Bennett Show en NBC y colaboró con Count Basie. Un aire de jazz acariciaba ya su música. Aunque en 1962 grabó su emblemática “Left My Heart in San Francisco”, la aparición del rock fue postergándolo del gusto masivo. En los años 70, tanto su carrera como su vida personal entraron en declive. Bordeaba los 50 años, se quedó sin disquera, daba solo pequeños y eventuales conciertos en Las Vegas, su matrimonio se quebró, sus cuentas bancarias empezaban a vaciarse y una sobredosis de cocaína casi lo mata. Hacia mediados de los 80 empezó la reconstrucción, gracias a la ayuda de sus hijos, y en los 90, cuando el mundo se preparaba para despedirse para siempre de su amigo Frank Sinatra –que fallecería en 1998-, Bennett era ya considerado una leyenda en toda regla. Hoy, suma 19 premios Grammy en sus vitrinas, incluyendo el Lifetime Achievement Award y pasa algunos días pintando con destreza cuadros que firma como “Benedetto”. A pesar de eso –o justamente por- declaró alguna vez: “No he trabajado un solo día de mi vida. Amo lo que hago, nunca fue un trabajo, y menos un sacrificio”.
Pasaron por los escenarios cantantes como Bing Crosby, Dean Martin, Bobby Darin, Andy Williams, Vic Damone, Perry Como, Al Martino –el Johnny Fontane de El Padrino- y sobreviven otros, como Bobby Vinton (86 años), Pat Boone (87), Johnny Mathis (85), Paul Anka (80), Frankie Avalon (80), Engelbert Humperdinck (85) o Tom Jones (81), pero sus talentos y estilos, si bien enormes y con un gran público hasta hoy, difícilmente pueden compararse al refinado fraseo de Bennett, el último gran crooner por excelencia que queda en pie.
Desde aquellos primeros años en los que supo cantar a dúo con estrellas como Judy Garland hasta estos últimos, en que sus discos han mostrado colaboraciones del más alto nivel con otros artistas consagrados, ha pasado mucha agua bajo el puente de Brooklyn y el East River que tantas veces contempló o recordó con nostalgia. Así, hemos podido ver a Bennett compartiendo junto a voces de diversos estilos, como K.D. Lang, Elvis Costello, Celine Dion, Barbra Streissand, Bono, George Michael, Elton John, Stevie Wonder, Aretha Franklin, Norah Jones, Andrea Bocelli, Alejandro Sanz, Vicentico, Gloria Stefan, Diana Krall o Amy Winehouse en tres exitosos discos de duetos. Junto a todos demostró que un clásico no tenía por qué ser anticuado.
Como parte de este espíritu, el 2014 se volvió a juntar con una artista con la que compartía origen italiano y con la que había grabado en 2011 “The Lady is a Tramp”. De este modo, Stefani Germanotta –mejor conocida como Lady Gaga-, se hizo parte habitual de su vida en los últimos años, tras grabar juntos el álbum Cheek to Cheek. Precisamente, otro trabajo juntos aparenta ser el testimonio final de una carrera maravillosa. Love for Sale, el álbum número 61 que graba Bennett y que contiene versiones de temas de Cole Porter, será lanzado el 1 de octubre.
Como puede verse en las últimas presentaciones o videos difundidos –el del tema “I Get A Kick Out Of You”, por ejemplo- Germanotta no fue solo una compañera musical, sino un poderoso apoyo emocional para un Bennett que se resistía a convivir con el silencio mientras el Alzheimer seguía avanzando, personificando un ejemplo de resistencia para todos aquellos que luchan contra esa enfermedad. Es así que, de algún modo, estando aún vivo, Bennett se ha convertido en esa estatua de bronce que San Francisco le erigió como homenaje en 2016, gracias a una presencia sólida e imperecedera que no detiene aquel cantar que suena: “When I come home to you, San Francisco/ Your golden sun will shine for me!”. Por algo llegó a decir alguna vez: “Aunque no hubiese triunfado, me seguiría haciendo feliz el poder entretener a la gente”.
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