Faltan apenas diez días para que Cattone cumpla 87 años, pero él se encuentra enfocado en tener todo listo para el estreno de su más reciente obra, la misma que lo distrae del paso del tiempo y de la partida de significativos amigos, como la actriz Ofelia Lazo. Aunque dice que le gustaría partir de la manera tan tranquila como lo hizo su querida amiga, asegura que todavía le faltan muchos espectáculos por presentar. Este es tan solo el primero de este nuevo año.
—¿Qué nos has preparado en “Buenos vecinos”?
Esta es una obra escrita por un joven dramaturgo llamado Torben Betts, que necesita un cuarteto de actores de oficio, así que me parece que elegí bien porque participan figuras como Martha Figueroa, Bruno Odar, Pietro Sibille y Andrea Luna. La obra llega en verano porque en estos días de tanto calor la gente es más proclive a ver una pieza light, agradable y fresca. “Buenos vecinos” es una obra que no tiene un gran conflicto, que se ve con agrado y que se disfruta como una comedia de Adam Sandler.
—Recientemente habías comentado que hubieses querido realizar obras que toquen temas políticos y sociales. Esta, a pesar de que dices que es una obra light, llega en un contexto donde hemos demostrado que no hemos sido muy buenos con algunos vecinos extranjeros.
Entonces tendrá un gran significado, porque ayudará a comprender más al inmigrante. Yo soy inmigrante; por eso, cada vez que se refieren de manera tan despectiva de los venezolanos, chilenos o bolivianos, sufro porque también soy como ellos. Sé lo que es vivir solo. Sé lo que es estar delante de una parrillada y solo poder oler la carne.
—¿Qué papel cumple el teatro en estas situaciones?
No creo que el arte eduque, sino que ayuda a pulir la sensibilidad del individuo. La vida es la que enseña. Como decía Aristóteles: “La educación es todo lo que se olvida luego de haber aprendido algo”.
—¿Qué piensa un director al tener bajo su cargo una obra como esta?
La dirijo con mucho amor porque es muy simpática, agradable y a mí me divierte. Martha está muy bien, Bruno está estupendo, Pietro está delicioso y Andrea, magnífica. Creo que es un cuarteto simpático, así que la gente va a disfrutar de esta obra como cuando uno toma un martini.
—Me han contado que eres muy detallista.
Si vienes a mi casa, yo procuro ponerte el mejor mantel. Me parece que el público es mi invitado y es quien me mantiene. Tengo que dar lo mejor de mi capacidad, mi cultura, mi entendimiento, mi forma de ser y eso es lo que me salva de la depresión. Pienso que la mejor manera de salir del pozo es trabajar.
—¿Y cómo eres con tus vecinos del teatro con quienes debes competir?
Yo no compito. Hay una frase maravillosa de Cicerón que dice: “Si un día deseas vengarte, primero cava dos tumbas”, porque uno también sufre y terminará muriendo. Yo hace muchos años que aprendí a admirar lo bueno. He visto, por ejemplo, una versión de “Agosto”, hecha por Fisher, mucho mejor que la que vi en Nueva York y Buenos Aires. Imagina lo que pasaría con Robert De Niro si pensara en Al Pacino o Dustin Hoffman como rivales; creo que sufriría mucho. La mejor manera de no sufrir es aprendiendo a admirar.
—Regresas al teatro cuando hace medio año habías declarado que preferías retirarte del trabajo.
Yo creo que no me puedo retirar porque todavía estoy vital y me sentiré así hasta el momento que caiga, pero la muerte de Ofelia Lazo me ha golpeado. Yo hablé con ella a las diez de la mañana y a las dos de la tarde me llama un periodista para preguntarme qué opinaba de su deceso, cuando yo no estaba ni enterado. Yo no tomo alcohol ni me drogo, así que mi único antídoto es el trabajo, como el año pasado cuando estuve muy involucrado en “El padre”.
—Ese personaje, el de un hombre que enfrenta el Alzheimer, ha dejado una marca muy profunda en ti.
Sí, porque por primera vez en años dejé mi ego. Yo creía en lo que hacía, pero de pronto el personaje despertó nuevos aspectos en mí. Pocas veces he entrado en el ojo de la tormenta de una manera tan real. Me metí en la obra; me comportaba como ese viejo y no sentía que estaba actuando.
—¿Fue la primera vez que tenías una relación cercana con un personaje que, al igual que tú, enfrenta la vejez?
No era tan cercano porque yo soy la antítesis del olvido, pero sí cercano por la edad. De los 80 a los 90 morimos todos, así que yo sé que mi final está acá, ahora. Lo de Ofelia me pasará a mí de alguna manera. ¿Y si me pasa actuando? ¡Qué papelón!, ¿no?
—¿Has pensado en cómo deseas que te recuerden?
Vas a escuchar muchas versiones de mí; dirán que fui un buen tipo o un gran actor, pero sé que no me van a recordar. Pasado el tiempo, a nadie le va a importar. Te lo digo porque a muchas figuras estelares del teatro peruano nadie las recuerda.
—¿No crees que has dejado una marca en la historia del teatro peruano?
No, pero ¿qué importa ya? Le va a importar a quien me amó y a mis seres más cercanos. Pasado el tiempo, todos reirán de nuevo y las cosas deberán seguir su curso.
—¿No eres muy duro contigo mismo?
¿Crees eso? Pero no se puede ser indiferente a lo que se ha vivido mal. He conseguido hacerme un nombre en el teatro, he podido vivir de él, pero también he hecho cosas que el público ha abandonado y que no ha querido ver. Me parece que ese es mi castigo y que es normal que ocurra. Creo que no aprendí a envejecer porque hay días en que siento que tengo 20, 30 o 150. Hay días en que odio el teatro y quiero terminar con todo esto, pero también hay otros en que no puedo porque es mi adicción. Eso es vivir.
—¿Qué has llegado a odiar del teatro?
Quizás ‘odiar’ no es la palabra, pero la profesión de actor sí me ha llegado a pesar, como el tener que ir todas las noches a clavarse un puñal y después sacárselo cuando hay tantas veces en que uno no tiene ganas de matarse. Creo que actuar es una violación a la mente, porque me obliga a hacer lo que no quiero, como reírme para una fotografía para El Comercio cuando estoy totalmente conmovido por dentro. Yo trataría de darte una imagen más sólida y optimista y no la de un hombre destruido, pero no me sale.
—Te resulta tan difícil a pesar de que tantas veces has tenido que mostrar quien no eres sin estar motivado.
Sí, pero uno no puede engañarse a uno mismo. Yo, por ejemplo, perdí a mi madre y al día siguiente vine a actuar; no suspendí la función. Y ahora también estoy trabajando, terminando el decorado de “Buenos vecinos”, una obra donde no actúo, tan solo produzco y dirijo.
—¿El Marsano tendrá un futuro sin Cattone?
Supongo que los que queden se ocuparán, seguirán produciendo, se venderá y se repartirá la plata. ¡Qué sé yo! El mundo continuará; es inútil preguntarse a quién dejaré mi herencia porque ni eso podemos controlar. He aprendido a gozarme y descubrir que lo que yo soy ahora es el resultado de lo que he sido toda mi vida. Yo soy el Cattone de cuando tuvo 20, 30, 40 o 50. Ese soy yo.
—Cuando miras al Cattone de hoy, ¿piensas que faltó algo?
No. Cuando pienso en el Cattone de hoy y me veo en el espejo todo flácido, pienso que estoy contento porque llegué hasta acá y llegué bien.