Aun si hoy España le convirtiese a Alemania tantos goles como los que marcó ante Costa Rica en su debut en Qatar, aun así, los madrileños mantendrían sus reparos con Luis Enrique. No pueden olvidar lo sucedido hace 26 años, cuando en el verano del 96, después de jugar cinco temporadas en el Real Madrid, el delantero asturiano protagonizara la que es considerada hasta hoy la mayor traición en la historia merengue: irse al Barcelona (su caso es conocido como “el Figo inverso”).
Lo peor para la autoestima madridista es que Luis Enrique no solo se marchó al club rival, sino que se convirtió en ‘Lucho’, símbolo de un equipo culé que fue precursor del estilo y sistema que luego Messi y compañía llevarían a la excelencia (de hecho, durante el último tramo de esa etapa soberbia quien dirigía al Barza era el mismo Luis Enrique).
El viernes, en un bar madrileño, les pregunté a dos amigos españoles qué pensaban del seleccionador. Ambos pusieron cara de circunstancia. Por un lado, reconocen que fue un jugador muy comprometido con la camiseta nacional, que nunca daba la pelota por perdida y que, si estaba inspirado, podía ser letal para los rivales. No por nada integró la selección que alcanzó el oro olímpico en Barcelona 92, y llegó a disputar tres Copas del Mundo (nadie olvida la escena posterior al codazo que Tassotti le aplicó en la nariz, en Estados Unidos 94 el día que Italia eliminó a España: pocas veces se ha visto tanta sangre en un primer plano futbolístico). Sin embargo, a pesar de sus buenas actuaciones como jugador, de su desempeño en líneas generales positivo como conductor de la selección (en la última Eurocopa llevó a la ‘Roja’ hasta semifinales, donde perdió, otra vez, frente a Italia), hoy su proyecto deportivo renovador no cuenta con un respaldo unánime.
Muchos ven con buenos ojos la convocatoria de un puñado de talentosos jugadores jovencísimos (aquí Pedri y Gavi ya son comparados con Xavi e Iniesta), pero a la vez se preguntan: ¿quién sacará a relucir la experiencia y temperamento cuando el Mundial se ponga cuesta arriba? ¿Puede Busquets, con 34 años, hacerlo solo? También le cuestionan no haber llevado a Borja Iglesias o a Iago Aspas, jugadores de moda en la Liga, aunque a este último Luis Enrique confiesa tenerlo de titular en su alienación de La Liga Fantasy, un juego virtual.
Uno de mis amigos me recuerda lo sucedido con la hija menor de Luis Enrique, Xana, que falleció con solo cinco años a causa de un cáncer de huesos; sin duda, el capítulo más desgarrador en la biografía del técnico. Pese a esa circunstancia, sus críticos no dudan en remarcar la arrogancia y aires de superioridad que muestra el técnico cuando se le hacen preguntas incómodas. Y sí, todo sea dicho, Luis Enrique no se lleva bien con la prensa, evita las entrevistas, desde que llegó a Qatar se comunica vía streaming, a través de su canal de Twich (“conferencias a la carta”, dice el periodista Manuel Jabois). Ahí da cuenta detallada de los entrenamientos y opina de todo, hasta de la conveniencia o no de las relaciones sexuales antes de partidos decisivos.
Con 53 años, Luis Enrique buscará campeonar con España y así congraciarse con una afición exigente que desde 2010 espera que su selección repita el plato y no se contente con octavos ni cuartos. Si lo consigue, solo le quedaría un objetivo por cumplir, acaso el más importante para él: dirigir al Sporting de Gijón, el club de la ciudad donde nació, donde un día, de muy chico, se puso a soñar con una vida que tal vez, con suerte, o con dedicación, podría dedicar al fútbol.
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