El 2025 inicia marcado por tensiones crecientes entre China y Estados Unidos, con Taiwán como manzana de la discordia en una disputa que podría intensificarse con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, programada para el 20 de enero.
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Por un lado, el país asiático anunció el jueves sanciones contra 10 empresas estadounidenses y sus dirigentes por su implicación en la venta de armas a Taiwán llevada a cabo por la administración del presidente Joe Biden.
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Empresas como el gigante Lockheed Martin o General Dynamics entraron a una “lista de entidades no fiables”, de tal manera que no podrán realizar importaciones o exportaciones “vinculadas a China”, ni invertir en el país asiático. Además, sus “altos cargos” tampoco podrán entrar en territorio chino.
Por otro lado, el presidente chino Xi Jinping señaló el martes en un discurso a la nación con motivo del Año Nuevo que “nadie puede detener” la reunificación con Taiwán, una isla con un gobierno democrático propio que Beijing considera parte de su territorio.
“El pueblo chino a ambos lados del estrecho de Taiwán es una sola familia. Nadie puede romper nuestros lazos de sangre, y nadie puede detener la tendencia histórica a la reunificación de la patria”, declaró Xi en una alocución transmitida en los medios estatales.
Ambas acciones ocurren apenas unas semanas antes de que Trump asuma su cargo como presidente de Estados Unidos.
Cabe tener en cuenta que Taiwán supone un punto de discordia entre Beijing Y Washington. La Casa Blanca no reconoce oficialmente a la isla, pero es su aliado estratégico y su mayor proveedor de armas.
La llegada de Trump a la Presidencia representa un factor impredecible en este escenario. Durante su primer mandato, el republicano adoptó una postura dura hacia China, imponiendo aranceles y desafiando las prácticas comerciales del gigante asiático. En repetidas ocasiones, utilizó la venta de armas a Taiwán como herramienta de presión, provocando respuestas airadas por parte de China.
Una de las promesas de campaña del magnate ha sido imponer aranceles del 60% hacia su rival, una estrategia que no se la reserva exclusivamente a sus contrincantes, sino que piensa replicar en aliados como Canadá o socios comerciales como México.
Contexto histórico
Desde la perspectiva china, Taiwán representa el último vestigio del “siglo de la humillación”, comenta a El Comercio Jorge Antonio Chávez Mazuelos, internacionalista especialista en política asiática. La isla estuvo bajo control japonés desde 1895 hasta 1945. Posteriormente, tras la guerra civil entre comunistas y nacionalistas, que culminó con la derrota de los nacionalistas, estos se replegaron hacia la isla y proclamaron ser el gobierno legítimo de toda China.
“Creo que es fundamental entender estas declaraciones en ese contexto histórico profundo. Cuando Xi Jinping afirma que ‘nadie puede detener la reunificación’, se refiere a esta narrativa de largo plazo. China ha expresado claramente que la reunificación no debería extenderse más allá del año 2049, coincidiendo con el centenario de la fundación de la República Popular China”, señala el analista.
Sin embargo, este es un tema complejo. En los últimos 30 años, Taiwán ha avanzado hacia la democratización. El modelo de “un país, dos sistemas”, que busca una reunificación pacífica, ya se ha implementado en Hong Kong y Macao, pero las libertades políticas en esas regiones se han visto reducidas.
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Hay otro factor crucial: la economía. Taiwán produce más del 65% de los semiconductores del mundo y más del 90% de los más avanzados. China, por su parte, no tiene tal capacidad de fabricación de estas piezas esenciales para su industria.
A nivel estratégico y de defensa Taiwán es parte de la primera cadena de islas que contiene la proyección marítima de China hacia el Pacífico. Esta cadena incluye a Japón, las islas Rukiu, Filipinas y Borneo. Para cualquier gran potencia, la proyección del poder marítimo es esencial, y Taiwán es una pieza clave en ese rompecabezas.
Trump y la respuesta de China
Para Chávez Mazuelos, “existe un consenso bipartidista entre demócratas y republicanos respecto a la naturaleza competitiva de la relación con China, aunque existen matices”. Por ejemplo, con Biden hubo una tendencia hacia la institucionalización de la relación, con interlocución política al más alto nivel. Es decir, hubo reuniones frecuentes entre presidentes, ministros y asesores de seguridad nacional, lo que establecía ciertos guardavías.
Trump, en cambio, tiene una visión más transaccional de la política exterior. Considera que EE.UU subsidia excesivamente a sus aliados y cree que deberían pagar más por su defensa. “Desde esa óptica, ve las alianzas como acuerdos que deben generar beneficios inmediatos, a diferencia del entendimiento más estratégico de Biden”.
Pero con la nueva administración no habrá un cambio en lo fundamental en los intereses ni en cuestiones estructurales.
“En donde puedo ver un cambio es en la retórica más agresiva que pueda adoptar la administración de Trump. Él ha dicho que piensa imponer aranceles de 60% sobre los productos chinos, eso puede tener un impacto, hay un déficit comercial de cerca de 280.000 millones de dólares favorable a China, y Trump quiere seguir reduciendo esto”, dice el experto.
Con respecto a Taiwán, queda por ver qué postura adoptará el presidente entrante. Durante su primera administración, Trump mantuvo el apoyo y la venta de armas a Taiwán, una política que probablemente continuará. Sin embargo, será clave observar cómo evoluciona el panorama en el Este de Asia y cómo reaccionan los aliados de Estados Unidos en la región.
Trump suele priorizar los asuntos internos y los imperativos estratégicos domésticos sobre la política exterior y de defensa. La gran incógnita es si su gobierno mantendrá un compromiso sólido con aliados como Japón, Corea del Sur y Filipinas frente a las tensiones con China, o si reducirá su apoyo, debilitando así las alianzas regionales.
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Esta dinámica es crucial, ya que Taiwán forma parte integral de la ecuación estratégica del Este de Asia. Cualquier cambio en el nivel de respaldo de EE.UU. a sus aliados podría tener un impacto directo en la estabilidad de la región y en la posición de Taiwán frente a Beijing.
¿Podría China tentar una intervención en la isla?
De acuerdo a Chávez, a corto plazo, es poco probable una intervención militar en Taiwán. China está completando la modernización del Ejército Popular de Liberación (EPL), con el objetivo de lograr capacidades avanzadas para 2027. La superioridad militar de EE.UU. todavía es significativa, aunque la brecha se está cerrando.
“Para China, Taiwán representa una cuestión existencial en tres dimensiones: histórica, estratégica y económica. Es una línea roja y un interés central del que no están dispuestos a apartarse. Sin embargo, es poco probable que esta situación escale en el corto plazo, principalmente debido a la importancia crítica de los semiconductores, un recurso esencial y altamente sensible para ambas economías”, explica a este Diario el internacionalista.
“Además, una operación militar para tomar Taiwán sería extremadamente costosa y compleja. A pesar de ser una isla pequeña, con menos de 30 millones de habitantes, su geografía proporciona una defensa natural: el mar actúa como un foso protector. Las costas occidentales de Taiwán son poco profundas, lo que impide la entrada de buques de gran calado, obligando a realizar una operación anfibia. Por otro lado, la costa oriental es escarpada y montañosa, lo que otorga una ventaja táctica significativa a los defensores. El combate urbano añadiría otra capa de dificultad, ya que las fuerzas taiwanesas conocen bien el terreno y la guerra en ciudades requiere una superioridad abrumadora en términos de tropas”, agrega.
Pero no solo hablamos de las pérdidas económicas. Una invasión no solo supondría un alto costo militar, sino también un impacto narrativo negativo para China. Desde la perspectiva de Beijing, una guerra contra Taiwán sería percibida como un conflicto interno, una lucha “entre hermanos”, lo que añadiría una carga política y simbólica considerable.
A mediano y largo plazo las cosas podrían ser diferentes. Si bien en principio China dice apostar por una resolución pacífica, no descarta la opción militar.
“Lo veo complicado [una intervención militar], pero no veo que sea imposible, y las tensiones crecientes siempre pueden traer consecuencias no deseadas”, comenta Chávez.
Está el peligro de que China ve la venta de armas de EE.UU. a Taiwán como una intromisión en asuntos internos. Aunque EE.UU. reconoce oficialmente a Beijing, el Congreso aprobó en 1979 el Acta de Relaciones con Taiwán, que permite la venta de armamento defensivo a la isla. Beijing lo interpreta como un doble rasero que afecta sus intereses centrales.