Aislarse para sobrevivir es un mecanismo profundamente arraigado en la naturaleza humana. Lo vimos durante la pandemia de COVID-19 y ahora, con la amenaza latente de una guerra nuclear, ese instinto resurge con fuerza. Pero esta vez el distanciamiento social no es suficiente; se requiere algo más tangible, una infraestructura capaz de resistir el impacto de ojivas nucleares: los búnkeres.

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