“Libérennos, aquí nos asfixiamos”. En el campo de Lesbos, en Grecia, los migrantes se abalanzan sobre el grupo de periodistas autorizado excepcionalmente a recorrer algunas filas de carpas, para dejar claro su hartazgo de estar hacinados desde hace siete meses “como cerdos”.
Se le llama campo de Mavrovouni, el nombre griego de la montaña negra donde está erigido, o “Moria 2.0” ya que fue construido en la urgencia tras el incendio del gigantesco tugurio de Moria, a principios de septiembre de 2020.
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Aunque todos coinciden en que “la seguridad es mejor” que en Moria, las condiciones de vida no son mucho más envidiables.
“La gente se queja de todo, en particular en invierno, con las fuertes lluvias, sin calefacción. Ha hecho mucho frío”, cuenta a la AFP Raed Alobeed, un refugiado sirio de 45 años, que ha creado una organización de ayuda para los solicitantes de asilo.
En las carpas de este campo provisional, que debe ser reemplazado el próximo invierno por un nuevo centro para demandantes de asilo, “las noches son sumamente frías y es muy difícil con un bebé de 5 meses”, dice su compatriota de 25 años Abdelkhader Ali.
En un antiguo terreno del ejército, expuesto a las inclemencias del tiempo, “la lluvia gotea en las carpas, pero es mejor que nada”, dice Shafi Dibiere, un somalí de 27 años.
Para Bakari, un joven migrante malí, “es un poco mejor que en Moria”, “pero hace tres días que no nos hemos podido lavar”.
No hay agua caliente, pocas duchas y baños, las “condiciones sanitarias e higiénicas no son buenas”, lamenta Jacques, procedente de República
“Aquí, la policía trabaja”
Pero “al menos aquí la policía trabaja”, asegura, “estamos más seguros que en Moria”.
La violencia era frecuente en el “viejo campo de Moria”, recuerda Raed. Violaban a las mujeres, “apuñalaban a gente, robos, mafia, venta de droga, etc.. aquí esto casi no existe con cerca de 300 policías”, dice el refugiado sirio.
Pero para el congoleño Jogo, que como muchos no da su verdadero nombre, “la policía solo viene cuando hay peleas”. “Aquí no vivimos, somos como cerdos”.
Para comer, “nos tenemos que arreglar con lo que nos dan, dos comidas diarias”, dice Jacques, ya que “no hay ningún lugar para procurarse comida”. Debido al confinamiento, solo están autorizados a salir una o dos veces por semana, a diferencia de Moria, donde podían ir a la ciudad para hacer sus compras.
Es sobre todo del encierro de lo que se quejan los migrantes de Mavrovouni. Del cansancio también, tras meses o incluso años de esperar el asilo.
Durante la visita del Alto Comisionado para los Refugiados de la ONU (Acnur) surge una nube de periodistas bajo escolta policial, autorizados a hablar con ellos unos minutos el lunes con motivo de la anunciada visita a Lesbos de la comisaria europea Ylva Johansson. Y dan rienda suelta a su hartazgo.
“Esto es una cárcel, no podemos hacer nada”, dice Jawed, un afgano de 34 años, que esperaba poder hablar con Johansson.
Pero al final, la comisaria no acudió a la cita. A su llegada a Mavrovouni un poco antes, una horda de migrantes rodeó el avión en el que viajaba y después su coche.
Ahad, un padre sirio de siete hijos, teme que lo devuelvan a Turquía, tras rechazarle tres veces el asilo.
“Nos gusta Grecia y ¿por qué no le gustamos a Grecia?”, se pregunta Cédric, procedente de RDC.
“Libérennos, tienen que liberarnos”, gritan una decena de mujeres de Malí y de RDC mientras se dirigen hacia la salida del campo.
Una de ellas, en Lesbos desde 2019, dice a la AFP: “Ya he pasado la gran entrevista y no se mueve nada. Quiero salir de aquí, libérennos por favor, queremos ir al colegio, queremos construir nuestra familia”.
Cuando las verjas se cierran detrás de los periodistas, grita: “Aquí nos asfixiamos”.
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