Roma, Italia. Imagen de referencia, no relacionada con los personajes de este artículo.
Roma, Italia. Imagen de referencia, no relacionada con los personajes de este artículo.
/ Agencia EFE
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En definitiva, esta mujer no tenía el perfil más común de las víctimas de . Ella era mánager de artistas y gozaba de cierta estabilidad económica. En resumidas cuentas, no necesitaba de nadie para sobrevivir.

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De hecho, se había divorciado del padre de sus tres hijos, quien siempre fue un hombre bueno y responsable de la manutención de ellos.

En los ires y venires de su profesión, un amigo suyo que era productor musical le dijo que, así como él negociaba con talento colombiano, ella hiciera lo propio con europeos. “Le dije que me pasara hojas de vida a ver qué podríamos hacer”. Lo cierto es que en la información que le pasaron estaba la del hombre que cambiaría su vida. “Lo contacté a él y a otro para organizar una especie de evento de música italiana en Bogotá”.

Ese fue el preludio para que Sonia conociera a Max*, quien, al llegar a Bogotá por asuntos profesionales, terminó cortejándola. “Fue a finales del 2011 y comienzos del 2012. Fue muy coqueto y yo llevaba diez años sola, y pues cuando les comenté a unas amigas me aconsejaron que me diera una oportunidad”.

Ella abrió su corazón pues él se había mostrado como una persona decente y caballerosa. “Comenzamos una bonita relación. Él viajó, me dijo que para organizarse y luego regresar a casarse conmigo. Se portó como un príncipe con mi familia, educado, gentil. Mejor dicho, lo mejor”. Nunca pensó que se trataba solo de una fachada.

Un asunto despertó la curiosidad de Sonia. Su pareja era muy rigurosa en recopilar sus contactos y luego en visitarlos en redes sociales, era como si le preocupara tener la mayor información posible de su prometida. “Terminó por saber todo de mí, yo era una víctima perfecta”.

De hecho, se había divorciado del padre de sus tres hijos, quien siempre fue un hombre bueno y responsable de la manutención de ellos.

En los ires y venires de su profesión, un amigo suyo que era productor musical le dijo que, así como él negociaba con talento colombiano, ella hiciera lo propio con europeos. “Le dije que me pasara hojas de vida a ver qué podríamos hacer”. Lo cierto es que en la información que le pasaron estaba la del hombre que cambiaría su vida. “Lo contacté a él y a otro para organizar una especie de evento de música italiana en Bogotá”.

Ese fue el preludio para que Sonia conociera a Max*, quien, al llegar a Bogotá por asuntos profesionales, terminó cortejándola. “Fue a finales del 2011 y comienzos del 2012. Fue muy coqueto y yo llevaba diez años sola, y pues cuando les comenté a unas amigas me aconsejaron que me diera una oportunidad”.

Ella abrió su corazón pues él se había mostrado como una persona decente y caballerosa. “Comenzamos una bonita relación. Él viajó, me dijo que para organizarse y luego regresar a casarse conmigo. Se portó como un príncipe con mi familia, educado, gentil. Mejor dicho, lo mejor”. Nunca pensó que se trataba solo de una fachada.

Un asunto despertó la curiosidad de Sonia. Su pareja era muy rigurosa en recopilar sus contactos y luego en visitarlos en redes sociales, era como si le preocupara tener la mayor información posible de su prometida. “Terminó por saber todo de mí, yo era una víctima perfecta”.

El matrimonio

El matrimonio entre Sonia y Max fue el 27 de diciembre de 2012. Inmediatamente después de la ceremonia, el extranjero viajó argumentando que tenía asuntos que resolver con su hija.

El trato fue que en seis meses, luego de que Sonia dejara todo organizado en Colombia y a sus hijos instalados con su padre biológico, ella viajaría. “Llegué a España en marzo de 2013. Él me pagó el tiquete y de ahí a Roma lo pagué yo. Normal”.

El día en que esta mujer pisó suelo italiano comenzó su drama. “Era invierno, hacía mucho frío, no tenía teléfono y tardó más de una hora en recogerme. Le pedí el teléfono a una azafata y cuando le pregunté por qué no había llegado dijo: ‘¿Y usted qué cree?, yo estoy trabajando’. Llegó tardísimo y yo que pensaba que me tenía un recibimiento”.

Lo primero que vio Sonia fue un apartamento en un sexto piso, viejo y sucio. “Era asqueroso y él lo primero que quiso fue tener sexo conmigo. Yo me negué, estaba de mal humor y cansada. Tenía revuelto el estómago”. El italiano se disculpó, pero ya había sembrado una semilla de desconfianza en ella.

Pasaron días enteros sin que esta mujer se sintiera bienvenida, y cuando comenzó a desempacar para ubicar sus pertenencias en los cajones, Sonia solo encontraba ropa de mujer. “Había prendas sucias, toallas higiénicas, se me bajó todo, llamé a unos parientes y los alerté. Me dijeron que mantuviera mi pasaporte a salvo y así lo hice”.

Envalentonada, Sonia le dijo a su esposo que necesitaba a alguien para limpiar esa casa porque no era capaz de coger todas esas porquerías. “Me dijo: ‘para qué si estás tú’”.

Otra alerta que despertó miedo en Sonia fue cuando su pareja, enfurecido porque sus familiares la llamaban, la dejó incomunicada. “Me dejó sin cómo llamar, sin internet”. Todas las promesas de trabajar en ese país se difuminaron, de hecho, se enteró de que Max estaba hablando con sus contactos profesionales en Colombia y preguntando sobre sus negociaciones y ganancias. “Cuando le reclamé me dijo que todo lo mío le competía”.

Los abusos

Durante muchos días fue obligada a tener prácticas sexuales con las que no estaba de acuerdo. “Fui violada. Me decía que las colombianas teníamos que ser mujeres calientes, todo muy denigrante. Usaba jeringas, botellas de gaseosa, era un aberrado. Tenía aparatos ginecológicos, me decía que yo tenía que ser elástica”. Esta es la parte más desgarradora del relato de Sonia.

Cuando ella se negaba a cumplir con todas las aberraciones llegaban las ofensas. “Me decía desgraciada, estúpida, idiota. Yo me defendía como podía y le decía que me quería devolver a Colombia, pero él me decía que yo tenía obligaciones en Italia por estar casada con él, que había un contrato de por medio”.

La presión psicológica se incrementó cuando este hombre la encerró. “Se iba a trabajar y me dejaba con llave. Usaba excusas como que tenía una sola llave sin copias. Era muy extraño. Cuando le dije que eso era un delito me dijo todas las groserías, pero logré que me dejara la llave”.

Sin dinero llegó como pudo al consulado de Colombia en ese país y al comentar por lo que estaba pasando, la respuesta de un abogado fue: “Dale más tiempo, entiéndelo, de pronto no estaba acostumbrado a vivir con más mujeres, aquí los hombres son muy apegados a sus madres”. Lo único que hizo fue darle el teléfono de la Policía. “No me ayudaron en absolutamente nada más”. La trataron con tanta indiferencia que Sonia llegó a pensar que ella era la paranoica.

Estaba tan contrariada que no era capaz de contarles a sus familiares lo que ocurría. “Me daba miedo que pensaran cosas malas de mí. De que mi imagen se fuera al suelo en mi país. A mis familiares en Italia solo les decía que era maltratada”.

Ese miedo no era gratuito, cuando intentó contarle al abogado del consulado lo que le pasaba este le dijo que era un comportamiento normal porque los italianos era muy calientes y se emocionaban con las latinas. “Incluso los jueces aquí dicen que las colombianas son prostitutas y ladronas. Llegaron a decir que mi única intención era sacarle plata a mi esposo”. Sonia no tuvo más opción que volver al apartamento. Trataba de llevarlo por las buenas mientras planeaba cómo escapar del abuso.

"Me daba miedo que pensaran cosas malas de mí. De que mi imagen se fuera al suelo en mi país. A mis familiares en Italia solo les decía que era maltratada"

Los golpes

Todo pasó luego de una pelea ocasionada porque Sonia estaba escribiendo en el computador de la casa. “Me dijo que qué estaba haciendo y yo le dije que trabajando en mi currículo. Se puso histérico”. Pocos minutos después lo único que sintió fue el dolor que le provocó un golpe en el rostro. “Me pegó con una cafetera. Sentí mucho dolor, pero yo solo pensaba en escaparme”.

Trató de defenderse como pudo, pero aquel hombre la superaba en tamaño. “Me monté en la cama para tratar de quedar a su altura, pero él me cogía las muñecas, me tiraba contra las paredes, yo parecía una muñeca de trapo. Mientras hacía todo eso me decía: ‘qué te pasa’, era como si supiera cómo manipular, por si alguien de afuera escuchaba”.

Los vidrios de un lámpara rota le permitieron escapar de aquel lugar. “Me tocó defenderme utilizando un vidrio. Logré abrir la puerta y con la ayuda de una colombiana que irónicamente él me había presentado logré llegar a un hospital, bañada en orines. Ella me acompañó”.

Fue allí en el único lugar en donde la ayudaron, llamaron a la Policía y activaron una ruta de protección. “Eso sí, me sentí morir cuando lo veo entrar al hospital.

Afortunadamente, le dijeron que mejor se fuera porque iba a enfrentar un proceso. Toda la agresión evidenciada en mi cuerpo quedó registrada”.

Gracias a sus familiares se puedo hospedar en un hotel, pero aquella mujer que la había ayudado le insistía en que se quedara en Italia. “Luego me enteré de que me quería meter a la prostitución. Ahí sí quedé peor de fría. No me imagino qué me hubiera pasado de no escaparme ese día”.

Hoy cursa un proceso en contra de este ciudadano italiano en ese país, pero prospera poco porque Sonia carece de influencias y dinero. Su imagen en Colombia y en Italia quedó destruida. “Yo me sentí revictimizada en Italia y en Colombia, en donde ni siquiera me creen que yo fui una víctima. Me han dicho que yo me lo busqué y que todo lo que pasó fue una discusión familiar”.

"Luego me enteré de que me quería meter a la prostitución. Ahí sí quedé peor de fría. No me imagino qué me hubiera pasado de no escaparme ese día"

Esta mujer llegó al país sin trabajo, su familia le volteó la espalda porque su agresor los había convencido de que ella había ido a prostituirse. “Han pasado diez años y no me hablan. Claro, yo nunca les conté detalles por pena, pero ya llegó el momento. He sufrido mucho”.

Sonia dice que fue víctima de un psicópata porque incluso trata de contactarla por redes sociales como si no hubiera pasado nada. “Hoy entiendo que fui víctima un matrimonio servil, lo triste es que nadie me ha ayudado y que muchas más mujeres pueden ser víctimas de este mismo hombre. Quiero alertar a otras mujeres con mi testimonio y comenzar una causa para que nadie más caiga en estos engaños”. Hasta este momento, ninguna demanda ha prosperado.

Por: Carol Malaver / “El Tiempo”, de Colombia / GDA

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