Iman Al Masry está agotada. A su lado, sobre un colchón desgastado, tiene a tres de los cuatrillizos que dio a luz en plena guerra entre Hamás e Israel, después de un duro viaje del norte al centro de la Franja de Gaza.
La madre y sus recién nacidos Yaser, Tia y Lynn se han instalado en el aula de una escuela de Deir el Balah, en el centro de la Franja, junto con otros cincuenta miembros de su familia.
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Su cuarto hijo, Mohammad, está en observación en un hospital de Nuseirat, siete kilómetros más al norte.
Al igual que otros 1,9 millones de desplazados gazatíes, según datos de la ONU, Iman Al Masry tuvo que huir de los combates entre el ejército israelí y el movimiento islamista Hamás, que gobierna Gaza.
Esta mujer de 29 años tuvo que abandonar a toda prisa su casa de Beit Hanun, en el norte del enclave, el quinto día de la guerra iniciada el 7 de octubre, pensando que podría volver pronto.
“Me llevé conmigo apenas unas prendas de verano para los niños. Pensaba que la guerra no duraría más de una semana o dos, y que volveríamos a nuestra casa”, dice.
Cansancio
Embarazada de seis meses, recorrió a pie con sus otros tres niños pequeños los cinco kilómetros que separan su casa del campo de Jabaliya, donde encontró un medio de transporte para proseguir hasta Deir el Balah.
“La distancia me cansó y afectó mi embarazo. Fui a ver a un médico, y me dijo que presentaba signos de que iba a tener un parto prematuro”, cuenta.
A ocho meses de gestación, finalmente, los médicos decidieron provocarle el parto por cesárea. Los cuatrillizos nacieron el 18 de diciembre, en medio de la guerra desatada por el ataque sorpresa de Hamás en el sur de Israel el 7 de octubre, que dejó unos 1.140 muertos según las últimas cifras oficiales.
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En represalia, Israel juró “aniquilar” a Hamás y desató una ofensiva aérea y terrestre que de momento dejó más de 21.100 muertos en Gaza, en su mayoría niños y mujeres, según el movimiento islamista, y una situación humanitaria desesperada.
En el tumulto de la guerra, Iman Al Masry no ha tenido ni tiempo de recuperarse. Y a falta de espacio en los hospitales, tuvo que partir dejando detrás a su hijo Mohammad, que necesita seguimiento médico.
“El estado de saludo del cuarto bebé era inestable. Sólo pesa un kilo; puede que no sobreviva”, explica esta joven palestina. “Los otros tres bebés nacieron sanos, alabado sea Dios”.
Escasez de pañales
Iman Al Masry no ha podido ver a su recién nacido Mohammad desde su nacimiento. “Estoy preocupada por él, pero el camino es peligroso” para ir a visitarlo, explica. Para seguirlo cuenta con un amigo de su marido, que vive en Nuseirat.
La fiesta prevista para celebrar el nacimiento de sus bebés también se truncó con la contienda. Había pensado rociarlos con agua de rosas, “siguiendo nuestra costumbre”. Pero desde que nacieron hace diez días, “no hemos podido bañarlos”, dice triste.
Sus carencias alimentarias tampoco le permiten amamantar suficientemente. Y los productos de higiene escasean.
“Utilizo los pañales con precaución. En tiempos normales los cambio cada dos horas, pero la situación es difícil, así que sólo los cambio por la mañana y por la tarde”.
Ante las dificultades de su familia, su marido, Ammar Al Masry, confiesa que no sabe muy bien qué hacer.
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“Me siento impotente”, dice este padre de familia de 33 años, instalado con sus seis hijos en el aula, de donde emanan malos olores. “Tengo miedo por la vida de mis hijos, y no sé cómo protegerlos”, admite.
Su niña prematura, Tia, padece de ictericia. “Necesita ser amamantada para hacer amainar la enfermedad, y mi mujer precisa comer alimentos con proteínas. Pero no puedo dárselos. Mis hijos necesitan leche y pañales”, enumera este obrero gazatí.
Ammar Al Masry pasa sus días fuera tratando de encontrar “cualquier cosa” con la que alimentar a su familia, y evitando cruzar la mirada de sus hijos, para no “sentirse culpable”.
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