Es fácil creer que el mundo se desmorona mientras se ven las noticias. El , la división política, los golpes de Estado, la pandemia, la despiadada guerra de , las injustificables y el Oriente Medio que se encamina hacia la violencia generalizada.

Sin embargo, antes de dejarse llevar por el pánico, puede que valga la pena dar un paso atrás para tener algo de perspectiva. El miedo impulsado por los medios de comunicación nos desmoraliza, sobre todo cuando somos jóvenes, y engendra terribles decisiones políticas al paralizar nuestra capacidad para hacerlo mejor.

La guerra es interminable y eternamente horrible. Es comprensible e incluso necesario que los medios de comunicación destaquen los conflictos actuales. Pero esto puede hacernos creer que vivimos una violencia sin precedentes. La guerra de Rusia supuso, en efecto, que las muertes en combate en el alcanzaran un máximo para este siglo, pero siguen siendo muy bajas históricamente. El año pasado, 3,5 de cada 100.000 personas murieron como consecuencia de la guerra, por incluso de la década de 1980 y muy por debajo de la media del siglo XX de 30 por cada 100.000. De hecho, el mundo se ha vuelto mucho más pacífico.

Por supuesto, esto es poco consuelo para quienes viven en medio de los conflictos. Pero los datos ponen de manifiesto el problema del aluvión constante de catástrofes y fatalidades sin contexto. El análisis del contenido de los medios de comunicación de 130 países entre 1970 y el 2010 indica que el tono emocional se ha vuelto dramática y sistemáticamente más negativo. La negatividad vende, pero informa mal.

El mismo patrón caracteriza la información sobre el cambio climático. Una narrativa apocalíptica falsa y omnipresente aglutina todos los acontecimientos negativos, ignorando, casi por completo, el panorama general. En los últimos meses, por ejemplo, se han destacado los incendios sin indicar que y que el año pasado alcanzó el nivel más bajo de la historia. Del mismo modo, las muertes por sequías e inundaciones ocupan los titulares, pero no oímos que las se han reducido 50 veces en el último siglo.

Los datos muestran lo que todos sabemos en el fondo: el mundo ha mejorado dramáticamente. La esperanza de vida se ha más que duplicado desde 1900. Hace dos siglos, prácticamente todo el mundo era analfabeto. Ahora, casi todo el mundo sabe leer. En 1820, casi el 90% de la gente vivía en la pobreza extrema. Ahora son menos del 10%. La contaminación del aire en interiores ha disminuido drásticamente, y su equivalente en exteriores también lo ha hecho en los países ricos. Si pudiéramos elegir cuándo nacer, teniendo todos los datos a mano, pocos elegirían cualquier momento anterior al actual.

Este progreso indiscutible ha sido impulsado por la conducta ética y responsable, la confianza, el buen funcionamiento de los mercados, el Estado de derecho, la innovación científica y la estabilidad política. Tenemos que reconocer, apreciar y proclamar el valor y la rareza comparativa de cada uno de ellos.

El constante aluvión de noticias negativas puede llevarnos a imaginar que nuestro avance está a punto de llegar a su fin. Sin embargo, las pruebas de las que disponemos no apoyan esta conclusión. Las últimas hipótesis del Grupo de Expertos sobre el Clima de las Naciones Unidas indican que, a finales de siglo, el ciudadano medio será más rico que hoy. El cambio climático solo ralentizará el progreso, de modo que la persona media será “solo” 4,34 veces más rica, lo que no significa el fin del mundo. Sin embargo, el miedo empuja a muchos a exigir un desvío de cientos de billones de dólares para dirigir la economía mundial abruptamente hacia cero de emisiones de carbono.

Necesitamos fomentar un entorno que cuestione el alarmismo y promueva un pensamiento optimista, pero crítico, y un debate constructivo sobre el futuro. Esperamos que nuestra nueva Alianza para la Ciudadanía Responsable (ARC) sea de ayuda en este sentido, reuniendo a personas de buena voluntad y sentido común de todo el mundo, para formular y comunicar una visión positiva del futuro.

Para impulsar el progreso de los más pobres del mundo, deberíamos centrarnos en políticas eficientes y bien documentadas con enormes beneficios. Trabajando con más de cien de los mejores economistas del mundo, uno de nosotros ha ayudado para muchos de los problemas más insidiosos del mundo: el tratamiento básico de la tuberculosis que salvará a un millón de personas al año, la reforma de la tenencia de la tierra que permite a los más pobres cosechar los beneficios, la tecnología educativa que puede ofrecer resultados de aprendizaje tres veces mejores, y mucho más.

Estas políticas no son titulares llamativos, pero pueden hacer un inmenso bien: por un costo de US$35.000 millones anuales salvarían la asombrosa cifra de 4,2 millones de vidas y harían a la mitad más pobre del mundo US$1,1 billones más rica al año.

Si evitamos dejarnos llevar por el miedo y nos fijamos en los datos y en el panorama general, veremos que el mundo está mejor de lo que estaba, y es probable que mejore aún más. Tenemos la responsabilidad de adoptar las mejores políticas para avanzar.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Bjorn Lomborg es presidente del Copenhagen Consensus Center

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