Esta semana fue el tercer aniversario del acuerdo climático de París. El gobierno de Trump lo manchó al trabajar con Rusia y las naciones petroleras del Golfo para dejar de lado la ciencia y socavar el acuerdo en las conversaciones sobre el cambio climático en Katowice, Polonia.
Mientras estaba en Nueva Delhi esta semana, donde me reuní con defensores de la energía solar, un comentario hecho por el periodista Bob Woodward casi saltó de mi iPad: el presidente, dijo, “toma decisiones a menudo sin una base en los hechos”. Esto no es un mero capricho propio de la personalidad de Trump. Es profundamente peligroso para todo el planeta.
Los científicos nos dicen que debemos actuar ahora para evitar los estragos del cambio climático. La colisión entre los hechos y los hechos alternativos ha afectado los esfuerzos de Estados Unidos para enfrentar esta crisis. Desde que Trump anunció que sacaría a Estados Unidos del Acuerdo de París, los que permanecemos en la lucha hemos trabajado para demostrar que el pueblo estadounidense aún se encuentra dentro de él.
Pero el reto no está en si las ciudades y los estados de EE.UU. pueden compensar por el rechazo de Trump a la realidad. Pueden hacerlo. El reto está en si las naciones del mundo se retirarán del pacto suicida al que nos hemos unido pasivamente al responder inadecuadamente a esta crisis.
Los líderes que se reunieron en Polonia reconocen que no estamos cerca de cumplir con lo necesario para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que calientan el planeta. La gente está muriendo debido al cambio climático, muchos más morirán y se darán miles de millones de dólares en daños a la propiedad a menos que Estados Unidos regrese a la lucha.
La evidencia es difícil de pasar por alto. Quince de los incendios más grandes en la historia de California han ocurrido en los últimos 18 años. Ponemos los ojos en blanco cuando el presidente sugiere que “rastrillar” el bosque es la respuesta. Pero los audaces memes compartidos por Internet no ayudan cuando hay tanto en juego.
Los huracanes María, Harvey e Irma le costaron a los Estados Unidos unos US$265 mil millones en daños. Las sequías históricas son acompañadas por inundaciones históricas. Las olas de calor robaron 153 mil millones de horas de trabajo a nivel mundial el año pasado. Las enfermedades infecciosas se están moviendo hacia nuevas áreas y mayores altitudes. El rendimiento de los cultivos ha disminuido en más de dos docenas de países, y para el 2050 el medio oeste de los Estados Unidos podría ver la caída de la productividad agrícola a su nivel más bajo en décadas. Pero esto es un simple adelanto de lo que está por venir.
El último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático advirtió que los cambios necesarios para mantener el calentamiento global a 2,7 grados Fahrenheit (1,5 grados Celsius), tal como lo exige el Acuerdo de París, requerirían cambios en una escala sin “ningún precedente histórico documentado”.
La reciente evaluación del clima ordenada por el Congreso estadounidense advierte que “con un crecimiento continuo de las emisiones a tasas históricas, se prevé que las pérdidas anuales en algunos sectores económicos alcancen cientos de miles de millones de dólares para fines de siglo, más que el producto bruto interno actual de muchos estados”.
Se prevé que las emisiones aumenten un 2,7% en todo el mundo este año. En lugar de controlarlas, la administración de Trump desataría más al reemplazar el Plan de Energía Limpia con una regla que podría permitir que las plantas de energía descarguen 12 veces más dióxido de carbono en la atmósfera. En lugar de controlar las emisiones de combustible, la administración está haciendo retroceder los estándares que la industria automotriz había adoptado. En lugar de mantener una tapa sobre el metano, está haciendo más probable que este potente gas de efecto invernadero se filtre a la atmósfera.
Las generaciones futuras nos evaluarán a partir de si actuamos en base a hechos, no a partir de si los debatimos o los negamos. El veredicto dependerá de si llevamos a cabo políticas que impulsen el desarrollo y la implementación de tecnologías limpias, revitalicen nuestras economías y aborden el problema del cambio climático global. Cada día que pasamos paralizados por la actitud de la Casa Blanca es un día en el futuro en el que nuestros nietos sufrirán. Eso no es una hipérbole, es ciencia.
En lugar de aceptar tácitamente que la inacción está garantizada por los próximos dos años de la presidencia de Trump, el Congreso estadounidense debe enviar legislación al presidente que aborde esta crisis. Esto lo obligará a tomar decisiones que la ciudadanía recordará por mucho tiempo: ¿dirá que no a la implementación de tecnología solar que convertiría al oeste estadounidense en la Arabia Saudí de la energía solar?, ¿ le dirá no a convertir el Medio Oeste estadounidense en el Medio Oriente de la energía eólica?, ¿le dirá no a una revolución manufacturera que podría hacer que Virginia Occidental trabaje de una manera que su amado carbón nunca logrará?
Que tenga que elegir y averigüémoslo.
Si fracasamos, las generaciones futuras nos juzgarán a todos como fracasos, no solo a un presidente. No tendrán tiempo para excusas. Los hechos importan. Actuemos sobre ellos.
© The New York Times.
–Glosado y editado–