El caso de las tres generaciones, por Beatriz Boza
El caso de las tres generaciones, por Beatriz Boza
Redacción EC

Hablar de ética en nuestra vida pública me hace recordar a la abuela, horrorizada por cuán indecente viste su nieta: “¡Eso es una microtanga que no puede llamarse falda, encima para salir casi a medianoche!”. Cansada de explicarle que es normal, que sus amigas son recatadas y que su falda es de las más largas, la adolescente se rebela, gritándole que el mundo ha cambiado. La madre trata de terciar, sabe que su hija no abusa y coincide en que la falda debe lucir las piernas, pues da un “toque sensual”, pero también piensa que la de su hija es demasiado corta y trata de persuadirla de cambiarse. La discusión se enciende. “Es cuestión de valores –concluye la abuela–, esta generación ha perdido todo sentido de decencia”. La pregunta que suscita esta anécdota, que aprendí de Eduardo Schmidt, S. J., es si las tres mujeres están discutiendo acerca de valores.

Parecería que sí, pero ¿es así? ¿Ha perdido la juventud –y nuestra vida pública– la guía moral? Para Schmidt, la discusión entre las tres mujeres no es una de valores, sino sobre cuántos metros de tela debe usarse para confeccionar una falda. Ese es un juicio práctico que cambia –gracias a Dios– con cada generación, tiempo y lugar. Si se quedan enfrentándose sobre el juicio práctico –cuántos centímetros debajo de la rodilla, encima de ella o debajo de la ingle tiene la falda– es probable que nunca se pongan de acuerdo. Para ponerse de acuerdo es necesario ir más allá, a los principios y valores que están en juego. Con lucidez, Schmidt enseña que las tres tienen claro que hay ciertas partes del cuerpo que deben estar cubiertas, solo difieren respecto de la extensión de esa cobertura. De alguna manera comparten el valor de la intimidad y el principio de no “mostrarlo todo”, pero no son conscientes de ello y se aferran a sus propias ideas sin posibilidad de entenderse.

Discutir sobre metros de tela puede ser un diálogo de sordos que fácilmente deriva en ataques personales y hasta agresión porque radicaliza posiciones, anula toda posibilidad de entender al otro y aleja el consenso. 

A su vez, pensar –como en el caso de las tres generaciones– que los principios y valores discurren y se miden en metros de tela es verlos como meros formulismos estériles que limitan el progreso porque anulan la creatividad y diversidad propia de nuestra naturaleza humana. 

La clave para acercarnos a resolver visiones diferentes y a veces incluso encontradas pasa por ir más allá y lograr perspectiva, esa que, comprendiendo lo que está en juego, se abre a descubrir principios y valores que puedan resultar valiosos y deseables porque logran incorporar nuestra diversidad. Uno de los faros que ilumina esa perspectiva es la libertad de expresión, que, cual observador comprometido, se acerca a hablarle, en su léxico, a la abuela, a la madre y a la nieta, invitándolas a entender a la otra, animándolas a trascender de la pugna a la renovación del afecto y unión familiar. 

Como la abuela que quisiera poder decretar la altura de la falda, cada vez más creemos que los problemas en nuestra sociedad se solucionan con más leyes y sanciones más severas. Y como la nieta que, al sentirse juzgada e incomprendida, recurre al insulto y descrédito del interlocutor, olvidamos que la fórmula para la convivencia pacífica ya está consagrada en nuestra Constitución y que se basa en la defensa y respeto de la persona. Las normas están, lo que nos falta es apropiarnos de su contenido, darles significado práctico y dotarlas de vida como parte del ejercicio de nuestra ciudadanía. Ese es el desafío que encaramos como sociedad. 

Es tarea de todos. ¿Exigen los partidos a sus candidatos tener que adherirse y cumplir con los derechos fundamentales, entre ellos los de respeto, igualdad, no discriminación, transparencia y tolerancia de nuestra diversidad? ¿Ha considerado nuestro sector privado el rol que la empresa puede tener en enseñar derechos y deberes para hacer de la nuestra una sociedad más justa, democrática, próspera y solidaria? ¿Están los medios de comunicación listos para diferenciar discusiones sobre metros de tela de aquellas sobre principios y valores que nos permitan aprender a vivir nuestra ciudadanía, una que se abre al mundo en libertad?