“La sordera política nos ha horadado el cerebro societario y perdimos la comprensión cabal de la realidad, si alguna vez la tuvimos de verdad”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
“La sordera política nos ha horadado el cerebro societario y perdimos la comprensión cabal de la realidad, si alguna vez la tuvimos de verdad”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
/ Víctor Aguilar Rúa

Por muy variadas razones y en diversas circunstancias, hay recurrencias políticas incontrastables que nos distinguen, limitan y frustran. Las reformas constitucionales acometidas y nuestras leyes carecen de armonía entre sí y son insuficientes. No aseguran nuestra necesaria gobernanza política y social. No pudiendo cambiar todo de golpe, nació una iniciativa plural y ciudadana, una invocación pública a quienes aspiran ser presidentes: el .

Padecemos, principalmente, de dos condiciones que se suponen excluyentes y que no lo son. La ineficiente relación entre los poderes públicos y la relación de estos con la ciudadanía. Ambas se han deteriorado en varios extremos. A veces nos oímos, pero jamás nos escuchamos. El negacionismo es la gran roca en nuestros zapatos. La sordera política nos ha horadado el cerebro societario y perdimos la comprensión cabal de la realidad, si alguna vez la tuvimos de verdad. Los resultados están a la vista y podemos acotarlos en: desgobierno, impunidad, inseguridad, desconfianza, servicios sociales insuficientes, escasa calidad en la participación política y nuevas formas de organización social. Los nuevos canales de expresión y de comunicación vía redes demandan lo que el Estado y el gobierno no garantizan a pesar de su mandato constitucional. El descontento, en cuanto a motivaciones es fragmentado, pero es generalizado.

El Estado Peruano es disfuncional, frecuentemente hace lo que no debe y no hace lo que debe. Sustraernos como ciudadanos de nuestras responsabilidades es una hipocresía. Culpar a terceros o solo al Estado es una actitud negacionista para evitar asumir las consecuencias y actuar acorde a nuestras obligaciones.

En términos políticos, somos los que lo hemos mal diseñado, atrofiado, asaltado y desnaturalizado. Se impone con frecuencia la improvisación, la descoordinación, el despilfarro, la falta de transparencia, la no rendición suficiente y oportuna de las cuentas públicas, la hipertrofia normativa, el desperdicio de capacidades, la , el malgasto. La sociedad corre a su suerte en cuestiones básicas: salud, seguridad, educación y coberturas sociales y el imperio de antivalores se extiende. Nuestros estratos más carentes son ancestralmente solidarios, pero no nos pensamos como “un proyecto de vida en común”.

Nuestra política evidencia lo peor. No participamos como debiéramos, cualquier prontuariado es candidato, es electo o nominado alto funcionario y no pasa nada. La desvergüenza es moneda corriente que “paga bien”, los elegimos, los blindamos y si actúan en red, son ministros.

La República es tarea pendiente, no somos ni siquiera ciudadanos plenos conscientes de todos nuestros deberes, más exigimos derechos. Medimos y juzgamos hechos símiles con varas convenientes y mucho acontece a media luz.

El objetivo principalísimo del Pacto del Bicentenario parte del principio de primacía de la realidad. Ello implica conocerla, reconocerla, aceptarla y actuar constructivamente. La constitución histórica del Perú define al Poder Legislativo como el primer poder del Estado, hecho que desconocemos hasta el absurdo de abusar de tal condición y en perjuicio del Poder Ejecutivo.

A falta de reformas y leyes inteligentes, viables y suficientes, el Pacto del Bicentenario tiene por vocación política ser hoy la puerta preferente que todos debemos cruzar. Contiene valores y compromisos explícitos mínimos para que los políticos dialoguen, negocien y acuerden alianzas públicas con algunas bancadas electas y ejecuten lo pactado. Invita (clama) a un cambio sustantivo y superador en la forma de hacer política.

Acorde con lo anterior, cuando un gabinete solicite la confianza, primero tendrá que acordar lo que va a plantear ejecutar, priorizando lo que una y descartando lo que no en procura del respaldo explícito congresal, sin abdicar del necesario control político de propios y extraños.

El Pacto del Bicentenario debe ser firmado por y ser cumplido para procurar la recuperación económica y social, acometer todas las urgentes reformas y salir del atolladero político, moral, económico y social. Resumo, para que seamos una sociedad viable con un Estado a su servicio y no la exaltación de nuestras peores conductas gestionando nuestro país.

¡Pónganle atención al Pacto del Bicentenario!

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