
Es común que situaciones o decisiones que nos afectan en el día a día, se consideren justas por unas personas e injustas por otras. Solemos cuestionar la justicia de una ley, una decisión judicial o un acto del presidente. También si es justo que a unos les cobren más impuestos que a otros, que algunos niños vayan a escuelas privadas y otros a las públicas, etc. En el plano familiar, por poner un ejemplo más cercano, mis hijos me discuten cada fin de semana si es justo que su hora de llegada no sea la misma que la de sus amigos. En fin, todo el tiempo cuestionamos si algo, lo que sea, es justo o no.
Un común denominador en estos casos es que nunca estamos todos de acuerdo. Parecería, entonces, que la justicia es un concepto relativo pues dependería de la perspectiva con la que se le mire o de qué lado de la discusión nos encontremos.
Sin embargo, sí hay algo en lo que todos estamos de acuerdo: lo justo es algo que anhelamos. Es decir, lo justo –la justicia– es un fin en sí mismo. Nadie desea la injusticia, ni siquiera cuando buscamos revancha contra alguien, ya que en ese caso consideramos justo que una persona sea castigada o sufra nuestros peores deseos. Todos decimos querer justicia.
Un segundo aspecto de la justicia que no es relativo y en el que todos coincidimos es que la justicia debe ser imparcial. John Rawls, considerado por muchos el filósofo político más importante del siglo XX, sostiene en su libro “A Theory of Justice” que un elemento fundamental de la justicia es la imparcialidad, y propone el concepto de justicia como equidad, como eje de toda discusión filosófica acerca de qué es un sistema político justo o injusto.
Rawls dice que lo imparcial es constante y consistente, es decir, no cambia de parecer de un momento a otro ni se afecta por condiciones como la raza, el género, la edad, etc. Su resultado no cambia si las variables son las mismas. De esto derivan ciertas reglas básicas de convivencia social como, por ejemplo, que las leyes están para cumplirse y se aplican a todos por igual, que nadie tiene derecho a dañar a nadie, que todos tenemos derecho a un juez imparcial, entre otras.
A veces es difícil ver qué es lo justo porque no somos imparciales, a causa de las emociones y los prejuicios. Cuando creemos que alguien es culpable, nos olvidamos que todos –hasta el más miserable delincuente– tienen derecho a un debido proceso. Ser imparcial es muy difícil pues implica aplicar las reglas cuando la mayoría está de acuerdo, pero también cuando está en desacuerdo. Requiere abstraerse de los factores condicionantes y además ser constante y consistente.
Lo paradójico es que aun cuando lo imparcial pueda ser impopular, está protegiendo un valor que todos deseamos: lo justo, la justicia. Y es que, como dice Rubén Blades, “la vida te da sorpresas”. Hoy puedo estar vociferando en la tribuna para que encierren rápido al sospechoso antes de su juicio, pero mañana me puede tocar a mí estar en el ojo de la tormenta injustamente, con mi letrero de detenido, enfrentando la paliza mediática y a un juez temeroso de hacer lo impopular.
Si algo de bueno tienen los acontecimientos políticos y judiciales de estos últimos años es que hemos visto a los actores principales estar precisamente en los dos lados: primero como acusadores y después como acusados, en el poder primero y luego en la oposición, en el lado popular y luego en el impopular.
Aquellos que no tienen el don de la imparcialidad han medido con varas distintas las diferentes situaciones: reclamando un juzgamiento acelerado en un caso, invocando la presunción de inocencia y el debido proceso en otro; o invocando la voluntad de la mayoría cuando les conviene, pero criticando luego la tiranía de la misma cuando están del lado débil.
Alan Dershowitz, el brillante abogado defensor y controvertido profesor de la Escuela de Leyes de Harvard, sostiene que, para protegernos a todos, el sistema de justicia debe ser imparcial y equitativo “hasta con el diablo”. Cuando discriminamos a uno estamos, a la larga, discriminando a todos. Por eso, Rawls nos dice que los componentes de la “justicia básica” son la imparcialidad y el debido proceso.

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