La emergencia sanitaria no solo ha puesto en evidencia los flancos más débiles de los servicios públicos del país. La pandemia nos permite constatar una realidad en la que disponer de tiempo libre es verdaderamente un regalo. Debido a factores sociales e históricos, que imponen un rol de cuidado de la familia a la mujer, este recurso –tan imprescindible para una vida digna– es muy escaso para las madres peruanas. Si antes del COVID–19, ellas dedicaban el doble de horas semanales a realizar tareas domésticas que sus cónyuges (38 versus 19, según la única Encuesta Nacional de Uso del Tiempo que hay en el Perú, del 2010), hoy la presencia permanente de todos los miembros de la familia en el hogar –incluidos los hijos que ya no van a la escuela– incrementa marcadamente el tiempo que las mujeres deben destinar a las tareas de cuidado.
La proporción en la asignación de responsabilidades domésticas, de dos a uno, es solo el promedio. Pero si repasamos cada actividad, encontraremos un nivel de desigualdad incluso más acentuado. La más demandante de estas tareas, por su frecuencia y el tiempo que requiere, es la culinaria. El desbalance es tan notable que una madre destina 14 horas a la semana a la cocina y su pareja solo le dedica tres. Adicionalmente, un 35% de los hogares en el Perú son conducidos por mujeres (usualmente hogares monoparentales) y, en estos casos, el balance de género en la distribución de responsabilidades es incluso más difícil.
De esta forma, además del agobio por no poder salir libremente durante la cuarentena, las mujeres pueden enfrentar sentimientos como frustración, inconformidad, culpa o desequilibrio, debido a la necesidad de afrontar varias labores a la vez, incluidas, posiblemente, aquellas remuneradas que se llevan a cabo presencial o remotamente.
Esta situación de disparidad revela una problemática que no es reciente y que debe ser atendida a través de políticas públicas. Es fundamental implementar infraestructura y servicios de apoyo a las labores del hogar, como centros gratuitos de atención de niños (guarderías), ancianos (casas de reposo) y enfermos (establecimientos de salud). Sin embargo, sabemos que la amenaza del COVID-19 desaparecerá con dificultad y lentamente, por lo que la nueva normalidad pospandemia demandará que se garanticen todas las medidas de seguridad sanitaria en estos establecimientos que atenderán a una población altamente vulnerable.
Sin embargo, más allá de las estrategias del Estado, este tiempo en el que las familias han permanecido en casa, y se encargan de satisfacer sus necesidades básicas, puede ser una oportunidad inigualable para sensibilizar a todos sus miembros. Más que nunca, somos conscientes de lo necesarias que son las actividades domésticas y de las serias dificultades e incomodidades que enfrentamos cuando estas no se realizan. La coyuntura actual demuestra que todos podemos realizar tareas domésticas. Si no balanceamos el incremento de trabajo que se viene produciendo al interior de los hogares, las madres simplemente ya no podrán realizar sus labores de trabajo remunerado o lo harán a costa de su salud mental. Para lograrlo, es importante desarrollar estrategias de distribución de labores entre todos los miembros que componen el hogar.
Cerrar brechas requiere siempre de un esfuerzo adicional. Hoy la coyuntura le brinda la oportunidad a cada miembro de la familia de crear hábitos y empezar a reducir una normalizada desigualdad en las responsabilidades domésticas. Cuando salgamos de la pandemia, no volvamos a recargarnos sobre la madre o la trabajadora que nos ayuda en casa; continuemos haciendo las labores que nos tocan, con el mismo empeño y responsabilidad que en esta época de crisis.