Si la astronomía llama “agujero negro” al punto en el cual una estrella compactada sobre sí misma ejerce por su masa tal atracción que impide a la luz salir de ella, los tres siglos del Virreinato tienen ese papel en nuestra memoria. En los libros de enseñanza hay un salto desde la historia prehispánica y la conquista contada con lujo de detalles hasta la independencia. Tres siglos se reducen a pocas páginas. ¿Por qué? Porque la independencia fue un movimiento antiespañol y los condenó al olvido, como si ese tiempo “artificial” se hubiera marchado en 1821.
Pero puede ser también una represión colectiva que niega asumir lo que se es, o aceptar que esos tres siglos tienen enorme importancia para la nación actual. Un esfuerzo inconsciente por ignorar que la independencia misma usó conceptos de esos tres siglos. El propio Viscardo y Guzmán dirigió su “Carta a los españoles americanos” a los descendientes de los conquistadores y no a los habitantes primitivos.
Recordemos. Los tres siglos del Virreinato dejaron en la sociedad una visión diferente al individualismo que la reforma protestante había difundido en otros países de Europa. A nosotros llegó la reacción del Concilio de Trento y la Alta Escolástica de Victoria, Santamaría de Paredes o Hevia y Bolaños, según la cual la sociedad no se integra por individuos sino por “estamentos” o grupos funcionales, lo que coincide con nuestra sociedad de castas raciales virreinal y subsistente en la República. Y una sociedad dividida así, y con menor movilidad, tenía que usar las reglas detallistas y recursos jurídicos que explican el “legalismo” extremo del mundo virreinal y republicano. No olvidemos que la “judicialización” o apelación al arbitrio estatal para todo conflicto existe aún entre nosotros, con millones de expedientes y procesos que atiborran el mundo judicial, frente al cual, el “arbitraje privado” no tiene el éxito que sí tiene en los países sajones. El Virreinato, autónomo por la lejanía, aceptó que “la ley se acata pero no se cumple”, y cimentó la informalidad en la que vivimos.
Además, esa sociedad estamental y detallista se trasladó al arte y se encarnó en el barroco de la escultura religiosa y de la pintura cusqueña que incorpora todos los elementos históricos –Cristo junto al sol y la luna– en su sincretismo mestizo.
Y el propio mestizaje fue producto de los tres siglos, aunque se le ordenara y clasificara en una lista muy “barroca” de 19 castas. Así, todos los generales y funcionarios de la independencia fueron producto de esos tres siglos, con su apariencia mestiza y su apellido español, pues, por ejemplo, Ninavilca solo puede ser montonero.
Todo ello en una estructura organizada en intendencias, actuales departamentos, que no se han dejado agrupar en regiones, muestra la fuerza de la herencia virreinal. Y un rey lejano y arbitral al cual dirigir memoriales e interminables escritos para obtener prebendas, ¿no es todavía un rasgo actual de nuestra conducta política, impensable en Francia, en Alemania o en Estados Unidos?
En suma, no nos comprendemos bien ni nos aceptamos porque nos falta estudiarnos en esos tres siglos. La historia no puede admitir “agujeros negros”, pues deja de ser historia y priva a las naciones de entenderse y asumirse, con el enorme obstáculo que ello crea para avanzar al futuro.