La creciente irascibilidad social de estos días y la persistente sensación de inseguridad (87% se siente inseguro en el país; 94% en Lima, según Datum) han activado crecientes rumores de cambios ministeriales.
Al menos durante las últimas tres semanas se ha hablado de relevos que, incluso, alcanzarían a la cabeza del Gabinete. A finales de la semana pasada, los rumores alcanzaron mayor intensidad. Pero la extraña y accidentada conferencia de prensa del martes último debería haber descartado cambios, al menos en el plazo inmediato.
En cualquier caso, sorprendió un tuit de la periodista Karla Ramírez, quien, en su cuenta de X, reportaba el ofrecimiento para convertirse en presidente del Consejo de Ministros al excanciller Javier González-Olaechea.
Según fuentes palaciegas, citadas por Ramírez, González-Olaechea habría puesto ciertas condiciones (cambios en el Minedu, Mininter, Mindef y Minem) que, finalmente, no se aceptaron. González-Olaechea reaccionó a la mención solo minutos después, sin descartar ni confirmar los rumores.
En términos cronológicos, lo que siguió fue la cita con la prensa con la que la presidenta Dina Boluarte rompió más de cien días de silencio. Acompañada por varios integrantes de su Gabinete, Boluarte reincidió en el tirante trato con la prensa y optó por tomar una exasperante distancia de la apremiante realidad, reseñando un promisorio presente que, en todo caso, solo se aprecia desde el Ejecutivo.
Con este panorama, cualquier cambio de Gabinete parece irrelevante. Así, en la mirada del Ejecutivo, si se cree que lo que acontece es responsabilidad de otros, serán los otros los que deberán cambiar. Por lo tanto, ningún cambio representará alguna diferenciación.
Se trata de una suerte de gatopardismo: cambiar todo (o algo, al menos) para que nada cambie. De hecho, el último cambio de ministros no ha significado una variación importante en la dinámica global del Gobierno, tanto en la ejecución de acciones como en la relación de dependencia frente al Legislativo.
Por lo demás, el reclutamiento que ha realizado este Ejecutivo pocas veces ha significado una mejora o ha brindado un respiro a la crisis, como solía ser el caso. De hecho, si se revisa la evolución de la aprobación popular, se notará que los cambios ministeriales han tenido nulo impacto en estas cifras.
El único aspecto positivo de algún cambio sería el hecho de que alguien asuma responsabilidad por la acción o inacción sectorial. Pero los cambios en este gobierno han correspondido más a humores presidenciales: la sedimentación de un ánimo hostil hacia algún colaborador.
Con una cumbre internacional por realizarse en breve, cualquier variación generaría un ruido adicional que, seguramente, no se quiere tener en estos días. Además, de haber cambios en la Presidencia del Consejo de Ministros, se requerirá un voto de investidura ante un Parlamento que se muestra crecientemente hostil.
Los rumores, pues, parecen supeditados a los humores de una presidenta que persiste en alejarse de la sensatez. Estamos avisados.