Maite  Vizcarra

La inercia local de una agenda pública plagada de escándalos de corrupción política con esteroides a veces se quiebra con hechos felizmente inusitados que no hay que dejar de comentar. Es el caso de la presencia en Lima esta semana de dos expertos de talla global que, con el mayor convencimiento, han mostrado la disciplina del diálogo social como una llave para mejorar con eficacia la que nos envuelve.

Por un lado, la organización empresarial Capitalismo Consciente e IDEA Internacional facilitaron la presencia del reconocido Centro Nansen para la Paz y el Diálogo con sede en Noruega, a través del experto en resolución de conflictos Alfredo Zamudio. Y, por el otro, el Acuerdo Nacional, a través de la Embajada del Perú en el Vaticano, nos permitió escuchar a la solvente asesora del mismísimo , Emilce Cuda, también secretaria de la Pontificia Comisión para América Latina.

Escuchamos en dos días consecutivos a estos expertos explicar cómo es que la pedagogía del diálogo social no es una nueva utopía solamente, sino una manera de organizarnos para lograr construir confianza entre todos. Claro que es inusitado, considerando que el Perú es una tierra signada por la desconfianza: solo el 17% de peruanos cree que puede confiar en la gente.

Tanto Zamudio como Cuda enfatizaron en la efectividad de una práctica que todos creemos que sabemos hacer: hablar. Pero resulta que dialogar no es solo hablar, sino que, sobre todo, consiste en escuchar. ¿Sabemos escucharnos los peruanos? ¿Nos interesa escucharnos?

El reciente conflicto en torno al uso de una imagen que vincula a la representación de María de Nazaret con un personaje travestido es el último gran conflicto que nos envuelve y en el que bien podríamos aplicar la pedagogía de la escucha y, a continuación, del habla. Pero ya se ve que los esfuerzos del Acuerdo Nacional, Capitalismo Consciente, IDEA y todos los otros que están ahí silenciosamente abogando por construir confianza sobre la pedagogía de la escucha necesitan más vitaminas.

Ahora bien, y en concreto, respecto de estos conflictos en los que se enfrentan libertades y derechos, ¿cómo saber cuál preferir? ¿Vale más el derecho a la blasfemia o el derecho a la ofensa? ¿Vale más la libertad de expresión o la libertad de culto?

Podríamos terminar buscando una solución salomónica que indique que ambos son igual de necesarios en una convivencia social sana. Y claro que lo son, pero la imposibilidad de escucharnos nos impide elaborar mejor esta suerte de fisura social en una de las disputas más recurrentes aquí y en el mundo, en este siglo XXI.

No vamos a definir aquí cuál es la ponderación correcta, porque justamente ese tipo de ejercicios deberían realizarse a través de espacios de diálogo social –digital o no–. Porque tan absoluto es tener libertad de expresión sin ningún tipo de condicionamiento como también que el respeto por el otro no es relativo.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Maite Vizcarra es tecnóloga, @Techtulia

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