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El sismo de Afganistán: desastres, género y desarrollo
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El sismo de Afganistán: desastres, género y desarrollo

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El en confirma la problemática relación entre los desastres, el género y el desarrollo; esto es, cómo las amenazas naturales desencadenan impactos diferenciados dependiendo del tipo de sociedad que castigan: se amplifican cuando golpean a sociedades con escandalosas cotas de discriminación, clamorosas debilidades institucionales, precaria infraestructura, pobre experiencia en gestión de desastres y aguda carencia de recursos financieros; pero se atemperan en sociedades con economías, estados, red de servicios e instituciones consolidadas, donde las desigualdades de todo tipo se muestran tolerables.

Controlado desde el 2021 por grupos talibanes que no respetan los derechos humanos y sin experticia en gestión pública, Afganistán enfrenta una nueva crisis dentro de otra crisis: tras años de invasiones extranjeras y guerras civiles, en medio de una sofocante pobreza, de desplazados y de una chocante inseguridad alimentaria, ahora sufre los embates de un fenómeno natural recurrente en su complicado territorio.

Con una magnitud de 6 en la Escala de Richter y un hipocentro de apenas 10 kilómetros de profundidad, el terremoto devastó principalmente la zona este del país, dejando más de 2.200 personas fallecidas y 3.640 heridas, cifras más duras que las del seísmo de octubre del 2023, con más de 1.500 muertos. No está de más decir que se trata de estimaciones preliminares, que de seguro se moverán hacia arriba, más aún cuando las comunicaciones y reportes se hacen poco confiables en una realidad tan precaria como la de esta nación asiática.

Ubicado en un territorio altamente vulnerable al cambio climático, Afganistán ha venido sufriendo décadas de conflictos y sucesivas crisis humanitarias. No sorprende que, según el Informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo 2023, se haya ubicado en la posición 181 de 193 países en el ránking del Índice del Desarrollo Humano. Y dado que el actual gobierno talibán ha oficializado una nueva denominación para el país (la de Emirato Islámico de Afganistán), tampoco sorprende su intolerancia a cualquier organización política opositora y su menosprecio hacia los derechos de la mujer.

La deplorable situación descrita rememora otros casos semejantes con poblaciones vulnerables, instituciones fallidas y patética infraestructura, que al enfrentar eventos calamitosos vieron multiplicada su desgracia, como el sismo de 7 grados qur hubo en Haití el 12 de enero del 2010, que provocó la muerte de más de 200 mil personas. Confrontado con una realidad como la de Chile, país con mejores indicadores socioeconómicos y con un Estado relativamente consolidado, el 27 de febrero de ese mismo año el vecino del sur supo vérselas con un terremoto de mayor magnitud (8,8 grados), el cual produjo el deceso de 512 personas, en su mayoría por causa del tsunami colateral. Dos realidades distintas que, al enfrentar un mismo fenómeno, arrojan resultados también distintos.

Pero el poder talibán en Afganistán añade un nuevo pero indeseable matiz en las acciones pos desastre, que ni siquiera se da en Haití, por lo menos en términos oficiales: la irrupción de un régimen de discriminación contra las mujeres a quienes se les prohíbe estudiar, trabajar o hacer deportes, tal como lo reporta el Índice de Género de Afganistán 2024, publicado por ONU Mujeres. Bajo la creencia de que ellas no pueden interactuar con hombres desconocidos, los ya precarios sistemas de salud manejados por médicos varones evitan atender a las mujeres heridas, dejándolas en desamparo. Cosa parecida ocurre con la ayuda humanitaria, pues al no permitirse la presencia femenina en las brigadas de auxilio, y siendo poquísimas las profesionales de la salud, habrá menos recursos y cobertura para los damnificados. Así, el haber borrado explícitamente a las mujeres de la vida pública en Afganistán agrava las desigualdades de género ya conocidas históricamente, sobre todo en contextos de eventos calamitosos.

Los desastres suelen afectar de manera diferente a mujeres, niñas, niños y hombres, pero esa desigualdad se agrava aún más por prejuicios atávicos, tradiciones regresivas y dogmas religiosos. Ninguna práctica cultural, por antigua que sea, puede justificar discriminaciones aberrantes. Mucho menos en situaciones de desastre.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Fernando Bravo Alarcón es sociólogo y docente en la PUCP.

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