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Las entradas del Mundial
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La televisión es la nueva tribuna popular para ver el Mundial del próximo año. Los precios mínimos de las entradas fijados por la FIFA están más lejos del alcance de la gente que quiere ir al Mundial que de la que solo quiere decir que fue al Mundial. Por 400 dólares, la entrada más barata, usted puede asistir al apasionante encuentro entre Ecuador y Curazao en Kansas City –pero no se olvide de llevar binoculares–. Si quiere ir la final, prepárese a soltar 5.000 cocos por coco.

Aún con la cantidad de partidos –más de 100– en este formato “infantino” de tres países y 48 equipos, la demanda parece insaciable. Eso explica, por supuesto, que se pueda cobrar esos precios. La FIFA ha adoptado el sistema conocido como “dynamic pricing”, en el que los precios van cambiando de acuerdo con el interés mostrado por el público, con la idea de cobrarle hasta el último centavo que el aficionado esté dispuesto a pagar; de “extraerle todo el surplus”, como decía un compañero de estudios. Pero los anteriores presidentes de la FIFA no han sido precisamente ingenuos. Sabían perfectamente que podían cobrar más. Y, sin embargo, su objetivo no era maximizar la recaudación. ¿Qué estaban tratando, entonces, de maximizar?

Durante décadas, el agotamiento de las entradas para los grandes espectáculos artísticos y deportivos ha sido un fenómeno recurrente. Bastaba subir los precios de las entradas para acabar con la escasez; pero, más allá de una segmentación elemental por ubicación –occidente, oriente, norte y sur, digamos–, los organizadores preferían mantener precios asequibles para un público más amplio. Su objetivo era, más bien, diversificar la lealtad a un equipo o a un conjunto musical entre aficionados de distintas edades y niveles de ingreso. Esa lealtad probablemente generaba más ingresos por la venta de discos o camisetas de los que se perdían en la taquilla.

La ecuación podría ser distinta para la FIFA, que aún hoy insiste en que debe haber siempre un canal que transmita en señal abierta los partidos del Mundial. La FIFA no es responsable de la lealtad de los aficionados con ninguna selección en particular. Su responsabilidad es mantener la lealtad del público con el fútbol en general. Obviamente piensa que el interés del público no decaerá, aun cuando la gran mayoría sienta que asistir alguna vez a un Mundial está definitivamente fuera de su alcance. Ojalá no se equivoque.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Iván Alonso es Economista

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