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IA, no insultemos la inteligencia (de nuestros estudiantes)
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La irrupción y masificación de la inteligencia artificial está cambiando rápidamente todas las facetas del quehacer educativo: a los docentes les ofrece nuevas herramientas de enseñanza, mientras que a los alumnos les pone en frente nuevas formas de aprender, pero también nuevas competencias por desarrollar. A las instituciones educativas, por su parte, les ofrece un vehículo poderoso para llevar la educación a más personas y atender mejor las necesidades de todos, incluso de los grupos más desfavorecidos y los que requieren atención especial, como las minorías, las personas neurodiversas y aquellas con diversos tipos de discapacidad. Es, en ese sentido, una herramienta con un potencial democratizador e inclusivo inmenso, que recién estamos empezando a descubrir.
Estamos, en realidad, ante una nueva revolución educativa en pleno desarrollo. Esa evolución del aprendizaje iniciada con la aparición del libro, la masificación del Internet, y la implementación de la computadora en el aula, nos pone por delante un nuevo reto que tiene como su eje central la transformación del vínculo entre dos actores: el profesor y sus estudiantes.
Pero los educadores no deberían preocuparse, no van a quedar obsoletos. Su papel seguirá siendo decisivo, eso sí, de maneras diferentes. Diversos estudios (Tavares et al. 2020, Vicari 2018) resaltan las posibilidades que ofrece la IA para aligerar la carga que los docentes enfrentan en tareas como la elaboración de evaluaciones, la calificación, el seguimiento constante de la actividad de los estudiantes y otras de índole mayormente administrativa. Con ello se libera tiempo para lo realmente importante: la interacción y el acompañamiento a los estudiantes. Algo que ninguna IA puede reemplazar y que ahora será incluso más relevante que antes. Porque la lA, sin un correcto acompañamiento, plantea también serios riesgos.
La inteligencia artificial es un arma poderosa y, como tal, aprender a usarla correctamente requiere supervisión constante y vigilada. De lo contrario, puede haber consecuencias no deseadas.
Por un lado, están las cuestiones éticas: es necesario establecer protocolos claros y ser sumamente estrictos en evitar que la IA se convierta en una herramienta para el plagio y otras formas de deshonestidad intelectual. Pero también hay riesgos pedagógicos importantes. Existen estudios que evidencian que el uso de herramientas como ChatGPT para elaborar tareas intelectuales supone una menor actividad cerebral, lo que se denomina una “deuda cognitiva”. En general, si delegamos a la IA tareas intelectuales que antes resolvíamos con nuestros propios cerebros, estamos debilitando la construcción de las redes neuronales que favorecen el aprendizaje y la formación del pensamiento crítico. Eso, en un joven, puede ser nefasto, más aún, en una sociedad como la peruana donde no educamos en la búsqueda dialógica de nuevas verdades sino la imposición autoritaria de alguna.
Es irreal pensar que se puede prohibir la IA en el contexto educativo, pero sí debemos establecer pautas para su utilización. El reto de los educadores, sobre todo en la educación escolar, es estimular la curiosidad, identificar un problema o reto, estimular la lectura de posibles soluciones y estructurar un argumento. Eso es pensamiento crítico. No puedo hacerlo con la IA si no lo he aprendido a hacer sin ella. No puedo usar una calculadora si no he aprendido antes a razonar matemáticamente. En suma, usar la IA para contribuir a desarrollar y potenciar capacidades, y que en ningún caso las reemplace. Hacer lo contrario sería insultar la inteligencia de los estudiantes, y eso, para un profesor, sería un pecado mortal.

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