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Los relatos contra la minería moderna
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Estamos en Caravelí, es sábado 13 de setiembre. Algunos congresistas atizan el fuego de una potente narrativa contra la minería moderna. El “espíritu del momento” son los relatos, las narrativas. Decía que estamos en Caravelí, donde dirigentes del debilitado Confemin han reunido a un grupo de mineros informales o en vías de formalización, como también se hacen llamar.
Hasta allí han llegado varios congresistas que buscan una ventana electoral. Decíamos que el relato es potente. Estos congresistas gritan que “hay grandes mineras que quieren liquidar a la minería artesanal y a la pequeña minería”. Lo que no quieren decir es que más del 70% de las concesiones trabajadas/invadidas por informales están en manos de medianos y pequeños concesionarios. Allí está el problema.
Hay una utopía de la verdad. Hoy la verdad debe ser verdadera. “Desde el principio de los tiempos, quien logra convencer a los demás de que posee la verdad tiene poder. El poder de contar lo que pasó y lo que está pasando”. Todo lo anterior lo escribió Gustavo González en una revista argentina. Ahora todo es relato. No hay verdad sino verdades, dirían los posmodernos.
Un observador ajeno diría que el país entra lentamente en una amplia “coyuntura crítica”; a ese punto de inflexión que no es sino un período de crisis que se suele resolver por la vía institucional. Por supuesto que la “cuestión de la minería informal y la extracción ilegal” es parte de esa “coyuntura crítica”. En las próximas semanas, en la Comisión de Energía del Congreso, se discutirá la propuesta de una ley de minería artesanal y pequeña escala. Estos mismos congresistas pretenden instalar el relato de un supuesto “acaparamiento” y –sobre todo– la “reversión” de concesiones. Lo que jamás reconocerán es que hay más de 70 mil concesiones libres y por otorgar.
A partir del grosero relato anterior, un sector político e ideológico intenta homologar los problemas de la minería informal y la extracción ilegal con lo que ocurría antes de la reforma agraria. Todo se resolvería con una reforma agraria pero en minería. Se le atribuye a Mark Twain decir que “la historia no se repite, pero a menudo rima”. El relato no se repite pero rima: concentración de tierras (concesiones), sistema de “patronazgo”, grandes agricultores (mineros) contra pequeños, una lucha de clases. En suma, “las concesiones son para quien las trabaja”.
Rescato el trabajo crítico del economista José María Caballero sobre las consecuencias reales y puntuales de la reforma agraria. Poco se sabe, pero la reforma agraria también tuvo su estudio técnico aceptado universalmente como vademécum: “Tenencia de la tierra y desarrollo socioeconómico del sector agrícola-Perú (Inter-American Committee on Agricultural Development-1966)”, elaborado por el famoso Comité Interamericano para el Desarrollo Agrícola (CIDA). No se trata de la típica crítica de la “derechona” a Velasco –como se suele decir– porque Caballero ayudó (curiosamente) a la implementación de la reforma. Y Caballero encuentra –años después, en 1981– inconsistencias en el estudio del CIDA. Enrique Mayer escribiría luego sobre el estudio que hizo Caballero que “las grandes haciendas no eran de ninguna manera la forma dominante de tenencia de la tierra en la sierra y que falsas impresiones habían dado lugar a opciones de política equivocadas”. Es el relato contra la realidad.
No ahondaré más en la reforma agraria, solo incidiré en la forma peligrosa en que algunos congresistas desarrollan una vulgar metonimia entre el agro prerreforma y el problema actual de la minería informal y la extracción ilegal. Se pretende un “velascato” a punta de relatos.
Escribo todo esto mientras estoy en el Perumin37 en Arequipa, acaso uno de los eventos mineros más importantes del mundo. Arequipa es la gran ciudad del sur en el eje La Paz-Iquique. Chile y el Perú, las repúblicas del cobre, comparten el desierto de Atacama y juntos son el 40% de la producción mundial del mineral rojo. Si ambos constituyeran una “alianza del cobre”, seríamos geopolíticamente imbatibles.

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