Como todos sabemos, una de las habilidades principales de es controlar y establecer las narrativas que definen las coyunturas. Fiel a su estilo, anuncia u opina irresponsablemente vía bravatas. En pocos días propuso comprar Groenlandia, anexar a Canadá, recuperar el canal de Panamá, ocupar la franja de Gaza y desalojar a los palestinos. Son propuestas absurdas, en buena parte irrealizables, pero vienen de la boca de la autoridad máxima del país más poderoso del mundo, copando titulares y análisis de los principales medios y redes sociales, aunque casi siempre también modifica o da marcha atrás al poco tiempo de anunciarlas. Así, otros asuntos de mayor importancia –pero incomodidad para Trump– pasaron a un segundo plano u olvido.

Sin embargo, una de las narrativas más comunes y reiteradas concierne a nuestra parte del mundo y reedita las antiguas banderas del viejo imperialismo estadounidense. Donald Trump insiste en considerarnos su patio trasero. En primer lugar, generaliza acusándonos de delincuentes, depravados, sucios, ladrones, traficantes y bandoleros. A pesar de que estudios muestran que los índices de criminalidad de los inmigrantes no autorizados son más bajos que los de los ciudadanos estadounidenses, y también que tienen tasas de desempleo menores (es decir, roban menos, chambean más).

En segundo lugar, quiere que nuestra parte del mundo sirva como vertedero para los reos más peligrosos del mundo. Ha anunciado encarcelar a 30.000 inmigrantes deportados en Guantánamo, Cuba, y el presidente Bukele ha acordado recibir otros más en El Salvador. Lo curioso del hecho es que EE.UU. y El Salvador encabezan la lista de los países con mayor número de población encarcelada por cada 100.000 habitantes. En tercer lugar, quiere culparnos de sacar ventaja por el déficit comercial de EE.UU. (el más grande del mundo) y castigar a países como México, Colombia y Canadá con altos aranceles, modificando tratados comerciales con décadas de vigencia. En resumen, resucitó la noción de que somos el patio trasero del Tío Sam.

De nuestra parte, la proactividad de Trump no tiene respuesta efectiva latinoamericana. Un subcontinente sin líderes, partidos sólidos, planes o utopías es inefectivo ante estas embestidas. Para añadir insulto al agravio, está desmantelando a Usaid, que ha financiado algunos de los esfuerzos más importantes para democratizar al país y combatir la miseria e impulsar la gestión ambiental.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.


Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología

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