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¿Puede la IA salvar el Congreso?
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En Makassar, Indonesia, un grupo de manifestantes acaba de incendiar el Parlamento, mientras que en Lima, días después, nuestro Congreso apareció en Google Maps rebautizado como Palacio de las Ratas. Dos episodios lejanos, un mismo malestar: la gente ya no confía en sus legislativos. ¿Será la inteligencia artificial una vía para rescatar la representatividad perdida?
En Lima no ardió un Parlamento, sino las redes sociales. Bastó un hackeo para que el Congreso apareciera en Google Maps rebautizado como Palacio de las Ratas. Una burla que muchos celebraron en X, aunque se trate de un delito. Sin embargo, la aprobación popular de la chanza fue evidente: la mayoría aplaudió la ocurrencia porque encajaba con la desaprobación ciudadana que tienen nuestros legisladores. No es casualidad. Según encuestas recientes del IEP, más del 80% de peruanos desaprueba al Congreso. Esa cifra lo coloca entre los Legislativos más impopulares de América Latina.
No es un fenómeno aislado. Se repite en distintos rincones del mundo. Y si bien, en la teoría, la política es el arte de lo posible, en la práctica parece más el arte de lo irrealizable. Por ejemplo, conversaciones sin lógica, procesos legislativos que en el Perú toman en promedio 115 días para promulgar una ley y prioridades dictadas por lobbies antes que por ciudadanos.
De ahí surge la pregunta innovadora: ¿qué pasaría si en lugar de 130 congresistas tuviéramos 130 modelos de inteligencia artificial? No se trata de sustituir personas por algoritmos, sino de preguntarnos si la tecnología puede ayudarnos a resolver lo que los políticos no han querido o no han podido hacer. Usando la IA podríamos crear redes de opiniones que podrían reflejar perfiles de ciudadanos –un taxista limeño, un ecologista de Iquitos, un sindicalista arequipeño– y pedirles que opinen sobre un proyecto de ley. La IA sintetiza sus argumentos, muestra puntos en común y propone consensos. Lo que a un congresista le tomaría semanas de entrevistas, la máquina lo hace en milisegundos.
¿Exagerado? Pensemos en que el portal del Congreso almacena más de 7.000 proyectos de ley desde el 2016. Ningún legislador puede leerlos todos, pero un algoritmo sí. Puede identificar redundancias, anticipar impactos sociales o sugerir mejores redacciones.
Los detractores dirán que una IA no tiene calle ni emociones ni compromiso con los electores. Es cierto. Pero también es evidente que muchos congresistas tampoco los tienen. Hablan de tala ilegal sin haber visto la selva o promueven leyes que afectan la IA sin tener la más remota idea de su impacto.
El incendio en Indonesia y el hackeo en Lima son síntomas de una misma enfermedad: la desafección con la política representativa. Allá ardió un edificio; aquí arde la confianza. No sabemos si la IA es la cura definitiva, pero al menos ofrece un paliativo: acelerar procesos y ampliar voces.
Quizás ha llegado el momento de admitir que, solos, los humanos no estamos logrando que el Parlamento funcione. Y si la política es el arte de lo posible, vale preguntarnos si la inteligencia artificial puede devolvernos, aunque sea un poco, la posibilidad de creer en ella. Es hora de escuchar propuestas al respecto, candidatos del 2026.

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