“Lo más probable es que Ortega esté tratando de debilitar el papel de los obispos nicaragüenses agregando a otros jugadores que simpaticen con su régimen”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
“Lo más probable es que Ortega esté tratando de debilitar el papel de los obispos nicaragüenses agregando a otros jugadores que simpaticen con su régimen”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Andrés Oppenheimer

El papa Francisco ha permanecido inexplicablemente callado últimamente sobre la brutal represión del régimen nicaragüense contra los sacerdotes católicos y la muerte de al menos 322 personas en las protestas antigubernamentales de los últimos cuatro meses. Su comportamiento se puede describir en una palabra: ¡vergonzoso!

Hay pocos países en el mundo donde la Iglesia Católica Romana y el papa Francisco tengan más influencia que en Nicaragua. Hasta el presidente Daniel Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, afirman ser fervientes católicos, y entrelazan sus discursos con citas del Nuevo Testamento.

Pero Francisco no ha hablado sobre Nicaragua desde que hizo un inocuo llamado a la paz el 1 de julio. Y sus dos referencias anteriores a la crisis nicaragüense fueron desafortunadas. El 22 de abril había pedido “que cese toda violencia”, y el 3 de junio había manifestado su dolor por la violencia cometida “por grupos armados”, en lugar de exigir –como hicieron los obispos locales– el cese de la represión gubernamental a los manifestantes desarmados.

Según la Comisión de Derechos Humanos de la OEA, más del 90% de los asesinados en el conflicto nicaragüense eran manifestantes antigubernamentales desarmados.

Varios sacerdotes nicaragüenses han sido atacados por grupos progubernamentales y paramilitares encapuchados luego de que manifestantes antigubernamentales buscaran refugio en las iglesias.

Pero el papa Francisco y el Vaticano respondieron con cautela. En lugar de condenar los ataques, pidieron paz y reconciliación.
Óscar Arias, el ex presidente costarricense y ganador del premio Nobel de la Paz, me dijo que lamenta el silencio del Papa sobre Nicaragua.

“En 1987, un Papa polaco valientemente apoyó sin titubeos el plan de paz de mi gobierno sin titubeos”, me dijo Arias. “Eso contrasta con lo que sucede hoy en día, a pesar de que tenemos un Papa latinoamericano que obviamente conoce muy bien lo que está pasando en países como Nicaragua y Venezuela”.

Otros acusan a Francisco de tener simpatía hacia los líderes izquierdistas, como la ex presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, que actualmente está siendo investigada por actos de corrupción masiva.

Quienes defienden la actuación del Papa dicen que el silencio del Vaticano en el caso nicaragüense podría ser parte de un esfuerzo por no romper los lazos con el régimen de Ortega, y permitir que el Vaticano pueda jugar un rol de mediador en la crisis.

La Iglesia de Nicaragua estaba haciendo de mediadora en las conversaciones ahora detenidas entre el régimen de Ortega y la Alianza Cívica de la oposición. Pero Ortega suspendió las conversaciones el 19 de julio, acusando a los obispos mediadores de ponerse del lado opositor.

En una entrevista el 28 de ese mes, Ortega me dijo que quiere “fortalecer” el diálogo agregando a nuevos mediadores, y que está hablando con las Naciones Unidas y la Unión Europea para invitarlos a integrar la mesa de negociaciones junto a los obispos nicaragüenses.

Lo más probable es que Ortega esté tratando de debilitar el papel de los obispos nicaragüenses agregando a otros jugadores que simpaticen con su régimen. Los defensores del Papa dicen que este ha apoyado a los obispos nicaragüenses en reuniones privadas en el Vaticano.

Rechazando la crítica de que Francisco ha sido demasiado benigno con Ortega, agregan que ni el Papa ni el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, recibieron al canciller nicaragüense durante su visita al Vaticano.

Puede que, efectivamente, Francisco esté callado porque está trabajando entre bastidores para resucitar el diálogo entre el régimen y la oposición.

Pero si ese es el caso, el Papa debería pedir públicamente una reanudación inmediata del diálogo –mediado por los obispos, como hasta ahora–, y llamar la atención internacional sobre el drama de Nicaragua. Eso es lo menos que podría hacer el Papa, y no lo está haciendo.

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