Vizcarra confirmó que recibió la primera dosis de la entonces candidata a vacuna de Sinopharm el pasado dos de octubre. (Foto: GEC)
Vizcarra confirmó que recibió la primera dosis de la entonces candidata a vacuna de Sinopharm el pasado dos de octubre. (Foto: GEC)
/ NUCLEO-FOTOGRAFIA > MIGUEL YOVERA
Editorial El Comercio

La transparencia nunca ha sido una cualidad del expresidente . De hecho, su gobierno terminó con más preguntas que respuestas sobre materias por todos conocidas, relacionadas al papel que cumplió en su administración y a las mentiras que se tejieron en torno al mismo; a la presencia de múltiples allegados suyos en el sector público desde que se hizo de la presidencia y, claro, todo lo vinculado a la telaraña de acusaciones en su contra por supuestamente haber recibido coimas de empresas constructoras cuando era gobernador regional de Moquegua.

Pero si todo ello suponía opacidades que el país no merecía y que el Ejecutivo tenía el deber de aclarar, lo que hoy se sabe sobre la vacunación secreta contra el del exmandatario y su esposa es simplemente una afrenta. Empeorada por las mentiras en las que el ahora candidato al Congreso ha insistido desde que se supo la verdad y por los efectos que estas, inevitablemente, tienen sobre el proceso de inoculación en ciernes.

En primer lugar, no existe constancia de que Vizcarra haya participado, como dice, en los ensayos clínicos de la vacuna de . No pasó por los trámites existentes, no firmó el consentimiento informado y, , recibió una “vacuna para consultantes”. En corto, pidió que se le aplicara el fármaco, una realidad que desinfla la coartada de la “valentía” que ha utilizado el otrora jefe del Estado y abona, más bien, a todo lo contrario: ‘primero me salvo yo’.

Por otro lado, el espectáculo que hizo con la prueba de anticuerpos hace unos días, para zanjar el tema y dar a entender que no generó resistencia al patógeno, tiene todas las características de una farsa. , hay formas de inmunidad que persisten que no son medidas por este tipo de exámenes y que estos, por ende, no confirman la tesis del postulante por Somos Perú. En ese sentido, y estando claro que sí se buscó inmunizar, su pantomima puede amenazar la confianza de la gente en la eficacia de la fórmula que con tanto esfuerzo se viene aplicando en el país desde hace unos días. Una actitud que tiene sentido con otras imprecisiones reñidas con la ciencia que el expresidente ha asumido desde que comenzó su campaña al Parlamento, como su recomendación del uso de la como remedio efectivo para enfrentar el COVID-19.

Además, que la cabeza del Poder Ejecutivo se haya beneficiado con una vacuna cuya negociación para su adquisición todavía estaba pendiente supone serios conflictos éticos y posiblemente legales. Que todo se haya dado a espaldas de la mayoría de su Gabinete y recubierto en misterio parece dejar claro que el señor Vizcarra estaba al tanto de lo controversial de su decisión.

Y, sobre todo, es importante remarcar que lo particularmente ofensivo de la decisión del exmandatario de vacunarse sigilosamente y por vías de dudosa licitud está en la coyuntura en la que decidió hacerlo. No hay que olvidar las circunstancias en las que el país enfrentaba la epidemia mientras el entonces presidente pretendía salvar su pellejo. Para el 2 de octubre (día en el que se le aplicó la primera dosis) el Perú tenía 821.564 casos confirmados del nuevo coronavirus y habían muerto, según cifras del Ministerio de Salud, 32.609 compatriotas. Era limitado el uso de las pruebas moleculares y proliferaban, a pesar de los cuestionamientos de los expertos a su precisión y pertinencia, las pruebas rápidas. También, ahora lo sabemos, el Gobierno emprendía una perezosa negociación con los laboratorios que nos venderían los inyectables, y nos dejaría en una nítida desventaja con otros países. La misma que la administración actual está tratando de compensar.

En suma, “El Perú primero, pero después de mí” hubiese sido un eslogan más preciso para el gobierno del señor Vizcarra, al que las últimas noticias lo han terminado de pintar de cuerpo entero. Ya no hay explicación que valga ni mentira que se sostenga.

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