El principal propósito del sistema del balotaje es que el candidato al que le toque asumir el poder después de las elecciones lo haga con el respaldo de un sector significativo de la población: un asunto que cobra particular importancia en un proceso como el actual, en cuya primera vuelta ninguno de los postulantes alcanzó siquiera un 20% del voto válido. No es esa, sin embargo, la única virtud de este sistema. Después de la profusión de candidatos y propuestas a las que la ciudadanía se vio expuesta durante la etapa anterior de la campaña, ocho semanas en las que podemos concentrarnos en solo dos aspirantes presidenciales y sus planes de gobierno constituyen la ocasión ideal para conocerlos mejor… o por lo menos así debería ser.
No es eso, no obstante, lo que está sucediendo en esta oportunidad. Transcurridas dos de esas ocho semanas, son pocas las precisiones que hemos obtenido de parte de los postulantes de Perú Libre y Fuerza Popular sobre sus planes y equipos de gobierno. Generalidades y consignas propagandísticas es esencialmente lo que dejan sus mítines y entrevistas. Pero si lo que se puede extraer de las apariciones públicas de la señora Fujimori es poco, con el señor Castillo estamos simplemente ante el juego de las adivinanzas.
En los últimos días, ante diversos cuestionamientos de la prensa sobre lo que su candidatura le plantea al país, sus esfuerzos han estado orientados a decir lo que esos planteamientos no son, antes que a realmente definirlos. Sobre el plan que presentó ante el JNE para participar en estos comicios, por ejemplo, ha dicho que aquello solo era un “ideario”. “Nosotros hemos trabajado un programa de gobierno y, más allá de lo que diga o deje de decir [Vladimir] Cerrón, el que va a gobernar soy yo, Pedro Castillo”, ha sentenciado él. Y, aparte de que no se entiende por qué no fue ese el plan de gobierno que presentaron a las autoridades electorales, lo cierto es que aun hoy el supuesto documento continúa sin ver la luz.
Algo semejante sucede con su presunto equipo técnico. El domingo por la noche, en una entrevista televisiva en la que se le inquirió por la identidad de sus integrantes, Castillo repuso: “Los nombres no los voy a bajar, por situaciones del mismo equipo”. Y luego, dirigiéndose al periodista que lo interrogaba, añadió: “Te voy a dar [los nombres] luego de la entrevista”. Pero hasta donde se sabe, eso no se produjo.
Si pensamos, por otro lado, en las iniciativas para combatir la pandemia del COVID-19 a las que el aspirante de Perú Libre ha aludido casi como al pasar –declarar en emergencia el sector salud, incrementar su presupuesto al 10% del PBI, priorizar la vacunación universal y potenciar un sistema de atención primaria con el programa Médico de la Familia–, el panorama se presenta igualmente brumoso, pues aquello no pasa de ser la recitación de un rosario de buenas intenciones.
En el fondo, lo que el señor Castillo parecería sugerirle a la ciudadanía es que le endose su apoyo en las ánforas por ser quien es –”un maestro, un rondero, un hombre del campo”– y dé por supuesta la idoneidad de sus planes… o siquiera su existencia. Pero la verdad es que esa pretensión es inaceptable. Por ser quien es –un profesor de educación primaria–, el candidato que nos ocupa debería estar, más bien, lleno de respuestas. Su mensaje debería ser claro, directo y fácil de transmitir. En lugar de ello, sin embargo, lo que recibimos son declaraciones borroneadas o reemplazadas por otras que supuestamente desautorizan las anteriores, o la reiteración de frases como “hay que escuchar al pueblo”, que sirven para salir del paso cuando se demandan las líneas maestras de un derrotero que brilla por su ausencia.
La buena noticia es que una situación de ambigüedad como esta difícilmente puede sostenerse por cinco semanas.
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