Lo que ha pasado anoche en el Ministerio del Interior (Mininter) es un escándalo. Y debe ser, con toda seguridad, una de las muestras más palmarias de un presidente como Pedro Castillo desesperado por atajar cuanto antes la posibilidad de que quienes fueron hasta hace poco sus hombres de confianza y que hoy se hallan en la clandestinidad puedan ser detenidos y llevados ante la justicia.
Poco antes de las 9 de la noche de ayer, el mandatario informó a través de su cuenta de Twitter que Mariano González, el titular del Interior al que había tomado juramento apenas 15 días atrás, iba a ser reemplazado. Así, sin ofrecer mayores explicaciones, el jefe del Estado anunciaba el recambio del que era su sexto ministro del sector en menos de un año de gobierno.
En realidad, no hace falta esperar las alegaciones del presidente Castillo. A estas alturas, resulta evidente que la salida del ministro González se debe a una circunstancia en particular. Como señalamos ayer en este Diario, el ya extitular del Mininter había dispuesto la creación de un grupo especial al interior de la Policía Nacional que pudiese trabajar con el flamante equipo de fiscales que tiene entre sus manos las investigaciones vinculadas al poder político; entre ellas, aquellas que, sin incluir directamente a Castillo (cuyas pesquisas han quedado por mandato legal en manos de la fiscal de la Nación), respiran muy de cerca de él y de su círculo más próximo, como las del Puente Tarata III, Petro-Perú o la que involucra a su cuñada.
Dicho grupo especial de la policía está integrado por cuatro jefes de divisiones de Inteligencia y Búsqueda; entre ellos, el coronel PNP Harvey Colchado, exdirector de la División de Investigación de Delitos de Alta Complejidad (Diviac) y en cuya trayectoria personal destacan, entre otras cosas, su participación en la captura del terrorista ‘Artemio’ y en la desarticulación de decenas de mafias, incluidas algunas infiltradas por policías.
Evidentemente, este equipo representa un cambio de timón en los esfuerzos –hay que decirlo, bastante insuficientes– que hasta ahora se venían desplegando para dar con el paradero de los prófugos Juan Silva (exministro de Transportes), Bruno Pacheco (ex secretario general de Palacio) y Fray Vásquez Castillo (sobrino del presidente). Por obvias razones, a Pedro Castillo no le conviene que este trío sea detenido y pueda ser llevado ante las autoridades. Solo ello explica la pasividad con la que se ha venido realizando la búsqueda de los dos primeros desde marzo y la manera extremadamente sospechosa en la que el primero consiguió desaparecer del radar cuando todo hacía pensar que su detención era cuestión de tiempo.
Por eso mismo, la salida de González luce ahora como un intento desesperado del mandatario por lastrar la posibilidad de que este trío pueda ser capturado, cuando no de una represalia contra un funcionario que tomó una decisión importante para que esto pueda resultar un poco más factible. Si eso no es obstrucción a la acción de la justicia (que es, en última instancia, la que ha requerido a Silva, Pacheco y Vásquez Castillo), entonces se le parece demasiado. Habrá que estar muy atentos con lo que pueda pasarle al equipo especial de la policía de aquí en adelante.
González, por otro lado, es el segundo ministro del Interior que habría caído por los prófugos del Gobierno, después de que Dimitri Senmache fuera censurado a finales de junio por el Congreso luego de su cuestionable accionar durante el pase a la clandestinidad de Silva. Su abrupta salida, además, demuestra que al mandatario no le interesa respetar la institucionalidad del Mininter (entre cuyas tareas se encuentra nada menos que la lucha contra la inseguridad ciudadana, hoy desbocada en todo el país) y remover a su cabeza con tal de protegerse a sí mismo y a sus allegados en los trances penales en los que se hallan inmersos.
Al cierre de este Editorial, el propio González afirmó en una entrevista en Panamericana que no tenía “ninguna duda” de que el presidente “está comprometido en actos de corrupción”. Una sensación que ya era visible desde afuera del Gobierno, pero que al provenir de alguien que hasta ayer todavía formaba parte de este no puede ser pasado por alto.