Dos días atrás, la esposa de Christian Cueva, Pamela López, lo denunció por violencia física y psicológica, y mostró una serie de evidencias sobre las agresiones que sufrió y las secuelas que le dejaron. Además de los dos videos que se difundieron –en los que se ve al futbolista agrediendo a su pareja en un ascensor y en el lobby de un edificio–, López contó que sufrió otros ataques. Algunos, inclusive, habrían ocurrido en presencia de sus hijos.
Lo primero que cabe decir es que no estamos ante un tema futbolístico. La violencia contra la mujer es un problema que nos concierne a todos, pues se trata de una lacra que solo en lo que va del 2024 ha dejado 104 víctimas mortales por feminicidio, según información del Ministerio de la Mujer. Una cifra espantosa.
Lo segundo es que se trata de una situación para la que no existen atenuantes. En ese sentido, resulta condenable la manera como el futbolista y, en un primer momento, el último club que lo acogió, el Cienciano, intentaron pasarla por agua tibia. Cueva, por ejemplo, compartió en sus redes sociales una receta médica junto con un comunicado en el que señala que “la situación es más compleja de lo que parece”. Mientras que el club cusqueño afirmó el lunes que habían “iniciado el procedimiento correspondiente”, aunque al día siguiente comunicaron que habían separado al jugador. Especialmente lamentables fueron las palabras de Edy Cuéllar, dirigente del Cienciano, que abordado por la prensa respondió: “No hay ningún equipo [peruano] en el que no haya habido algo de escándalo”.
Lo tercero es que, lamentablemente, Cueva no es el primer futbolista denunciado por violencia de género. Andy Polo, Jean Deza, Jhamir D’Arrigo, Martín Távara, entre otros, han sido señalados por lo mismo y, sin embargo, han continuado como si nada. Y más allá del fútbol los casos se amontonan. Solo la semana pasada una mujer fue acuchillada por su expareja en su centro de labores en Chorrillos.
Aquí no hay espacio para las contemplaciones. La violencia de género no merece algo así como una tarjeta amarilla. Merece el castigo máximo, la tarjeta roja, no solo de las autoridades judiciales, sino también de las instituciones deportivas y, aunque no queramos verlo, también de los hinchas.