Editorial El Comercio

Sobre lo absurdo de la medida del que dispone la prohibición de clases presenciales en colegios de , el y entre el lunes 11 y el miércoles 13 nos pronunciamos ya en este espacio el viernes pasado. La decisión es desproporcionada, discriminatoria y perjudicial para 2,4 millones de estudiantes sin beneficio aparente que lo pueda justificar.

Sin embargo, lejos de aclarar las razones que llevaron al Gobierno a tomar la medida, el titular del Minedu, , ha preferido no tomar en serio la situación. En entrevistas recientes, Quero indicó que “no estamos perdiendo nada, sino estamos creciendo juntos en una actividad que hoy nos compromete a todos los peruanos, unidos todos por el desarrollo de nuestra patria”. El tono grandilocuente, aunque esforzado, no llega a ocultar del todo lo vacío de la expresión.

Posteriormente, dijo que las “serán una oportunidad para estar más cerca de nuestros hijos” porque “todos vamos a estar en teletrabajo la próxima semana en Lima Metropolitana y el Callao”. Es difícil encontrar una expresión reciente más fuera de lugar de un ministro de Estado (aunque, a decir verdad, Quero acumula ya algunas frases candidatas). El empleo informal en Lima Metropolitana alcanza a cerca del 60% de trabajadores. Cientos de miles de padres no tienen el lujo de dejar de trabajar tres días, pero tampoco cuentan con alguien que supervise a los menores en su ausencia. Dentro de la minoría formal, una proporción aún menor realiza o puede realizar sus actividades laborales remotamente. La por lo menos debió dejar todo esto bastante claro. Y queda también la duda de cómo este pequeño grupo de trabajadores que sí puede laborar desde casa hará compatible sus tareas con las de sus hijos al mismo tiempo y quizás en los mismos dispositivos electrónicos.

Casi dos docenas de gremios e instituciones privadas se pronunciaron en contra de la medida. Lo mismo hicieron diversos exministros de Educación, especialistas del sector y padres de familia que ven que al Gobierno le interesa poco la asistencia de alumnos a clases, y las puede cancelar con cualquier excusa. Si el ministro va a tomar una decisión de este tipo, lo menos que podría hacer es reconocer el daño que causa, y no inventar realidades que no alcanzan a la gran mayoría para barnizarlas como “tiempo en familia” y “deber patriótico”. Más que justificación, suena a burla.

Editorial de El Comercio

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