Gustavo Adrianzén tiene un problema que ningún primer ministro debería tener: sufre de “malinterpretación crónica”. Últimamente, no lo entienden. Lo que dice no es lo que quiso decir, y lo que quiso decir no era lo que sus palabras expresaron.

Por ejemplo, cuatro días antes del hallazgo de los cuerpos de los mineros asesinados en Pataz, dijo que “no tenía noticia de que el suceso –es decir, el secuestro– sea veraz” (sic), pero luego en conferencia de prensa nos aclaró que no había dicho tal cosa. Las viles redes, sin embargo, son menos generosas que sus palabras y más fieles a la realidad: el video está ahí, disponible para la posteridad.

Días después, en otra comparecencia, sin que ningún periodista se lo preguntara, advirtió que si era censurado y el Congreso no le daba la confianza a su reemplazo, la presidenta podría disolver el Parlamento. Lo que sonó a amenaza institucional fue –según él– una manifestación de su profunda preocupación. No quería amenazar, quería alertar. Un patriota incomprendido.

A estas alturas del camino, Adrianzén está tan desgastado como los discursos de la presidenta sobre seguridad ciudadana. Las probabilidades de que lo censuren son altas, según los registros de firmas de las cuatro mociones en marcha y las declaraciones de varios congresistas. Mientras tanto, Morgan Quero va haciendo calistenia en la banca de suplentes, ilusionado porque, esta vez, quizá sí lo llamen a la cancha.

En el intrascendente gobierno de Dina Boluarte, Adrianzén no solo está chamuscado; es ya un pasivo institucional. Pero, al mismo tiempo, es cómplice funcional de una presidenta que no rinde cuentas, no asume responsabilidades y ha convertido Palacio en una hoguera de vanidad. La única coherencia es la de mantenerse, aunque el país se caiga a pedazos.

Pero vayamos al hipotético caso planteado por Adrianzén. Si Boluarte decide colocar a un primer ministro que el Congreso no esté dispuesto a respaldar, el gesto no solo rompería el precario equilibrio que la ha mantenido a flote, sino que sería su primer acto genuino de desafío. Las probabilidades de que ello ocurra van a depender también, de sus ganas de viajar al Vaticano y tomarse una foto con el papa León XIV o seguir acumulando millas para cuando deje la presidencia.

P.D. Pongo pausa a las columnas. Muchas gracias a este Diario por permitir expresarme en este espacio con libertad.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mabel Huertas es socia de la consultora 50+Uno

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