Nada es lo que parece, nos dicen los estudiosos de la economía conductual. Por lo pronto, lo que creíamos que eran preferencias arraigadas en nuestros valores y certezas más sesudas serían más bien decisiones espontáneas que soltamos irreflexivamente y que luego nos dedicamos a justificar con argumentos ex post.
Así en el amor como en el desamor. Lo que queremos u odiamos pertenecería más a la esfera de lo intuitivo y primario, pero, una vez que elegimos, todo indicaría que somos expertos en apuntalar nuestras decisiones con los soportes más sólidos de racionalidad de los que podemos echar mano. Ello podría explicar por qué somos tan inconsistentes cuando protestamos por algo.
Todo lo cual nos lleva al ‘bullying’ que recibió Saga Falabella por su campaña con las niñas rubias y sus Barbies, y que los cibernautas locales se tiraron abajo por racista.
El hecho de que esta reacción en las redes sociales haya sido tan puntualmente dirigida contra la publicidad de Saga es una primera llamada de alerta. No reciben similar trato otros recursos de comunicación en los que la supuesta diversidad racial tampoco está recogida. Nadie protesta por el comercial de televisión en que dos personajes japoneses “achican los precios” de una conocida cadena de farmacias. Tampoco por la homogeneidad racial del elenco de “Corazón Serrano”.
Aquí el problema parece ser las rubias, sobre todo las niñas rubias presentadas por una empresa chilena. ¿Estaban protestando realmente los cibernautas en favor de la diversidad racial o en contra de las empresas chilenas?
El argumento que acusa a Saga de racista no tiene mayor sentido. El racismo implica negarle a alguien un derecho por ser de una raza en particular. Es decir, una discriminación por ser blanco, cholo o negro. Nada de lo cual tenía la campaña de Saga.
Algunos pensarán que la campaña era inadecuada, considerando que el público objetivo era la muy diversa población peruana. Pero ese es un problema de la empresa y sus publicistas. Muchas otras entidades plantean su comunicación comercial con parámetros similares y nadie debería cuestionarlas por tomar esas decisiones. En todo caso, lo mejor que pueden hacer quienes no están de acuerdo es dejar de comprar en esos negocios cuya comunicación reprueban.
Los ciudadanos que protestaron tenían todo el derecho de hacerlo, pero no de exigir que intervengan las autoridades. En el Perú existe libertad de expresión, de prensa y de empresa. Saga tenía derecho a presentar su publicidad como mejor considerara, sin ofender a nadie y sin atropellar derechos ajenos. Su catálogo no era, como alguien ha dicho, un folleto de Prom-Perú. No tocaba al Ministerio de Cultura entrometerse.
El caso no pasaría de ser un evento más en que opiniones discordantes se ponen sobre la mesa saludablemente, pero la calidad de nuestras iniciativas legislativas, ya lo sabemos, es terrible. No sorprendería que algún congresista ingenioso ya esté preparando un proyecto de ley para asegurar la diversidad de razas y géneros en todos los medios de comunicación masiva.
Hay que ser más consistentes en la defensa de la libertad. No solo exigirla cuando están en juego derechos “sociales”, sino también en el ámbito empresarial, al margen de nuestras preferencias personales.