Es verosímil que mucha gente se haya deleitado con la salida sin gloria de la señora Villarán de la Alcaldía de Lima la semana pasada. Ese 78% de desaprobación al final de su mandato solo es comparable con la corona de olivo que adornó la testa de don Alan García en julio de 1990, hazaña que estimábamos imposible de igualar.
Resulta patético, en particular, que el primer lugar en el ‘top five’ de los logros de la ex alcaldesa sea “nada”. Es decir, se despide con una encuesta que dice que lo más saltante de lo que hizo fue que no hizo nada. No aparece en esa lista su esfuerzo emblemático de reformar el transporte. Por el contrario, es lo menos valorado. Con esos resultados, tiene que haberle salido del alma aquello de que nunca más se presentará a un cargo por elección popular.
Fuera de ello, la suya ha sido una salida sin gloria, pero con pena. Si se tiene en cuenta el estado caótico de nuestra ciudad, en lugar de celebrar el Año Nuevo, hemos debido llorar el haber dilapidado cuatro años en una mala gestión municipal.
La tarea que tienen por delante Castañeda y quienes lo sucedan en el futuro es titánica, porque Lima es un paciente en estado terminal. Salvarla requeriría una intervención eminentemente técnica, de manera sostenida y durante muchos años, algo que, lamentablemente, la estructura institucional y las consideraciones políticas no permiten realizar.
Para comenzar, ningún emprendimiento de la magnitud del salvataje de Lima se puede acometer si cada nueva administración cambia todas las gerencias, proyectos y prioridades. Esto es especialmente cierto en los estamentos municipales, donde la burocracia permanente es mínima. Sale el alcalde y salen todos los puestos claves de los siguientes dos o tres niveles. Se llevan los ‘files’ y hasta las llaves de los cajones.
Segundo, no se puede gobernar con éxito una ciudad como Lima con 49 subgobiernos relativamente autónomos. Tenemos 43 distritos en Lima y otros 6 en el Callao, una locura. Hay distritos pequeñísimos, como Lince, Magdalena del Mar, Carmen de la Legua, que podrían integrarse con distritos más grandes. Callao debe juntarse con Lima, es una misma ciudad. Otra opción es tener un único alcalde de toda Lima y regidores metropolitanos, elegidos uno por cada distrito.
Tercero, no hay economías de escala. Cada distrito tiene su sistema de recolección de basura, de recaudación de rentas, de limpieza pública. Cada uno emite sus recibos por impuestos y arbitrios, manda a hacer uniformes, mantiene semáforos, compra sus radios. Cero sinergias y ahorros en gastos y compras.
Piense, por ejemplo, en los serenazgos. Son 49 cuerpos autónomos de vigilantes con distintos jefes, equipos, procedimientos, radios, etc. ¿No sería más eficiente una única policía municipal? Miraflores, por ejemplo, acaba de encargar al ex ministro Gino Costa la organización de su escuela de serenos. Muy razonable, ¿pero no sería lógico que un esfuerzo de ese tipo tenga un alcance metropolitano y no distrital? ¿Tiene sentido que cada distrito se enrede en armar su propia escuela de capacitación?
Ojalá Castañeda tenga éxito. Ojalá no robe y haga obra. Pero incluso si alcanza una nota sobresaliente en su gestión, tenemos por delante reformas profundas de corte institucional que deberíamos considerar para que Lima se pueda manejar, gobernar y, algún día, curar.