Por supuesto que lo dicho por Cipriani sobre la mujer que “se pone como en un escaparate, provocando”, es un horror. Y no tiene perdón, porque no lo ha pedido. La humildad no es una virtud que adorne al cardenal en su vida pública. Cuando mete la pata –cosa frecuente– trata de sacarla echando la culpa a quien, con ‘bajeza’, ‘malinterpretó’ su ‘desafortunada frase’.
Que se ponga en el pellejo de millones de mujeres humilladas por el machismo al cual él busca atenuantes. Vamos, defensores cardenalicios, pongan, si quieren, la versión larga del video donde JLC la emprende contra los medios. Si se subordina la frase polémica a todo el rollo, podría entenderse que no quiso decir que la mujer se pone sola en el escaparate, sino algo parecido: que ella se deja poner allí por los medios de comunicación. Y ojo que en todo momento el tono fue crítico hacia las mujeres. ¡Lean bien! ¡En los dos casos está criticando a la víctima para atenuar la responsabilidad del victimario!
Yo lo siento como una mentada de madre y de abuelita,porque percibo clarísima en el rollo cardenalicio la indulgencia hacia el machismo que tanto daño hace a las mujeres y a la población LGBT.
Y tampoco me vengan con que los medios son corresponsables de nuestro elevado índice de agresiones sexuales. Son criticables y hasta regulables por muchas razones, como por ejemplo, distorsionar la percepción de la inseguridad, insensibilizar ante ciertos tipos de violencia o apañar a personajes inescrupulosos que mienten y difaman; pero difícilmente los acusaría de incitar a la agresión sexual.
Los violadores, antes que hijos de la televisión basura, son hijos de la represión religiosa. Las culpas y aversiones hacia el sexo que nos predican los sacerdotes desde el púlpito pueden llevar a quien reprime su apetito sexual a desenlaces destructivos. ¿Acaso no sabemos de cientos de sacerdotes con votos de castidad convertidos en seductores de menores de edad? ¿También hay escaparates en las parroquias?
Un amigo del cardenal me decía, con fina ironía: “Mira, los conservadores somos como un partido. El cardenal es nuestro jefe. Si se meten con él, se meten con todos”. Sugiero a mis amigos conservadores –tengo algunos cuya inteligencia y bonhomía aprecio– que debatan sobre la renovación del liderazgo en su partido. Si dejan que JLC termine su período cardenalicio en diciembre del 2017, cuando cumpla 75, serán corresponsables de una gestión que en el futuro llevará el estigma de la intolerancia. Dejen que el Vaticano lo llame a su seno (sería la salida más cómoda para todos), mientras el Opus Dei, que harto debe estar de su más díscolo miembro, acondiciona la casa de retiro que le espera.