Hoy en día buscamos inspiración en la propia naturaleza para recuperar nuestro entorno. Estamos ante una misión complicada contra el cambio climático que nos lleva a mirar a nuestros antepasados, quienes lograron convivir en armonía con sus recursos hídricos a través de la construcción de amunas.
Las amunas tienen su origen en la cosmovisión andina. Son estructuras de diseño prehispánico con la capacidad de transportar el agua de las lluvias desde las partes más altas de Lima hacia nuestras reservas subterráneas, mejorando el proceso de infiltración. El agua viaja a través de los ríos subterráneos que nos conectan con las comunidades que practican la siembra y cosecha de agua, una tradición ancestral que aprovecha la regulación hídrica natural. A lo largo de su trayecto, el agua deja un rastro de bienestar.
Estas estructuras brindan soporte a los servicios ecosistémicos de montaña. Es decir, ayudan a mantener los beneficios que la naturaleza nos brinda. Al redirigir el agua hacia el suelo, las amunas regulan el flujo de agua en laderas y disminuyen la erosión hídrica que contribuye a generar huaicos. También mejoran la agricultura y la ganadería para las comunidades altoandinas al mantener el suelo húmedo durante mayor tiempo, acortando la temporada seca. Además, el agua que llega a partes más profundas del suelo alimenta los acuíferos que todos compartimos.
Hoy, la lucha contra el cambio climático nos une en la búsqueda de soluciones basadas en la naturaleza. La inspiración para las grandes ideas puede llegar de todos lados, incluso del pasado. Debemos dar crédito a quienes preservan conocimientos ancestrales y repensar lo que algunos consideran “anticuado”. Las amunas son solo un ejemplo de cómo se puede obtener beneficios de los procesos que ocurren naturalmente, como la infiltración y percolación en la regulación hídrica.