Mario Ghibellini

El premier Adrianzén está con roche. Su palabra y su credibilidad, nunca muy estimadas por la ciudadanía, han sufrido recientemente una devaluación que parecería terminal. Acabábamos de verlo ejecutar una bonita coreografía de patinaje junto al ministro del Interior, Juan José Santiváñez, a propósito de la presunta captura del “número 2 de Sendero Luminoso” (Iván Quispe Palomino, quien salió libre en menos de 72 horas porque nada de lo que se le imputaba era cierto), cuando le tocó sorprendernos nuevamente con una tragada de sapo antológica. Esta semana, unas horas después de haber afirmado que meses atrás la presidente Boluarte sí estuvo en el controvertido condominio Mikonos (habiendo sido transportada hasta allá en el ‘cofre’ presidencial, se entiende), se vio obligado a colgar un melancólico mensaje en su cuenta de X en el que se desdecía de aquella afirmación.

Ilustración: Víctor Aguilar Rúa
Ilustración: Víctor Aguilar Rúa

Tras recordar que los hechos vinculados al uso del ‘cofre’ que inquietan a la opinión pública se produjeron antes de que él asumiera la Presidencia del Consejo de Ministros, pidió disculpas por “la confusión incurrida”. Una fórmula extraña, en la que no quedaba claro cuál era la confusión ni quién era el que había incurrido en ella. Pero todos entendimos que el premier se estaba refiriendo al contraste entre lo aseverado por él y lo que, 24 horas antes, había declarado sobre el mismo asunto su némesis, el vocero del despacho presidencial Fredy Hinojosa. “La presidenta jamás dijo que estuvo en el condominio Mikonos”, había proclamado Hinojosa en su última comparecencia ante la prensa. Y la circunstancia de que Adrianzén se hubiese lanzado a contradecirlo parecía indicar que, una vez más, los dos funcionarios se habían entregado a un pulseo para ver quién era el que realmente hablaba en nombre del Gobierno. Un pulseo, por cierto, del que, gracias al aval tácito o expreso de la señora Boluarte, uno habría de salir victorioso y el otro, derrotado…

–Entrecejo acalambrado–

¿Quién ganó? Pues el ya mencionado mensaje en X lo sugiere nítidamente y la amenaza de calambre en el entrecejo detectable este jueves en el gesto del presidente del Consejo de Ministros lo confirma: el vocero contraatacó y lo hizo con éxito.

La flamante exhibición de poder de Hinojosa, sin embargo, ha ido bastante más allá. En un trance pasmoso, en efecto, se lo escuchó decir el miércoles que “todo aquel que convoque a una paralización en los días donde se realice el foro de la APEC es un traidor a los intereses de la patria”. Una frase acuñada, a todas luces, por los mismos estrategas de la mandataria que idearon hace poco la figura del “terrorismo de imagen”. En los dos casos, estamos ante el intento de recurrir a un término tremendista del vocabulario político para desacreditar moralmente a quienes critican a este gobierno o protestan contra él. Intentos, desde luego, fallidos, pues la capacidad de esta administración de postular verosímilmente para sí una posición de superioridad moral frente a sus detractores es escasa.

Pero eso no desanima al vocero presidencial. Si antes soportó impasible los reclamos indignados de las instituciones representativas de la prensa por su pedido de que la fiscalía actúe contra los medios que “alteran la verdad de los hechos” al reportar las ásperas despedidas que los pobladores de distintas localidades le dispensan a la señora Boluarte cuando los visita, nada hace pensar que esta vez vaya a despeinarse por un poco más de turbulencia asociada a él. Además, aprender a aguantar a pie firme los tortazos es una buena forma de templar el cuerpo y el alma por si en Palacio deciden pronto sincerar las cosas y hacerlo premier.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Mario Ghibellini es periodista

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