
Ayer viernes, al despuntar el día, se respiraba en la atmósfera un doble optimismo. Manifestado, es cierto, en contextos muy distintos, pero sustentado en ambos casos por laboriosas operaciones de calculadora. Gracias al resultado del partido de la noche anterior, la clasificación de la selección peruana al próximo Mundial de fútbol volvía a lucir matemáticamente posible. Y lo mismo, aunque por razones de otra índole, cabía decir sobre la continuidad de Juan José Santiváñez en la cartera del Interior. Los argumentos que daban pie a esta última especulación tenían que ver con la ambigüedad con la que diversos congresistas habían enfrentado durante la jornada previa las preguntas de la prensa acerca de si apoyarían o no la moción de censura que se votaba al día siguiente.

Abrumados, al parecer, por la responsabilidad política que cargarían sobre sus espaldas si apoyaban el establecimiento oficial del “día nacional del kion”, muchos parlamentarios evitaban dar una respuesta clara al respecto, alegando reuniones pendientes de su bancada para discutir el punto y otras vagas excusas. La sola circunstancia de que el ministro favorito de la señora Boluarte se tomase el trabajo de ir al pleno a exponer las presuntas virtudes de su gestión y luego se reuniera a puerta cerrada con los representantes de varias bancadas revelaba, además, que en el gobierno estaban contando votos y abrigaban vigorosas esperanzas sobre la suerte del funcionario. Como el buen vino, sin embargo, el optimismo suele durar poco. Y cuando, cerca del mediodía, la censura fue puesta al voto, 78 legisladores la respaldaron… y un viento frío empezó a soplar desde la Plaza Bolívar hacia Palacio de Gobierno.
–”Becho y abacho”–
Los congresistas que le bajaron el pulgar a Santiváñez no fueron ciertamente tantos como los que el jueves terminaron cerrando filas en torno al asunto del kion –99, para ser exactos–, pero sí los suficientes como para hacerle notar al Ejecutivo que algo estaba cambiando en la cálida atmósfera que hasta ayer nomás compartía con ellos.
La tácita entente que componen la mayoría de los socios de la Mesa Directiva (Alianza para el Progreso, Fuerza Popular y Perú Libre) y algunos otros satélites había sido hasta ahora indulgente con los incordios y miserias que agobian a la mandataria. Había permitido el avance de algunas de las investigaciones que la comprometen en la comisión de Fiscalización y hasta le había censurado a algún ministro, pero sin tocarle los nervios más sensibles. Y el titular del Interior se había ganado sin duda un lugar de privilegio en su sistema nervioso. Abrazos que recuerdan a los ‘teletubbies’ y mensajes a la nación presentándolo como un improbable paradigma de eficacia dan testimonio de la estima que la señora Boluarte profesaba por él, o por lo que él pudiera hacer a su favor desde la posición de mando que ocupaba con respecto a la PNP.
Al ir adelante con la censura, pues, los miembros de la mencionada entente le han encajado un discreto rapapolvo a la gobernante y le han hecho saber que el clima ha cambiado. Después de los florecimientos primaverales y la alegría estival, de pronto ha llegado el otoño… No por brusca, empero, esta mudanza debería sorprender. Para anticiparla, era cuestión de mirar los calendarios (el normal y el electoral, se entiende). La estación en que todo se marchita y se torna mustio debía llegar ayer y así lo hizo. Santiváñez, en consecuencia, se fue volando como una hoja seca para desazón de la presidente. Pero lo que realmente debería tenerla preocupada es que, terminado el otoño, inexorablemente llegará el invierno.