En 1992, Abimael Guzmán ‘Gonzalo’, cabecilla principal de Sendero Luminoso, fue detenido en Lima por el Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) de la policía. Días después, con un traje a rayas y en una jaula instalada en la Base Naval del Callao, Guzmán gritó: “Unos piensan que es una gran derrota... ¡Sueñan! Les decimos: sigan soñando. Es simplemente un recodo, nada más, ¡un recodo en el camino…!”.
Inicialmente, ‘Gonzalo’ invocó a continuar la lucha armada, a superar el “recodo”. Por eso llamó tanto la atención que, al poco tiempo, se ofreciera ante el régimen de Alberto Fujimori para negociar un eventual acuerdo de paz. En una de las muchas cartas enviadas al presidente entre fines de 1992 y todo 1993, Guzmán escribió: “Como ayer bregamos por iniciar la guerra popular, hoy con una nueva e igual firmeza y resolución debemos luchar por un Acuerdo de Paz, como necesidad histórica insoslayable, el cual demanda con igual necesidad suspender las acciones de la guerra popular, salvo de las de defensa, con el correlato de que el Estado suspenderá las suyas”.
En el momento en que Guzmán firmó esa misiva, la historia de la lucha contra el terrorismo en el Perú cambió en tiempos y espacios, en métodos e intensidades.
Sendero se bifurcó. Por un lado, la facción ‘abimaelista’ se acogió al pedido de los acuerdos de paz, pero todavía sin dejar las armas. El principal cabecilla de esta facción, Florindo Flores Hala ‘Artemio’, operó en el Alto Huallaga hasta que fue capturado en el 2012, dos décadas después de su mentor.
La otra facción, aquella que se opuso a los acuerdos de rendición y que decidió continuar la lucha armada, fue conocida como Proseguir o Sendero Rojo, y su base de acción se extendió desde la selva de Ayacucho y la zona de Vizcatán hasta los territorios amplios del Vraem, donde hasta hoy subsiste. Este grupo lo encabezó, en los primeros años 90, Óscar Ramírez Durand ‘Feliciano’. Junto a Guzmán y la pareja de este, Elena Iparraguirre, ‘Feliciano’ había integrado el llamado Comité Permanente, la instancia decisiva dentro de Sendero, la cúpula.
A fines de esa década, era el último cabecilla en libertad.
‘FELICIANO’ YA NO PUDO ESCAPAR
En su libro, titulado “Feliciano, captura de un senderista rojo”, el general EP (en retiro) Eduardo Fournier cuenta que, en esos últimos meses del siglo pasado, había ciertas dudas en torno a ‘Feliciano’. “Las interceptaciones radiales indicaban la presencia de elementos sospechosos en esa zona; sin embargo, ‘Feliciano’ aparentemente se desplazaba de 3 a 5 kilómetros diarios en la zona montañosa a pesar de su visible cojera, lo cual desconcertaba a los analistas en Lima, llegando a dudar si era él o no, y de su existencia”.
Es junio de 1999. Una senderista –alias ‘Paloma’- capturada por la policía, que está en proceso de convertirse en colaboradora eficaz, escucha grabaciones de las conversaciones radiales interceptadas por los servicios de inteligencia. Entre las voces que oye, identifica la de ‘Feliciano’. Se confirma que está vivo.
A través de ‘Paloma’, un equipo de militares y policías bajo el mando de Fournier se desplaza a Huancayo. Por información de inteligencia, se sabe que varios cuadros senderistas se reunirán en una vivienda, pero necesitan dar con la ubicación exacta. La encuentran pocos días después: es una casa de ladrillos de un solo piso, ubicada en la localidad de Uñas-Palián. Allí los agentes esperarán al resto de personas que deben llegar.
Uno de los primeros en ser detenidos al llegar a la vivienda es Jorge Quispe Palomino ‘Raúl’. Es el encargado de las comunicaciones radiales con ‘Feliciano’, y se encuentra en su poder hojas de cuaderno con claves, frecuencias, nombres y lugares de sus principales contactos. También caerá Melania, su hermana, que usa el alias de ‘Rita’. La tarea va avanzando.
En los días siguientes, cada uno de los contactos que llegue a la vivienda será detenido por los agentes que allí permanecen. Uno de ellos es ‘Alcides’, el segundo al mando de la facción senderista de la época, después de ‘Feliciano’. ‘Alcides’ llega una noche de junio a la casa de Uñas-Palián, toca la puerta y, cuando la abre un policía vestido de civil, trata de huir, pero el efectivo lo atrapa velozmente. No se ha disparado ningún tiro.
Son ya los primeros días de julio. Hay un frenético y confuso intercambio de mensajes radiales en los que ‘Feliciano’ da órdenes a ‘Alcides’, ‘Raúl’ y los demás detenidos. Debe encontrarse personalmente con ellos, pero toma todas sus precauciones porque percibe movimientos extraños en la zona –lo dice por radio-, y emprende recorridos cambiantes para evadir la persecución. Al mismo tiempo, las Fuerzas Armadas conforman un cerco para evitar que escape.
La madrugada del 14 de julio, ‘Feliciano’ y tres mujeres de su entorno más cercano abordan un ómnibus que cubre la ruta Cochas Grande – Huancayo. El vehículo está vacío, y ellos se ubican en los últimos asientos. Por casualidad, el ómnibus es conducido por un policía que, en sus días de descanso, trabaja como chofer de transporte público. Este policía no sabe quiénes son sus pasajeros. Lo sabrá recién cuando, en un tramo de la carretera apenas afirmada, los efectivos de un puesto de vigilancia le hagan una señal para detenerse e inspeccionar la unidad. Estos identifican a ‘Feliciano’ y lo capturan de inmediato.
LOS TERRORISTAS ACUDEN A VOTAR
Es agosto de 1999. ‘Feliciano’, ‘Alcides’ y ‘Raúl’ han sido capturados, y la noticia llega rápidamente a los demás cabecillas senderistas que se desplazan por la selva de Junín y Ayacucho, en lo que ellos llaman el Ene (por el río del mismo nombre).
Está Orlando Borda Casafranca ‘Alipio’, uno de los hombres más cercanos a ‘Feliciano’. Está también Víctor Quispe Palomino ‘José’, que aún lamenta que sus hermanos ‘Raúl’ y ‘Rita’ hayan sido apresados. Ahora está en las manos de ellos la recomposición del grupo terrorista, pero antes deben decidir quién será el nuevo mando. Por increíble que parezca, los terroristas del Ene convocan a una votación entre todos los senderistas para elegir a su cabecilla.
El Comercio conversó con dos testigos del hecho. Se trata de dos terroristas que, años después, desertaron de las filas de Sendero y ahora colaboran con las autoridades. Ellos participaron en aquella elección en las entrañas del Ene.
‘José’ y ‘Alipio’ convocan a todos los senderistas (los que integran columnas armadas y la masa cautiva que es obligada a trabajar como fuerza de producción) en el campamento Caracol, en la selva de Junín. Es el cónclave senderista más grande de aquellos años, y durará varios días. Las primeras jornadas son, digamos, de camaradería: hay partidos de fútbol, reuniones de los dirigentes terroristas, discursos sobre el marxismo-leninismo-maoísmo y explicaciones sobre los cambios que habrá tras la caída de ‘Feliciano’. Después llega el momento de votar.
Los testigos lo cuentan con detalles. A una hora de distancia de Caracol se ubica otro campamento donde está concentrada la masa cautiva. La primera elección es allí, y está supervisada por senderistas identificados como ‘Gabriel’ (Marco Antonio Quispe Palomino, el menor del clan), ‘William’ (Rolando Cabezas Figueroa) y uno de los entrevistados por este Diario, que en 1999 integraba un pelotón de Sendero. Excepto tres o cuatro, todos eligen a mano alzada a ‘José’. Los encargados regresan a Caracol, donde bajo el mismo sistema votarán los integrantes de las columnas armadas. El resultado es aún más claro: todos eligen a ‘José’.
Aquella noche ‘Alipio’ y ‘José’ se reúnen a comer. ‘Elena’, la pareja del segundo, les sirve capchi de harina de pescado con pitucas sancochadas (el capchi es un guiso andino, y la pituca es un tubérculo de la zona). Después de comer, ‘Alipio’ le dice a quien será su nuevo jefe: “Yo quiero que tú seas responsable, acepto lo que tú digas. Yo estoy a tus órdenes”.
‘José’ solo asiente. Desde aquel instante, es el principal cabecilla terrorista en el Perú.
LOS TERRORISTAS CONOCEN LA CAPITAL
Su alias es ‘3-3’, aunque algunos de los senderistas recientemente detenidos lo llaman Ingeniero. “Ni siquiera sabían pronunciar Fournier”, dirá 20 años después el general en retiro, en entrevista a este Diario.
Los siguientes hechos de aquel trascendental 1999 ocurrirán ya no en Huancayo, ni en la selva de Junín, sino en Lima. ‘Feliciano’ ha sido ya puesto bajo custodia y Fournier establece su objetivo siguiente: a través de ‘Alcides’ y ‘Raúl’, quienes ya han accedido a colaborar con los militares, busca la rendición de ‘José’ y los demás cuadros terroristas del Ene. Fournier no sabe que los senderistas se organizaron tras la captura de ‘Feliciano’, a quien consideraban como su líder, y que han elegido a Quispe Palomino como su sucesor.
Empieza un trabajo de guerra psicológica. El general Fournier está en Lima, y quiere asegurarse de que ‘Alcides’ y ‘Raúl’ lo ayudarán a convencer a ‘José’ y ‘Alipio’ de entregar las armas, pero para eso debe primero ablandar –en el buen sentido del término- la gruesa coraza ideológica de sus prisioneros, quienes desde niños fueron educados bajo los dogmas fundamentalistas del marxismo-maoísmo-leninismo.
Los lleva entonces –bajo fuerte custodia, pero sin levantar sospechas- a la playa, los lleva a recorrer algunas avenidas grandes de Lima, incluso al Parque de las Leyendas. Los lleva a la plaza de Armas, y allí conversa con ‘Alcides’: “Allí está el presidente. ‘Alcides’, tú un día puedes ser presidente. ¿Dónde está Sendero, dime?”. El terrorista, desencajado emocionalmente, responde: “No hemos tomado ni siquiera una provincia, qué vamos a tomar Lima…”.
Los lleva a la avenida Abancay, y allí conversa con ‘Raúl’: “Mira, ‘Raúl’, tú un día vas a ser presidente del Congreso, vas a poder tener el mando. ¿Qué haces metido en el monte?”. El capturado responde: “Esos son sueños, ‘Ingeniero’”.
Cuenta Fournier: “La finalidad era que entendieran que el Ejército no era malo, porque ‘Feliciano’ les había dicho que si caían en manos del Ejército les iban a cortar la nariz, las orejas, los iban a apalear”. Todo parecía estar quedando listo. Faltaba aún definir cuestiones logísticas, pero ya ‘Raúl’ y ‘Alcides’ habían aceptado ir hasta el campamento de ‘José’ en el Ene, y negociar su entrega. Si el plan ya hubiera resultado, esta guerra ya habría terminado.
LA GUERRA CONTINÚA
Es agosto de 1999. Después de definir aspectos logísticos, y con la autorización del Servicio de Inteligencia y los altos mandos castrenses, los militares a cargo del operativo ‘siembran’ a ‘Alcides’, ‘Raúl’ y otra senderista en el Ene. Se espera que, dentro de pocos días, establezcan contacto con el general Fournier para explicarle el panorama. Pero transcurre más de una semana y no llegan noticias.
Esto es, según el testimonio de un terrorista arrepentido recogido por este Diario, lo que en aquellos tensos días ocurrió: un colaborador de Sendero, conocedor de la vida en el monte, dice haber detectado huellas del aterrizaje de un helicóptero y, desde ese punto las pisadas de tres personas en dirección a los campamentos. ‘José’, que ya ha sido elegido por los senderistas como el nuevo cabecilla en la zona, hace una rápida lectura de la situación: si las tres personas que han sido avistadas llegaron en un helicóptero, quiere decir que han estado con militares o policías. Entonces ordena que los intercepten. Una columna parte presurosa. Los atrapan.
‘José’ pide que los detenidos sean llevados ante él. Es seguro que ordenará que los ejecuten. El traslado es lento y fatigoso, y son varios días de camino a pie desde el lugar donde fueron capturados; los prisioneros están atados con sogas y bajo la vigilancia de hombres armados. El que se escapa, muere. Una noche, mientras todos duermen, ‘Alcides’ logra desatarse y huye antes de que lo noten. Conoce bien la selva, y no demora en llegar a una base militar. Se entrega a los jefes de la base, les explica la situación y estos dan aviso a Fournier, que luego lo recogerá de allí mismo. De los otros dos detenidos no se tiene noticias, aunque ‘Alcides’ advierte que es muy posible que ‘Raúl’ sea asesinado por orden de ‘José’. Bajo estas reglas viven los terroristas.
Pero no lo ejecutan. ‘Raúl’ le explica a su hermano ‘José’, el cabecilla principal, el jefe máximo de Sendero, lo que había acordado con el general Fournier. Juntos, los Quispe Palomino deciden entonces tender una trampa a los militares. ‘Raúl’ retoma contacto con el oficial y le asegura que ‘José’ ha aceptado entregarse. Primero, le dice, deben reunirse para acordar los términos.
Es setiembre de 1999. Fournier y su equipo sostienen cuatro reuniones con mandos senderistas. Estas se realizan en una pequeña pampa de la localidad de Sanibeni, en la selva de Junín. Allí aterrizan los helicópteros, hasta allí llegan los emisarios de ‘José’, se instalan las rudimentarias mesas de negociación. Uno de esos emisarios es un senderista que usa el alias de ‘Dalton’, y con quien Fournier conversa en varias ocasiones. Entre ambas partes se hacen regalos como muestras de buena voluntad: los militares entregan ropa, los terroristas entregan dos sajinos recién nacidos; los militares entregan comida, los terroristas entregan a niños y ancianos que permanecían cautivos. También acuerdan una fecha concreta para la rendición de los mandos senderistas. El plan parece estar funcionando.
Es 2 de octubre de 1999, hoy puede terminar la guerra. Aterriza un primer helicóptero militar para dejar a los efectivos que formarán un cordón de seguridad. Aterriza un segundo helicóptero, pero con ciertas dificultades por las ramas de los árboles cercanos, y el descenso se logra en medio de traqueteos de la aeronave. Adentro viajan Fournier y su equipo, además de ‘Alcides’, ‘Rita’ y varios de los detenidos. En las citas anteriores en Sanibeni, apenas aterrizaba el helicóptero se amontonaban niños y adolescentes integrantes de la masa senderista, y luego aparecían ‘Dalton’ y otros cuadros. Pero esta vez algo raro ocurre: no hay nadie alrededor. Fournier tiene un mal presentimiento. Bajan tres pasajeros del helicóptero, y cuando el militar se apresta a descender, algo explota bajo la tierra. Después de la bomba, se escuchan balazos.
“¡Oye, ‘José’, alto al fuego! ¡Qué estás haciendo! ¡Alto al fuego!”, grita Fournier, que se ha lanzado al piso para evitar ser alcanzado por las balas. Piensa que el aterrizaje forzoso ha hecho creer al cabecilla que es un ataque contra los terroristas. Solo instantes después, cuando voltee hacia la aeronave y nota un boquete en su estructura, se dará cuenta de que son ellos los que han sido emboscados. El ataque, por cierto, lo ha dirigido ‘Dalton’.
Tras la explosión y durante la balacera, fallecen cinco militares de la comitiva. También mueren dos terroristas detenidos, uno de ellos es ‘Alcides’.
En las horas siguientes ocurrirán varios hechos casi en simultáneo: los militares y sus prisioneros escaparán de la zona de fuego, se reagruparán y, con pocas armas, sin equipos de comunicación, con algunos heridos y sin alimentos, lograrán llegar a salvo a la base militar de Llanco Solín. Desde allí serán evacuados a Mazamari y después al Hospital Militar, en Lima.
Al mismo tiempo, los terroristas que atacaron al helicóptero extraerán de la aeronave lo poco que los militares no pudieron rescatar, incluyendo una ametralladora de grueso calibre que hasta hoy utilizan en sus atentados.
Lejos de allí, ‘José’, ‘Raúl’ y ‘Alipio’ se enteran del desenlace. Esta ha sido la primera acción terrorista tras la caída de ‘Feliciano’, la primera escena de esta guerra con nuevos protagonistas, nuevos escenarios y nuevas dificultades. De eso han transcurrido ya 20 años.