‘Césitar’ Vásquez –en APP lo llaman así por cariño y por diferenciarlo del jefe- moría por ser ministro de Salud o jefe de Essalud desde que fue congresista entre el 2016 y el 2019. No hace mucho, según he reconstruido con mis fuentes, pidió a César y Richard Acuña, padre e hijo, que lo recomendaran ante Boluarte u Otárola. Los Acuña se negaron a tal cosa, pero tampoco le prohibieron que enviara señales al gobierno por cuenta propia. Vásquez así lo hizo y tuvo éxito. Primero creyó que lo llamarían para Essalud, pero la renuncia (al borde de la censura) de la ministra Rosa Gutiérrez, aceleró las cosas y helo aquí de ministro.
Alberto Otárola, según mis fuentes, llamó a los dos Acuña para contarles del jale que pensaba hacer el gobierno. Les dio a entender que querían recibir con los brazos abiertos la participación de un militante apepista. Eso ya sonaba a alianza y como APP no está en ese plan, los Acuña replicaron que respetaban las aspiraciones de Vásquez, pero le iban a exigir que se tomara una licencia del partido. Así hicieron.
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Curiosamente, Vásquez había tenido mejores contactos con el gobierno de Castillo que con este. Sus raíces están en La Ramada, distrito de la provincia de Cutervo, contiguo a Anguía, el distrito de la provincia de Chota donde vivían los Castillo Paredes. Según mis fuentes, mantuvo contacto fluido con el ex presidente y es posible que haya influido en las relaciones solapadas que algunos miembros de la actual bancada apepista establecieron con el pasado gobierno. Hagamos un apunte contrafáctico. ¿Qué pasaba si Castillo fichaba a Vásquez? Pues su izquierda aliada se resentía y APP no le hubiera dado licencia, hubiera tenido que expulsarlo. Pero dejemos al pequeño César con su flamante fajín y vayamos donde su tocayo líder y, de algún modo, dueño, de un gran partido de dimensión nacional.
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Centro con cintura
Francis Aimini, una figuretti sin oficio conocido, tenía tal ubicuidad para aparecer asociada a los personajes más diversos, que Magaly Medina la bautizó como ‘la amiga de todos’. Vamos a ser abusivos y exportar el término a la política: dícese ‘amigo de todos’ del líder que mantiene vínculos afables con personajes e instituciones de un amplio espectro. Sus brazos abiertos pueden ser sincrónicos, o sea abrazar a varios a la vez, o sincrónicos, abrazando sucesivamente a quienes van protagonizando las coyunturas.
En el caso que queremos ponchar, el de César Acuña y APP, la amistad es más diacrónica que sincrónica. Desde que empezó la gran crisis política –fechada por muchos en el 2016- Acuña y su partido han estado en buenas migas o, para ser más precisos, han estado mejor relacionados que otros partidos, con PPK, con Martín Vizcarra, con Pedro Castillo y, ahora, con Dina Boluarte. Con el fugaz Manuel Merino estuvieron en tan buenas migas que se sumaron a la vacancia de Vizcarra para apoyar su aventura presidencial que convirtió automáticamente al apepista Luis Valdez en cabeza del Congreso. El partido y Valdez, recularon autocríticamente, y apenas caído Merino, Luis renunció facilitando la sucesión de otro congresista, Francisco Sagasti.
En el caso de Vizcarra, el puente de APP tuvo nombre y apellido: César Villanueva, invitado en la bancada de APP, fue promotor de la sucesión de Vizcarra en el 2018 y, apenas este asumió, se convirtió en su primer ministro. Sin embargo, los apepistas se resintieron de los apetitos personales de Villanueva. He ahí un antecedente para que se anden con cuidado ante César Vásquez.
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¿Es todo esto bueno o malo, veletería o pragmatismo, tolerancia o falta de identidad de Acuña y el apepismo?. “En tiempos de polarización, es difícil estar en el centro”, me dice Luis Iberico, miembro del CEN (Comité Ejecutivo Nacional) apepista, ex presidente del Congreso y actual asesor de la bancada. Le retruco diciéndole que el centro tiene la ventaja de ser un intermediario natural a la hora de la negociación. ¿Ayuda a este centrismo la ductilidad y el pragmatismo de César Acuña?, le pregunto a su hijo Richard, miembro del CEN y ex congresista.
“Mi padre no prioriza el perfil ideologizado en la pos campaña, sino la necesidad de entendimientos en bien del país. Somos un partido que cuando acaban las elecciones, acaban los enfrentamientos y pensamos en el país”, me responde Richard. Le pregunto si en el caso de Castillo, pesó el ingrediente de que ambos, César y Pedro Castillo, fuesen paisanos del distrito de Tacabamba. “Mi papá lo vio dos veces en la vida y yo hablo tres veces al día con mi padre. Esa fue su relación con Castillo. En la campaña de segunda vuelta, apoyamos a Keiko; luego, estuvimos en el bloque que buscó la vacancia”. Por cierto, la casa de Acuña hijo fue el epicentro de las negociaciones del llamado ‘bloque democrático’ que bregó 3 veces por vacar a Castillo, a pesar de la deserción de algunos miembros de su bancada como el ex portavoz Eduardo Salhuana.
Cuando le toco el tema de Vásquez, Richard se pone a la defensiva. “El gobierno se acercó a él, y nos informaron. Mi padre pensó que debía pedir una licencia, eso es lo que ha hecho”, me cuenta, confirmando grosso modo el relato que ya les hice con más detalles. Richard quiere zanjar el tema así: “Nunca le pedimos nada ni a Ollanta Humala, ni a PPK, ni a Vizcarra, a nadie. Mi padre siempre ha dicho ‘cuando tengamos un ministerio, será en el gobierno de APP’”. Por cierto, recuerdo cuando trascendió que PPK quería que Luis Iberico fuese su ministro de Defensa. Enterado Acuña del propósito inconsulto de PPK, rechazó la idea. PPK tuvo que recular e Iberico, que era en ese momento secretario general del partido, tuvo que olvidarse del fajín.
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No le pregunté por ese incidente a Iberico, sino que le insistí en la ventaja centrista de Acuña y APP. ¿Es falta de ideología, ubicuidad e interés de empresario?, lo provoco. “Es pragmático y es empresario, es cierto. También es cierto que en APP hay gente que piensa hacia la izquierda y gente que piensa hacia la derecha, eso es bueno en el Perú. Nuestro lema es ‘justicia social con inversión’, ello te dice todo”. En efecto, la ‘justicia social’ es un concepto acuñado localmente por el APRA para distinguirse a la vez de la teoría marxista de la lucha de clases y de la derecha conservadora. APP ha dado un paso más hacia la derecha, subrayando la necesidad de inversión para el desarrollo.
Nueva raza
A César Acuña le ha costado algunos quinquenios –y mucho dinero- comprender que no se puede controlar todo. Tener universidad, gobernación y partido a la vez se volvió insostenible. Los trasvases, para decirlo elegantemente, entre esas tres instancias hacían mucho ruido. Para remate, el clientelismo con dádivas que desplegó en la campaña del 2016 provocó su exclusión como candidato y las acusaciones de plagio tuvieron tremendo impacto en su mayor patrimonio, la UCV (Universidad César Vallejo). Entonces, decidió darle la presidencia ejecutiva de la universidad a Beatriz Merino para que ella lograra el licenciamiento ante la Sunedu, a condición de que él se apartara formalmente del campus.
En el partido, tuvo que enfrentar otra realidad: las lealtades de los congresistas y autoridades subnacionales, aunque él ayudara en sus campañas, eran muy relativas. Cayó en cuenta, como Keiko Fujimori, que está al mando de una federación de independientes díscolos con intereses dispares, disminuyendo su capacidad de negociación con los poderes de turno y complicando (o forzando) sus amistades con el poder. Anoten una diferencia con Keiko: ella no invierte en el partido sino que este la remunera. Acuña, por el contrario, se prodiga con los suyos. Tiene con qué hacerlo.
En el 2022, cuando Lady Camones se estrenaba de presidenta del Congreso, Acuña pudo medir los alcances de su poder y de sus fieles. Y APP pudo conocer la consistencia de su techo. En plena campaña para diseñar una mesa directiva de consenso, se filtró un audio de una reunión de la cúpula apepista, en la que Camones decía incendios sobre Acción Popular y sus ‘niños’. Como Lady dijo lo que piensa todo el mundo, el escándalo se apagó sin arruinar sus planes. APP se hizo de la mesa directiva, con ella a la cabeza, porque el ‘bloque’ (aunque con notorias deserciones) respetó un pacto no escrito del 2021, por el que la derecha y el centro se comprometieron a respaldar la presidencia de Maricarmen Alva de AP, a condición de que en el 2022 le tocara a APP.
El segundo audio fue peor. Camones ya no alzaba la voz sino, por el contrario, aquiescente, soportaba un exabrupto de César Acuña. Este se quejaba de que la bancada no hubiera logrado poner en agenda el proyecto de creación del distrito de Alto Trujillo, que él estimaba clave para su campaña a la gobernación de La Libertad. Les decía a los de la bancada allí presentes que si no lograban ese cometido, “chau APP, chau, chau”. En elocuentes monosílabos, Acuña daba a entender que ya está harto de ayudar a solventar una aventura partidaria de intereses ajenos a los suyos y a los del país.
Acuña se ha dado de bruces, en estos últimos años, con la evolución/involución de la política partidaria, con el agotamiento de la democracia tal como la conocíamos. En su caso, su flexibilidad ideológica le ha servido para caminar mejor por el suelo disparejo. Mucha agua ha corrido bajo el puente desde su primera y frustrada postulación, en 1990, bajo el signo izquierdista de Alfonso ‘Frijolito’ Barrantes. En los 90 se concentró en sus negocios y, en el 2000, consiguió curul con Solidaridad Nacional, el partido de Luis Castañeda, en el que coincidió con José Luna, otro emprendedor de la educación con menos fortuna y pergaminos. No le hacemos ningún favor con la comparación.
Cuando fundó APP en diciembre del 2001, empezó a alimentar sus aspiraciones presidenciales. Sin embargo, en el 2006 postuló a la presidencia a Natale Amprimo, como si quisiera ocultar su sueño personal detrás de un blanco limeño que le doblaba la talla. La derrota lo obligó a reinscribir el partido y asociarlo, en el 2011, al llamado ‘sanchochado’ de PPK. En el 2016 pasó de ser candidato de buenas expectativas a candidato en picado y excluído. Luis Favre, que fue su gurú de campaña, me comentó una vez: “Es un integrado y un incomprendido, busca el reconocimiento que le niegan”.
La ‘raza distinta’ fue un exitoso lema publicitario de la UCV que lo posicionó para la campaña del 2016. En verdad, no hay tal raza, sino una amalgama centrista con cierta cintura para caer parado en cada elección y ante cada gobierno. Acuña trazó su último plan de supervivencia política volviendo a postular con éxito a la gobernación de La Libertad. O sea, no ha vuelto a sus orígenes sino a su escala intermedia, aquella en la que forjó su mayor aspiración y conoció su techo. El partido y la bancada, ya lo aprendió, no se pueden manejar, sino administrar a medias. Se le colaron algunos ‘niños’ y hubo hasta un imputado de violación (Freddy Díaz) y una acusada de ‘topo’ (Heidy Juárez) que fue quien presuntamente lo grabó a él mismo en las reuniones de cúpula. Castillo la premió nombrándola ministra de la Mujer en el gabinete de Betssy Chávez. ¿Qué otra sorpresa guardará APP en sus filas?
A pesar de su chúcara bancada, APP quiere volver a reclamar su opción para presidir la mesa directiva. La censura a Camones, avalada por el resto del bloque anti Castillo (con excepción de Fuerza Popular), los ha dejado con ánimo reivindicativo. La propia Camones podría tentar el cargo, aunque más libre de ruido está el actual portavoz Alejandro Soto o Eduardo Salhuana, de los pocos congresistas con experiencia parlamentaria previa. Acuña, amigo voluntario o forzado, de todos; tiene que seguir navegando con su partido de chicotes sueltos, sin saber si va a favor o en contra de la corriente.