La semana que hoy termina puede leerse como una pequeña muestra de lo que vendrá. Un Ejecutivo que no termina de componerse, pero que mantiene en sus puestos a personajes cuestionados desde varios frentes; investigaciones fiscales por delitos graves, como terrorismo y lavado de activos, que involucran al partido de gobierno; un Congreso que comienza a revelar su impericia y sus primeras fricciones internas; presencias foráneas que solo generan suspicacias; y un presidente que no se pronuncia. Pedro Cateriano Bellido, ex primer ministro y protagonista de innumerables escaramuzas políticas en el pasado reciente, intenta en esta entrevista leer entre líneas la coyuntura.
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—En el 2006, en la segunda vuelta entre García y Humala, usted vició su voto. En en el 2011, entre Humala y Fujimori, eligió al primero como mal menor. ¿Cómo así termina apoyando en el 2021 a Keiko Fujimori en la segunda vuelta?
La amenaza a nuestra libertad era evidente. El profesor Castillo, ahora presidente, dijo que no era chavista y tampoco comunista, pero hemos visto que en sus primeros actos ha nombrado como presidente del Consejo de Ministros a una persona que ha expresado públicamente sus simpatías por Edith Lagos, y ha nombrado como canciller a un exguerrillero que no solamente apoya a Cuba y Venezuela, ha insinuado la posibilidad del indulto a Abimael Guzmán y ha llegado al extremo de decir que la responsabilidad del terrorismo en el Perú la tiene la CIA. Es la confirmación de lo que sospechábamos.
—Después de la segunda vuelta, en junio, usted comentó que no había fraude y que había que “condenar y criticar las iniciativas tanto de izquierda o derecha que no se ajustan a la Constitución, y creo que lo que corresponde ahora es dar la proclamación”.
La Constitución establece que los miembros del Jurado Nacional de Elecciones administran justicia en materia electoral con criterio de conciencia, ese es el primer mandato que reciben. Lo importante que hubiese sido para el país que aplicaran ese precepto los magistrados, así se hubiese podido desbaratar por completo las dudas, los cuestionamientos.
—¿La oposición, desde Lourdes Flores y Daniel Córdova, hasta los militares en retiro, estuvieron a la altura del reto de actuar sin salirse de los márgenes?
Lo que creo que debe hacer la oposición es voltear la página, no seguir buscando responsables. Para seguir dando la batalla democrática se requiere una oposición unida, no dividida. Debemos mirar el ejemplo de Venezuela, lo difícil que es para la oposición venezolana, debido a su división, enfrentar a la dictadura. Hay que digerir eso rápidamente y fijarnos un objetivo, la defensa del Estado de derecho.
—En el 2015, cuando Humala lo nombra primer ministro, fue tomado como una provocación. Mulder lo acusaba de “cuchillero”; el fujimorismo lo llamaba “premier de choque”. Un diario local puso en su portada una pregunta: “¿para qué?”.
Me jugué para evitar una crisis de magnitud. Creo que me ayudó la experiencia, la formación. Al final hay satisfacciones que son superiores. La política es así, y quien no sabe digerir los resultados está reventado. Creo que en el caso peruano, nuestro débil sistema democrático no ayuda a fortalecer las prácticas, los hábitos, las buenas maneras, la cultura democrática.
—¿Hay que tener vocación de mártir para asumir ese cargo en momentos tan duros?
Si lo comparamos con el momento actual, hay una notoria diferencia: Humala tenía una preparación militar, había viajado al extranjero, ya había tenido dos campañas. Acá simplemente estamos frente a un político notoriamente inexperto en asuntos de Estado.
—Visto lo sucedido esta semana, ¿cómo llega el primer ministro, y con él el gobierno, al voto de confianza?
Recién estamos empezando a conocer al presidente Castillo a través de sus silencios y acciones. Ese silencio permite que los espacios que él deja los ocupen Vladimir Cerrón y los parlamentarios más radicales. Yo no creo que alguien con la experiencia sindical que tiene Castillo se esté dejando llevar. Pero las gravísimas acusaciones de la fiscalía han acentuado la crisis. El triunfo del presidente Castillo ha sido con las justitas, y lo que hay que cuestionar es que él no haya sabido interpretar ese resultado electoral. Que un presidente del Consejo de Ministros en funciones vaya a ser investigado por una supuesta vinculación con el terrorismo implica, en el fondo, luego de las respuestas que ha dado Bellido –en el sentido de que no va a renunciar–, ya no una provocación del presidente si es que no lo cesa en sus funciones, sino una declaratoria de guerra, para emplear términos que le gustan a Vladimir Cerrón.
—¿Este Parlamento tiene aptitudes para la “gimnasia parlamentaria”, como diría Chirinos Soto?
Me parece que va lentito. Yo confío en que la presidenta María del Carmen Alva, que dentro de su bancada [Acción Popular] es una de las personas mas preparadas, responda de acuerdo a las circunstancias. Los congresistas recién se están conociendo entre ellos mismos. De otro lado, en el Gobierno hay inexperiencia, improvisación e irresponsabilidad, y también una actitud incomprensible de sus aliados. Gran parte de la izquierda democrática se ha sumado al proyecto de Castillo y Cerrón.
—El Congreso ya comenzó a interpelar. El primero será el canciller Héctor Béjar.
Creo que sí es oportuna esta interpelación. Este señor, en el peor momento de la dictadura, cuando la Corte Internacional Penal, a pedido de su fiscal, acusa de delitos de lesa humanidad a Venezuela, pretende embarcarnos en un apoyo político a estas dictaduras.
—Hablando de geopolítica, Evo Morales vino otra vez al Perú; esta vez con una agenda activa y no una mera visita protocolar. ¿Cómo se lee esta presencia?
La impresión que da por los propios gestos iniciales del presidente Castillo, y la cercanía protocolar que la dispensó su gobierno durante la transmisión de mando, es que Morales está actuando, en la práctica, como un operador político, y creo que sería una mala influencia no solo en el ámbito democrático, porque carece de credenciales en defensa del orden constitucional, sino que su modelo económico es caduco y fracasado.
—En la galaxia Twitter, Cerrón recurre a su propia narrativa. Escribió hace poco: “Presentación del Gabinete Bellido en el Congreso de la República será la colisión de dos mundos, el criollo y el andino. Cada uno expresará su interés de clase subjetivo u objetivo”, etc. En la campaña, el discurso les funcionó.
El discurso político de Cerrón y Castillo olvida lo que somos, un país de todas las sangres. Fomentar la lucha de clases, las contradicciones; esta dialéctica marxista lo que va a hacer es dividir al país en un momento tan dramático. Castillo no tiene conciencia de que ha sido elegido presidente con unos límites para ejercer el cargo, y esos límites los establece la Constitución. Pero el gran problema es que Castillo no tiene fuerza propia, es prisionero de Perú Libre. Tiene que haber un sector que haga entrar en razón a Castillo dentro de los cauces mínimos. No se habla mucho de ella, pero su esposa, Lilia Paredes, va a tener un rol central. En las pocas entrevistas que dio fue clara, franca, directa. Ella tiene claro, por ejemplo, su condena al comunismo, al sistema totalitario. Su voz ha llegado con mayor cercanía y no se ha visto ningún cálculo político.
—Al inicio de su reciente libro, “Sin anestesia”, usted cita a Basadre, que en 1931 escribió: “Problema es, en efecto y por desgracia, el Perú; pero también, felizmente, posibilidad”. Noventa años después, en “El páramo reformista”, Eduardo Dargent opina que el Perú es mucho más problema que posibilidad.
Siempre hay que recordar a Grau: “No reconozco a otro caudillo que la Constitución”. Y eso es el principal hoy, la defensa del orden constitucional. Hay que evitar que se dé un golpe de Estado. El Parlamento tiene una difícil tarea, y también es hora de los jóvenes, que en los momentos más difíciles del país han dado una demostración de civismo. No podemos continuar en esta parálisis del Estado estos cinco años. Empezamos con Pedro Pablo Kuczynski y estamos ahora en estos nuevos cinco años con Pedro Castillo. Hay que evitar un decenio catastrófico.
—¿Qué tendría que suceder para que se concrete un escenario así?
En la campaña se dijo que lo que se defendía era el modelo económico. Ya está claro que ni Castillo ni Cerrón, ni Bellido creen en el capítulo económico de la Constitución, que establece una economía social de mercado. Lo que hay que evitar es caer en una experiencia del Estado como empresario. Lo creó la dictadura de Velasco, y llegó a su éxtasis en el primer gobierno de Alan García. ¿Cuál fue la consecuencia? La quiebra del Estado. Resucitar nuevamente esa experiencia me parece irresponsable. Pero el mayor riesgo no es el económico, sino la pérdida de la libertad. Que el país pretenda imitar modelos totalitarios como el venezolano, el cubano o la versión boliviana es lo que más nos debe preocupar.
—Se acaba de cumplir un año del día en que le negaron la cuestión de confianza y su Gabinete cayó. Omar Awapara lo llamó “un punto de inflexión en nuestra historia reciente”. ¿Cómo fue ese final tormentoso?
Cuando asumí el reto era consciente del riesgo, no solo por la gravedad sanitaria del país, con la pandemia en su peor momento y un estado que no respondía, que no atendía a la población. No me arrepiento de haber brindado ese servicio. Ahora, a nadie le gusta que le nieguen la confianza. Creo que en ese momento no hice un análisis político tan profundo: el objetivo político no era yo, sino Vizcarra. La ruta para vacarlo estaba trazada. Era una coyuntura absolutamente tormentosa.
—¿Volvió a hablar con Vizcarra? ¿Sintió alguna forma de decepción cuando estalló el ‘Vacunagate’?
Yo no he servido a Martín Vizcarra, yo he prestado mi modesto apoyo al Perú. Una vez más hablé con él, o un par de veces: al día siguiente de mi negación de confianza y posteriormente en una oportunidad.
—Luego vino la campaña y, con ella, la posibilidad de una candidatura.
Tuve invitaciones y también el intento impulsado por amigos y colaboradores para una eventual candidatura presidencial, que no se concretó.
—¿Quién lo convocó para apoyar a Keiko Fujimori en la segunda vuelta?
A lo largo de mi trayectoria política primero enfrenté a la dictadura de Fujimori y Montesinos, y eso tuvo un alto costo para mí. Cuando fui ministro de Defensa y primer ministro, no fui tratado con guantes de seda por el fujiaprismo. He sido víctima de difamaciones y acusaciones falsas. Tenía motivos suficientes para guardar silencio y no adherirme a la candidatura de Keiko Fujimori, pero primero está el interés nacional. Yo tomé esa decisión luego de que públicamente Vargas Llosa se pronunció. Y consideramos, con otras personas, que era necesario ir a Arequipa. [A inicios de junio, Fujimori firmó en Arequipa un “juramento por la democracia”]
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